Montségur VI – Rendición

Para gran enfado de Pierre Amiel, Pierre-Roger de Mirepoix logró unas buenas condiciones de rendición. Los sitiados dispondrían de un plazo de quince días para arreglar sus asuntos terrenales, debiendo abandonar la fortaleza el día 16 de marzo de 1244. Los caballeros y soldados y sus familias quedarían libres, conservando bienes y armas, pero los cátaros que no abjurasen de su fe serían entregados a Pierre Amiel y a la Inquisición. Con esto, Hugues des Arcis contentaba a todos: tomaba la fortaleza para su rey con un coste de hombres relativamente reducido; evitaba soliviantar a sus propias tropas, cuyas simpatías por los sitiados era evidente, ya que muchos tenían amigos y parientes entre ellos; y le daba a la Iglesia material para una buena barbacoa.

Para los sitiados fueron quince días de gran actividad. Por una parte, los perfectos querían hacer una serie de ceremonias de gran importancia que culminaban la noche antes de la entrega. Además, muchos cátaros y simpatizantes quisieron recibir el consolamentum y compartir destino con sus amigos y parientes. Y, por último, había que sacar de la fortaleza los tesoros cátaros y a los nephilim. El Grial era necesario para la última ceremonia, así que los Guardianes serían los últimos en abandonar la fortaleza. Ighnöel ordenó al fénix darles escolta para proteger el Grial y, si fuera posible, convencerlos de que el sitio más seguro era la base de la Torre en Petra (y, de esta forma, que la Torre se hiciera con el Grial). Sorprendentemente, Menxar también decidió acompañarlos, aunque sus razones nunca se han sabido. Lo más probable es que decidiera acompañar a Pírixis como discípula, pues la quimera negra era famosa en el Carro por sus seminarios en la época de Arturo y por ser la última Dama del Lago.

El resto de los nephilim y algunos humanos fueron abandonando el pog durante esos quince días. Los sitiadores mantenían la barbacana, pero habían relajado mucho la vigilancia. Los fugitivos usaron varias rutas, a uno y otro lado del pog, aunque la mayoría bajó por la garganta del Lasset. Desde ahí siguieron su propio camino: algunos, con guías, cruzarían el país; otros, conocedores del terreno o confiando más en sus propios medios, lo intentarían en solitario; también había quien tenía conocidos y amigos en el campamento francés y sólo tuvieron que deslizarse hasta el pabellón adecuado y cambiarse de ropas.

La última noche, el campamento de los sitiadores era una fiesta. En el castillo todo era lágrimas y emoción contenida. Los perfectos y aquellos que recibieron el consolamentum aquella noche participaron de una ceremonia secreta en el salón del castillo en la que usaron el Grial. Una vez terminada la ceremonia, entregaron el Grial a los Guardianes, quienes abandonaron rápidamente el castillo, después de despedirse de amigos y compañeros. Con el amanecer, los sitiados abandonaron el castillo, entregándose a las tropas del rey de Francia. Cumpliendo con su palabra, Hugues des Arcis dejó libre a soldados y civiles y Pierre Amiel tuvo su barbacoa: unos 220 cátaros fueron quemados al pie del pog, en el Prat dels Cremats. Aquí hay una lista de algunos de ellos que han sido identificados.

Los Guardianes del Grial, Menxar y el fénix, entre tanto, habían seguido a su guía deslizándose por la puerta norte. Cruzaron el abandonado pueblo, pasando de terraza en terraza hasta la muralla, que atravesaron por una poterna. De ahí la siguieron, por el lado de fuera y con cuidado de no caer al vacío, hasta llegar a la explanada. Entraron en el bosque para eludir a los centinelas de la barbacana y los pocos hombres que vigilaban el trebuchet y las murallas. Una vez los dejaron atrás cruzaron la cresta para enlazar con el Pas del Roc y descender, con ayuda de cuerdas, hasta la garganta del Lasset. Este venía crecido por el deshielo y complicó mucho el paso de la garganta. Pírixis, con la inestimable ayuda de sus compañeros, estuvo a punto de abrirse la cabeza, romperse el cuello y destrozarse las piernas y la cadera contra las piedras, pero salió del paso unos cientos de metros torrente abajo empapada, aterida y contusionada.

Así retrasados, empezaba a clarear cuando llegaron al claro donde debían encontrarse con el grupo de faidits que debía guiarles fuera del Languedoc. Se encontraron con el grupo, sí, y conocían el santo y seña, sí. Lo que no contaban era con que hubiera un teutónico de pelo cano y más de seis pies y medio de alto que llevaba un espadón casi tan grande como él. Pírixis y Yaltaka echaron rápidamente mano a sus armas: tenían bien presente aún la carnicería de París en 492. Sin embargo, entre los acompañantes del teutónico estaban varios de los faidits que les habían acompañado de Quéribus al Montségur y Menxar y el fénix, que llevaban varios años en el país, confiaban en ellos. Si estos respondían por el teutónico, para ellos bastaba. Sigbert, además, tenía mucha labia y se presentó como agente humano de El Loco de una manera muy creíble. La urgencia del momento hizo el resto y los Guardianes aceptaron la compañía del comendador teutónico de momento.

El grupo de escolta los condujo a través de las líneas francesas sin tener ningún tropiezo. Tenían caballos para todos al otro extremo del bosque y pronto galopaban hacia el este, alejándose lo más posible del pog, donde ya ardía una gran pira.

La Prieuré tendía sus redes.

Con lo que yo no contaba fue con que confiaran en él.

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