El invierno llegó pronto ese año. Las nieves bajaron de la Sen Monogatari, cubriendo con su manto desde los profundos valles hasta las tierras bajas más allá de las estribaciones. La vida en el exterior se detuvo y los hombres y animales se recluyeron en sus casas, establos y madrigueras, como habían hecho siempre, a esperar la llegada de la primavera.
Pero ese año el Destino repartía extrañas cartas. En el lejano occidente, los pequeños temblores de comienzos de año se habían convertido en una imparable avalancha que amenazaba con consumir el mundo entero y los habitantes de Los valles de Minako-hime no eran sino guijarros en la ladera.
Un correo imperial llegó al palomar del castillo, causando un revuelo comprensible: el último había anunciado la subida al trono del emperador Akira; el anterior, llamó a las armas tras la muerte del emperador loco de Abel, Lascar Giovanni. Éste traía promesa de tiempos interesantes: el emperador anunciaba que Lannet cortaba sus lazos con el Imperio de Abel y recuperaba su independencia. Todos sabían (en verano, Aimi había sido un hervidero de rumores) de los actos de la sumo arzobispo Eljared y de cómo ostentaba casi el poder absoluto en el Imperio. El emperador de Lannet, por lo general prudente, debía haber leído en esos actos la debilidad de Abel y aprovechaba el momento.