Tercer día de mudanza

Una nauseabunda nube se extendió por las estrechas galerías del dungeon. Al grito de «¡Cuidado, trampa de gas!» los aventureros se reagruparon en las cocinas, buscando el asegurarse un suministro de aire fresco. El recuento (algo no siempre fácil para quienes «muchos» es un número perfectamente válido) echó en falta a la pícara. Veteranos curtidos, no se dejaron dominar por el pánico y empezaron a repartirse sus pertenencias. Hasta que no se disipara la nube, no podrían recuperar el cuerpo, si quedaba algo.

Sin embargo, el funeral fue prematuro: la nube se abrió y la pícara surgió de ella con una ceja de menos y el pelo y la ropa descoloridos. Con rabia, escupió el pañuelo que cubría su nariz y boca, le quitó el odre al clérigo y echó un largo trago.

—Encontré un mecanismo oxidado y encallado e intenté limpiarlo, pero creo que me equivoqué con la mezcla. ¿Alguien tiene una rueda dentada de ocho pulgadas?

Estaba siendo una semana muy larga.