Arrietty y el mundo de los diminutos

Este mes de septiembre ha llegado a España (con un añito de retraso, no está mal) esta adaptación libre de Los incursores de la escritora británica Mary Norton. Considerada desde su estreno una obra menor del estudio Ghibli (Porco Rosso, La princesa Mononoke), con un debutante a las riendas, Hiromasa Yonebayashi, y una sorprendente Cécile Corbel a la música en lugar del habitual de la casa, Joe Hisaishi, Arrietty es una pequeña joya y, posiblemente, la película más bonita que se ha podido ver en el cine este verano (y puede que en todo el año). Yonebayashi nos atrapa con una historia melancólica del día a día de una familia de incursores, pequeños seres de unos diez centímetros de alto que viven en el sótano de una vieja mansión rapiñando lo que pueden. No le hace falta una historia épica o absurda ni un ritmo endiablado: con un dibujo exquisito, unos colores impresionantes, unos efectos de sonido de primera y el acompañamiento musical puesto por Corbel, Yonebayashi desgrana con ritmo pausado el mundo de los diminutos desde los ojos de Arrietty, una muchacha adolescente. Sencillamente impresionante la primera incursión de Arrietty, bajo la guía de su padre, plasmada en todo detalle: el enfrentamiento a la enormidad de la casa humana, el uso de lo que han podido rapiñar (clavos, pinzas, alfileres, pilas…), la tensión superficial en los líquidos…

Un mundo, el de Arrietty y su familia, frágil y que se ve amenazado por la llegada de Shou, un muchacho humano enfermo y que descubre a Arrietty. A partir de ahí, el frágil mundo de los diminutos se tambalea, demasiado frágil ante el quehacer de los grandullones. Tiempo para un primer amor, para ver la negrura del alma mezquina, para el miedo y la esperanza. Para dejar atrás la niñez y encarar el futuro con la frente alta.

Hora y media de buen cine. Hora y media de poesía para gozar. Y con un gran, gran doblaje. No se puede pedir más.