Eran unos vándalos, unos malnacidos hijos de Satanás que harían llorar de vergüenza a sus madres. Cayeron sobre la vieja ermita, la que lleva abandonada cincuenta años, la que está más allá del Chorlón, como plaga de langosta: el más grande de ellos, el que parecía un oso, arrastró la piedra del altar, la que pesa lo menos diez quintales, hasta la puerta taponar la puerta. ¡Sacrílego! Y luego amontonó encima los pocos bancos que quedaban más o menos enteros.
El otro grandullón, el pelirrojo, un saqueador sin temor de Dios, robó los tesoros de la ermita: los dos pesados candelabros de plata y el gran cáliz de la misa. Sí, los que el viejo pater escondiera de los bandidos y que luego nunca encontramos. Los encontró el asesino ese. ¿Y sabes que hicieron con tan sagrados objetos? Matar a un pobre animal.
Todos juntos, grandullones, fuertes, con grandes espadas. ¡Unos cobardes! El manco se agarraba a las patas de la pobre bestia para que no se levantara y así los otros podían golpear a placer. Plof, plof. Los candelabros cubiertos de sangre, el sonido de sus huesos al romperse. ¡Qué crueles, Dios mío! Y se daban palmaditas y reían y se felicitaban por tal fechoría. Y luego hicieron una gran hoguera con los bancos y tiraron al pobre bicho a las llamas. ¡Que Dios, en su justa ira, castigue a esos engendros de Satán!: al oso, al pagano pelirrojo, al negro de mirada lasciva, al manco…
Tras la muerte de lady Lilya, su asesino y su cómplice, las pesquisas continuaron. El castellano, sir Franz Mauser, y el jefe de la infantería, Iván Kursinskov, coincidían con el malherido Edan el Manco Garrison en creer que sir Alenxandr, el primo y campeón del conde Piotr, estaba detrás del asesinato. Y había un hombre que, esperaban, tenía las respuestas: sir Boris, uno de los caballeros de sir Alenxandr, desaparecido desde la noche de autos.
Tras interrogar a mercachifles, taberneros y putas, fue el caballero más joven del castillo, que se había convertido en la mano derecha de sir Franz Mauser, quien les puso en la pista: sir Boris se había encariñado de una joven prostituta, quien, ¡ajá!, también había desaparecido. En la calle confirmaron lo dicho y, además, que sir Boris y el joven caballero habían estado en compañía del mercader de sedas cómplice del asesino. Esto fue tomado por nuestros dos protagonistas como prueba de que sir Boris, mandado por su señor sir Alenxandr, había estado en tratos con los asesinos. Tenían que encontrarlo para hacerlo confesar.
No fue hasta bien entrado agosto cuando los batidores de Edan Garrison encontraron algo parecido a una pista: los restos despedazados de una joven cerca de la aldea del Gortva, el cañón que cerraba el condado de Tres Valles al norte.
El grupo (sir Franz Mauser, Iván Kursinskov y su mano derecha Erik, un recuperado Edan Garrison y la bella Anna) partió rápidamente, tras pequeña visita al viejo Oleg, para seguir esta pista que resultaría falsa: la muchacha cuyos restos habían encontrado no era la puta con la que suponían se había fugado sir Boris.
La muchacha, de una aldea cercana, había sido despedazada y comida por un asaguiri, un peculiar tipo de espíritu licántropo que se manifestaba en la aldea del Gortva cada cierto tiempo, poseyendo a alguna pobre mujer. La desdichada era la esposa de sir Pavel [llamado erróneamente durante la partida sir Konstantin], el señor del cañón… y bajo cuyo techo se hospedó el grupo.
Las mujeres de la aldea, para aplacar la maldición, habían formado una secta secreta generaciones atrás. Con la nueva venida del demonio, sacrificaban a mujeres de fuera sobre un antiquísimo altar oculto en el bosque y donde intentaron sacrificar a Anna.
Sus compañeros la salvaron en el último momento, pero huyendo del monstruo se perdieron en el bosque. Acabaron encontrando las ruinas de una vieja ermita, donde se atrincheraron, esperando a la muerte: ninguna de sus armas afectaba a la criatura. Pero dentro Erik hallaría un cofre con dos pesados candelabros y un cáliz de plata. Recordando que las leyendas y los cuentos de vieja hablaban de la vulnerabilidad de los hombres lobo a la plata, se enfrentaron con tales objetos a la bestia. Fue una pelea más propia de matones barriobajeros que de hábiles guerreros, pero la mataron.
Y luego la quemaron, lo que traería más problemas de los que imaginaban.
no hay que criticar esas palizas salvajes son los cimientos de un grupo de aventureros,ademas fomenta el trabajo en equipo
Eso sí, el machacar todos en conjunto a un pobre bicho (hidra, medusa, minotauro, ogro mago…) es propio de los grupos de aventureros. Si, en el fondo, no son más que unos matones barriobajeros :D.
Es cierto, mucho héroes épicos y tal y los personajes andan siempre zurrando a gente y bichos basándose en la superioridad numérica…si es que somos peores que Pain(seis contra uno , mierda pa cada uno)…Muy graciosa la entrada, cubano…me ha gustado especialmente la parte del «negro de mirada lasciva» ¿Eh, Franz?. Me inquieta esa última frase…mi intuición de explorador albero me dice que «alguien» , o más bien «alguienes» van a tener que salir pitando de cierto pueblo…Ains, que duro es ser héroe hoy en día…
¿Qué tendrán las adorables viejecitas que siempre ven al tío de pinta extranjera con mirada lasciva, pinta chorizo, maneras de asesino…?
El problema puede ser mayor que ese… mucho mayor :D. Porque, por mucha mente retorcida que tenga el máster, nadie la monta más gorda que unos jugadores metiendo la pata. Mhwahahahaha!!!
Sólo haré una reflexión sobre mi situación en estos casos, ¿por qué siempre que me pierdo una partida, cuándo vuelvo me encuentro metida hasta el cuello en un berenjenal del 15? Lo digo porque pasó algo similar en la única partida de Nephilim que me perdí en 3 años (la que organizaron con la pobre niña).