La Retirada del Valle de los Muertos
N. del autor: el nombre es poco afortunado, porque el origen de la necrópolis del Valle de los Muertos o Valle de los Reyes es casi contemporáneo a lo que se narra, pero cuando preparé por primera vez esta campaña, estando en Madrid, la documentación que pude manejar fue muy escasa. Posteriormente descarté corregir el fallo, ya que el nombre era muy evocativo y, realmente, no volví a jugar esta parte, sólo a narrarla.
Amón, es decir, los círculos superiores de la jerarquía eclesiástica, la verdadera sociedad secreta, no cayó en el engaño de Akhenatón. Sabían que lo primero que harían los nephilim si se rompía el pacto sería liberar a los faraones de sus estasis de piedra. Por ello, dejaron a las otras sociedades secretas el cerco de Akhetatón y la captura de los nephilim que intentaran huir de Egipto y ellos se prepararon para combatir a los nephilim en las necrópolis. Lo consiguieron sólo en parte, pues cuando llegaron al Valle de los Muertos, los últimos faraones ya habían sido liberados y otros grupos más pequeños huían ya de Egipto con faraones de épocas más remotas y las tablillas de Akhenatón correspondientes.
Tardaron tanto porque pusieron toda la carne en el asador. Montones de carne. Siete u ocho mil personas, hombres y mujeres del pueblo llano y la nobleza menor, funcionarios y sacerdotes y un puñado de soldados y guardias del templo, enfervorizados y drogados. Conducidos como un rebaño al matadero. A eso sumaban las últimas armas de auricalco de que disponían y viejos rituales y conjuros que sólo un puñado de iniciados podía utilizar.
Alcanzaron a los nephilim al anochecer, cuando se desataba la habitual tétrica tormenta eléctrica. Los nephilim eran unos trescientos y, al igual que los humanos, pocos de ellos tenían alguna experiencia en combate. Disponían, eso sí, de algunos de los mejores faraones guerreros de los últimos mil quinientos años, lo que generó algunos problemas de multicefalia en el mando, hasta que Ibenheb se impuso, por experiencia acumulada. Hizo formar a los suyos en cuña, con los nephilim sin experiencia de combate y las tablillas en el centro, y, de esta forma, intentaron romper el cerco para llegar al Nilo y los barcos que allí habían dejado.
Fue una matanza. Hombres y mujeres se arrojaban cantando sobre las espadas de los nephilim. La sangre empapaba la arena y hacía difícil el caminar sin caer. Los cuerpos se amontonaban, obligándoles a trepar por estas improvisadas barricadas, o bien a apartarlos a fuerza de brazos. Entre la confusión, las tropas de élite de Amón atacaban con sus armas de auricalco, azuzaban a la multitud para romper la formación de los nephilim, golpeaban siempre evitando el enfrentamiento directo.
Al caos de la lucha se sumó el caos de la magia. Tanto humanos como nephilim usaron todos los conjuros que conocían y podían ser útiles. Las violentas descargas mágicas se unieron a la tormenta, sobrecargando la zona. Como respuesta, diversos efectos dragón salvajes, algunos tan peligrosos como sierpes eléctricas, horrores de las arenas y dragones de fuego, se unieron a la fiesta, atacando sin distinción a unos y otros.
Los nephilim consiguieron llegar a los barcos poco antes del amanecer, agotados, cubiertos de sangre, con las armas melladas, diezmados… pero con todas las tablillas aún en su poder. Habían sufrido muchas bajas, pero lograron mantener la formación y el avance. Hubo nephilim que perdieron hasta cuatro simulacros esa noche. Otros, atrapados en cuerpos moribundos y sin un compañero cerca que les ayudase, quedaron en el campo de batalla. O fueron absorbidos por sus estasis, que quedaron olvidadas entre los despojos. Algunos murieron por las armas de auricalco, los dragones o los ritos de los sacerdotes. Otros, incapaces de dominar el drogado espíritu de sus nuevos simulacros, tuvieron que ser abatidos por sus propios compañeros.
Menos de la mitad de los nephilim llegaron a los barcos. El embarque fue igualmente difícil, bajo el continuo ataque de las fuerzas de Amón. La Muerte llameante y otros dos agentes de Ibenheb prefirieron volver al campo de batalla para rescatar a cuantos compañeros pudieran, por lo que en el último barco sólo iban dos nephilim de Ibenheb acompañándole, Pírixis y Yaltaka.
Apenas se habían dejado caer en las cubiertas, exhaustos, cuando un nuevo peligro apareció tras ellos. El general Horemheb había decidido apostar a caballo ganador y traicionar al faraón y se sumaba a la fiesta con sus hombres y embarcaciones. Sin posibilidad de huir, Ibenheb decidió proteger la retirada de su pueblo, así embarcó en una canoa y salió al encuentro del ejército. Se dice que en ese meandro del Nilo ese día el Sol no apareció, la tierra tembló, el propio Nilo se secó y los más terribles horrores del desierto arrasaron la flota de Horemheb, embarrancada en el lecho del río. Lo que nadie puede decir es si Ibenheb murió allí, si alcanzó la iluminación y fue así el primer nephilim en alcanzar el agartha prometido por Akhenatón o si el poder que desencadenó fue demasiado incluso para él y degeneró en khaiba.
Pero Ibenheb no era sólo el Mayordomo de Palacio. También era el portador de una de las tablillas de Akhenatón, un gran vaso tallado en una sola esmeralda de origen desconocido y sobre el que Akhenatón había grabado sus enseñanzas para este camino, usando una versión codificada de la escritura minoica: el Grial. Sólo había otro nephilim, además de él, que pudiera descifrar las inscripciones y usar el objeto, y se encontraba en la pequeña aldea de Jerusalén. Por ello, recurrió a sus agentes de confianza o, mejor dicho, a sus agentes que aún seguían encarnados y con él: Pírixis y Yaltaka.
Así fue como estos dos jóvenes nephilim entraron en la Historia.
La retirada del Valle de los Muertos no acabó así. Aún quedaba salir de Egipto. El éxodo se prolongó durante una generación humana, con los nephilim egipcios huyendo por todo el mundo conocido y los Misterios yendo de caza. Muchos fueron capturados durante la huída, o se perdieron en el desierto y sucumbieron a la narcosis o el khaiba. No fueron sólo los que participaron en la liberación de los antiguos faraones quienes sufrieron esta persecución: todos los nephilim habitantes de Egipto estuvieron en peligro y la gran mayoría huyó, sobre todo por la cuenca mediterránea y hacia oriente, aunque también hacia el lejano oriente y el centro de África. Durante este tiempo de locura terminó por caer otro de los Grandes Pactos, el micénico, que ya había sido duramente golpeado con la explosión de Thera.
Sin embargo, a los que vivieron la Retirada del Valle de los Muertos se les ha tenido en gran estima porque de ellos y las tablillas que portaban surgieron los Arcanos Mayores, las 22 familias nephilim que siguen los 22 caminos de Akhenatón.
En cuanto a Pírixis y Yaltaka, lograron entregar el Grial, aunque hay dudas de si Yaltaka fue capturado por los Misterios de Isis antes o después de entregarlo, compartiendo así el destino de muchos de sus congéneres: ser atado a una estasis. El Grial fue la piedra sobre la que se fundó el Arcano sin número, el Loco y en honor a aquellos que guardaron y protegieron el Grial por primera vez, a despecho de sus propias vidas, se fundó la orden de los Guardianes del Grial, que protegió el Grial hasta que fueron masacrados por Nabucodonosor cuando sus ejércitos tomaron Jerusalén y el Grial se perdió en las corrientes de la Historia.
Pero me estoy adelantando… Ya hablaré de ello más adelante.
Una última nota: La Muerte Llameante.
Con este nombre se conoce a un joven djinn que se convirtió en uno de los mejores agentes de campo de Ibenheb, el Mayordomo de Palacio. Se sabe que la Muerte Llameante nació en un nexus cercano a un oasis y que vivió en él un tiempo indeterminado antes de encarnarse por primera vez en el líder de un grupo de bandidos del desierto, durante la ocupación hicsa. El joven e inexperto djinn no pudo dominar la fuerte y negra alma del bandido, pero el humano tampoco consiguió enterrar al nephilim en su interior, así que el resultado fue la locura de ambos. El grupo fue muy conocido tanto por su lucha contra los hicsos como por su extrema crueldad. Descubierto por Ibenheb, el Mayordomo de Palacio lo tomó bajo su custodia, enseñándole cómo ocupar un cuerpo humano y la vida en sociedad (a todo esto, el bandido fue ajusticiado públicamente, junto con toda su banda, sus caballos, camellos, cabras y 6 perros). El djinn consiguió recuperarse de la experiencia, coincidiendo todos los que le conocieron en que era un buen muchacho, alegre y vivaracho, amante de la buena bebida, la paz del desierto a medio día, la compañía de sus amigos, el fuego y los instrumentos cortantes.
Durante un par de siglos tras la muerte de Akhenatón vagó por el desierto, rescatando a nephilim se habían perdido durante la Retirada del Valle de los Muertos y el éxodo posterior, caídos en narcosis cuando murió su simulacro en mitad de la nada, atrapados en sus estasis bajo la arena o allí donde las sociedades secretas las hubieran ocultado. Fue capturado por una rama menor de los Misterios de Isis, quienes le ligaron a su estasis. Su historia posterior es más confusa, aunque se sabe que tuvo un despertar antes de la época artúrica, cuando adoptó el nombre de Dashiell.