El Ícaro — Historia: el Imperio Antiguo Atlante

En algún momento entre las décadas de 250 y 280 del calendario atlante se produce la unificación de la mayoría de los clanes atlantes bajo un gobierno común, el nacimiento del llamado Imperio Antiguo. Originalmente, el gobierno estuvo en manos de un consejo tribal, guiado por el Sínodo del Amanecer, la cúpula de la casta sacerdotal. Sin embargo, pronto el consejo tribal quedó convertido en un órgano inútil y el poder quedó en manos de los sacerdotes.

Bajo este gobierno teocrático, el pueblo atlante creció siguiendo los preceptos sacados de las enseñanzas de los primeros dioses, entre las que estaban conceptos tan extraños en el desarrollo de las civilizaciones como la no intervención en otras culturas, los derechos del individuo o el desarrollo sostenible. Por ello, el Imperio Atlante nunca fue una potencia expansiva y su territorio se redujo a la isla de la Atlántida y el subcontinente de la Arcadia, al otro lado de los estrechos, que, sin población autóctona, fue colonizada entre los siglos XIII y XVIII.

La evolución del Imperio Antiguo está ligada al descubrimiento y desciframiento de las semillas de los Primeros Dioses. Su historia está plagada de fulgurantes avances tecnológicos y sociales auspiciados por alguno de estos objetos, seguidos de períodos de estancamiento o incluso declive hasta que el hallazgo de una nueva semilla relanzaba el ciclo. Estos ciclos duraban normalmente entre 50 y 150 años.

La crisis del Racionalismo

Entre 2800 y 3050 se produce una gran crisis en las bases mismas de la sociedad atlante: en ese tiempo no se descubre ninguna nueva semilla. El habitual estancamiento tecnológico que se producía a los pocos años del descubrimiento de una semilla se convierte en una profunda depresión que provoca, a lo largo del siglo XXIX, un retroceso culturar y social de trescientos o cuatrocientos años. Esta larga crisis es seguida por una profunda crisis religiosa, al sentirse el pueblo abandonado por sus dioses.

Dos corrientes filosóficas surgen de esta crisis de fe: el Ateísmo, que niega la divinidad de los Primeros Dioses, y el Humanismo, que propugna que el Imperio ha alcanzado ya en desarrollo a los Dioses y estos ya no tienen nada que enseñar. Ambas corrientes coinciden en lo mismo, colocan al hombre atlante, en ese momento de la Historia, a la misma altura que los Primeros Dioses, otorgándole el control de su destino y rompiendo con las antiguas ataduras morales y éticas.

Aunque no son las únicas corrientes filosóficas y religiosas de la época, sí son las más influyentes en las universidades y escuelas y son las responsables finales del auge científico, tecnológico y económico del siglo XXXI, la llamada Revolución Humana. También de su falta de valores morales y de sus efectos, desconocidos hasta entonces por la sociedad atlante: lucha de clases, desarrollo salvaje, corrupción, experimentos con personas, contaminación, deforestación… Los núcleos urbanos de la Atlántida crecieron sin medida, desapareciendo las extensas vegas del Río Grande bajo hormigón y ladrillo. La Arcadia se convirtió en el granero de la Atlántida.

No pocos se planteaban incluso romper con el último tabú y expandirse por el mundo a costa de otras razas y culturas.

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