Después de la aburrida e insulsa Cuentos de Terramar no tenía mucha prisa por ver el segundo largometraje de Goro Miyazaki, hijo de Hayao Miyazaki. No podía estar más equivocado: es ésta lo borda y demuestra que, con él y con Hiromasa Yonebayashi (Arriety, El recuerdo de Marnie), en Ghibli hay talento para muchos años.
No es una película para ver con hambre
La colina de las amapolas cuenta una historia muy, muy sencilla y muchas veces contada: el primer amor durante la adolescencia. Los caminos de Umi Matsuzaki y Shun Kazama se cruzan en la defensa del viejo edificio que sirve de sede a los clubes del instituto. Y ya. Bueno, salvo porque su pasado está entrelazado de una forma que no se imaginan.
Lo importante está en el fondo, en el retrato del Japón de principios de los sesenta, en detalles como la preparación de las comidas, los caminos, los vehículos, las heridas de la guerra, todo ello aderezado con una colección de personajes entrañables (y alguno esperpéntico, como el miembro del club de filosofía).
Seguramente pasará a la historia como una obra menor del estudio, pero cada escena es una obra de arte. Una película para revisitar cuando perdamos la fe en el mundo.
Lo triste es que a algunas personas no les gustará por el papel de las chicas y mujeres en la película. Espero que sean conscientes de la época que se retrata.
En fin, una película sencilla pero impresionante.