Sakura — La muerte del anciano señor Iwao

—Reiko-hime, venid rápido a despediros de vuestro abuelo.

La primavera había llegado, faltaban pocos días para el florecimiento de los cerezos y la vida del anciano Ishikawa Iwao llegaba a su fin. Su deterioro en las últimas semanas había sido tan grande que el triste desenlace era esperado como mera cuestión de tiempo y los principales vasallos habían acudido al castillo Sakura a despedirse del gran guerrero. Cuando Reiko llegó a la cámara, estaban todos allí, arrodillados alrededor del lecho los principales: su padre; su tío; Saiki, el chambelán; Sakoda Moritano, el hatamoto; Hosoda Takao, el comandante de caballería; Goto Yasumori; Nakamura Ken; Junichi, el onmyoji. De pie, al fondo: los jóvenes Hosoda, Nakamura, Manobu y otros. Todos con rostro grave y no pocos llorando sin ocultar las lágrimas. Sobre la cabeza del lecho, imponente, la figura negra del sacerdote del crepúsculo que debía guiar su espíritu.

Reiko se movió como aturdida entre los presentes. El olor a muerte e incienso eran muy penetrantes. Su tío le apretó con cariño el brazo al pasar. Su padre le dio un abrazo —el último que le dio jamás— y la empujó con suavidad hacia el lecho. La joven se arrodilló y observó aquel cuerpo marchito y apergaminado en el que apenas quedaba un hálito de vida y unos ojos que miraban ya más allá de este mundo. De repente, rápido como una centella, el brazo del anciano salió de entre las mantas y atrapó la muñeca de la muchacha. Con el mismo impulso, se incorporó, mirándola, escudriñando su rosto.

—¡Aoba, mi querida Aoba! ¡Ya nada me separará de ti!

Fueron las últimas palabras del anciano señor Iwao. Sin fuerzas, se echó en el lecho y el aliento de la vida lo dejó con una sonrisa en los labios.

Nadie vio la tormenta de emociones que cruzó el rostro del daimio Hideo, su hijo.

El funeral se celebró el mismo día, al estar todos los vasallos presentes. El cortejo salió del castillo a medio día, encabezado por el sacerdote del crepúsculo. Los jóvenes herederos llevaban las andas con el cuerpo yaciente del señor Iwao, su armadura y sus armas; tras ellos, el daimio, su hija y sus notables. Cerraban el cortejo el resto de samuráis, esposas y criados del castillo.

Recorrieron la avenida de los cerezos que unía el castillo con el pueblo. En el puente, en la entrada del pueblo, les esperaban el otro sacerdote del crepúsculo del dominio; sus acólitos, con flautas y tambores; dos guardianes de los muertos: los enterradores; y la sacerdotisa del espejo local, Tsuki, hija de Shingen y prima de Reiko, con un complicado y pesado traje ceremonial que incluía un tocado rígido con campanillas y velo, todo en negro.

Unidos los dos cortejos, giraron hacia el este y cruzaron el valle para subir por una larga escalinata flanqueada por toris, hasta el pequeño templo dedicado a los antepasados de la familia Ishikawa. El templo estaba edificado sobre un espolón rocoso que se erguía sobre el bosque y tenía una gran vista sobre el valle. Separado del templo y protegida por una cancela de hierro se encontraba la sala de los muertos de la familia Ishikawa. Los dos bukkoshamori, los guardianes de los muertos, llevaron el cuerpo del señor Iwao a la cámara subterránea, donde permanecería hasta el festival de Ayakashi en verano, cuando se realizaría la cremación de los restos.

Aprovechando el momento, Reiko se acercó a su prima, llevándosela a un aparte. Tras el intercambio de pésames y saludos de rigor, Reiko se dio cuenta de que la sacerdotisa estaba inquieta, giraba la cabeza con rapidez, mirando cosas invisibles. Incluso a través del velo se la veía preocupada y asustada.

—¿Ocurre algo, prima?

—Hay muchos yokais aquí. Demasiados, y se les ve inquietos. Me… preocupa.

—¿Puedo hacer algo?

—Oh, no, no hace falta que te preocupes.

—Prima, eres una kagami no miko. Que me digas en un entierro que algo te preocupa me asusta tanto que quiero encerrarme en mi habitación. He visto el mundo de los espíritus, me he enfrentado a una mujina y a un rokuro-kubi y aún tengo pesadillas. Por eso no voy a huir y te vuelvo a preguntar: ¿qué puedo hacer?

Tsuki se mordió el labio un momento antes de contestar.

—Quiero entrar en la sala de los muertos y examinar al… el cuerpo del abuelo. No me dejarán de forma oficial, pero, por la noche, puedo escaparme del templo y venir. ¿Me acompañarás?

*****

—Reiko-dono, vuestro vasallo no está seguro de haberos escuchado bien. Ni dos semanas después de que vuestro padre nos ordenada que no dejáramos que os pusieseis de nuevo en peligro, ¿nos pedís que os ayudemos a fugaros de noche del castillo para ir a la tumba de vuestro abuelo a investigar por qué los espíritus de los muertos están inquietos? —Reiko no contestó. Genji no insistió; si algo le enseñaba el bushido era a no luchar contra lo inevitable—. Manobu y yo saldremos a contemplar la luna después de la cena y os esperaremos al pie del viejo sauce. Nakamura os disfrazará de hombre, os sacará del castillo y luego velará por que nadie descubra su ausencia. A la vuelta, haremos señales con la linterna para que salga a recogerla. Y ojalá sólo tengamos un aburrido paseo nocturno.

La operación salida salió a la perfección y, poco después de las diez de la noche, se encontraban con Tsuki en el puente. La muchacha vestía un sencillo kimono corto de color oscuro que no limitaba sus movimientos. El grupo se dirigió al templo, al que llegaron sobre las once. En la subida les pareció escuchar algo y Manobu se adelantó a investigar, descubriendo que la cancela de la sala de los muertos estaba abierta. Al terminar la ceremonia había quedado cerrada. Exploraron la zona, buscando rastros o una pista sobre quién o quiénes estaban en la cripta. Un alarido inhumano les hizo apresurarse: dejaron a Tsuki fuera y entraron a la carrera.

Se encontraron con una escena dantesca: tres figuras pálidas, de vientres hinchados y grandes garras, vestidas con las ropas de los bukkoshamori, se disputaban un brazo humano. Una cuarta estaba echada sobre el nicho donde reposaba el señor Iwao, agarrándose la cabeza y gimiendo. En cuanto entraron, las tres figuras se volvieron hacia ellos para atacarlos. Genji y Reiko reaccionaron rápido, ya se habían enfrentado a monstruos, y los hicieron retroceder. Manobu Raiden tardó unos segundos en controlar su miedo y sus náuseas, pero cuando atacó lo hizo con una danza de muerte hermosa y terrorífica. Tanto, que Genji tuvo que agarrarle del brazo izquierdo, el del wakizashi.

—Estamos en una habitación pequeña. No te emociones tanto y recuerda quiénes vamos contigo.

Viendo que el combate estaba bajo control, Reiko llamó a su prima para pedirle ayuda para identificar a los monstruos y saber cómo tratar con ellos. La cuarta figura se dio la vuelta entonces. Parecía más grande y fuerte y se movía de forma extraña, como si no terminara de dominar su cuerpo. El monstruo intentó forzar la salida, pero fue rechazado por los samuráis. Hosoda se dio cuenta de que sus estocadas no le hacían daño.

—Reiko-dono, vamos a tener que retirarnos. Es inmune al acero.

En ese momento, llegó Tsuki. El monstruo mayor, al verla, alargó la garra hacia ella. Un grito surgió de su garganta. Un grito en el que todos reconocieron, distorsionada e inhumana, la voz del señor Iwao.

—¡Tsukiiiiii!

El monstruo volvió a cargar, con más fuerza, pero esta vez no buscaba la salida, sino a la sacerdotisa. Hosoda y Manobu lograron hacerlo retroceder a base de golpes, puñetazos y empujones. Tsuki quedó arrinconada en un extremo de la sala, con Reiko delante de ella, protegiéndola. Hubo un momento de descanso, de esos que se dan en los combates. El monstruo estaba en una esquina, sin quitarle ojo a la sacerdotisa; Hosoda, se movía delante de él, cortándole el paso; Raiden terminaba con los otros monstruos, alguno de los cuales aún se movía malherido por el suelo; y Reiko, sin volverse, preguntaba a su prima qué podían hacer contra semejante aparición.

—Quizás con un arma bendecida o, al menos, purificada. ¡Pero para eso hace falta un sacerdote! —Un momento de silencio—. ¡Otro tipo de sacerdote!

Reiko y Genji se acordaron de cómo, en la aventura del hijo del hatamoto, la mujina y el rokuro-kubi habían tenido especial cuidado en contaminar la pila de abluciones del templo.

—Sería una bendición muy débil, pero quizás funcione —dijo Tsuki cuando se lo comentaron.

—¡Voy yo! —exclamó Genji—. La katana de mi familia es una Kuninaga, no hay mejor acero aquí. Por débil que sea la bendición, podrá herir al monstruo. ¡Estoy seguro! Manobu, ¡a mí!

Manobu Raiden cubrió la retirada de Hosoda Genji. Menos experimentado, dejó abierto un hueco y el monstruo intentó atacar a Tsuki. Reiko, plantada delante, gritó con toda su alma, enfocando en la criatura todo su miedo y furia. Instintivamente, lanzó con ello un ataque psíquico que frio la mente del monstruo, haciéndolo retroceder, confundido y torpe. Fueron unos pocos segundos, suficientes para que Genji tuviera tiempo de subir las escaleras, alcanzar el templo en tres zancadas, sumergir la espada en la pileta y volver. Esta vez el acero cortó carne y hueso y el monstruo cayó para no levantarse.

Pero Tsuki ya no le prestaba atención: miraba fijamente a su prima, con los ojos muy abiertos y un rictus de terror en el rosto.

—Reiko, ¿qué has hecho? ¿Qué le has hecho? ¿Cómo lo has hecho?

—Prima, ¿qué me dices? No he hecho nada. —El lado frío y calculador de la mente de Reiko se hizo oír. Su prima era una saniwa, veía los espíritus invisibles. Si decía que había visto algo…—. Tranquilízate y dime, ¿qué has visto? No entiendo nada. No he sido consciente de hacer nada en especial.

—Has hecho… algo. Algo invisible ha salido de ti y ha golpeado al monstruo y éste se ha tambaleado. No sé qué ha sido. No ha sido magia: he visto al onmyoji hacer sus hechizos y son distintos. No sé qué es, pero no dejes que tu padre, que nadie se entere.

—¡Ayúdame a entenderlo! Tú tienes más conocimientos. Eres sacerdotisa. ¡Por favor!

—Investigaré y te ayudaré en todo lo que pueda. Somos primas. —«Y no voy a dejar que te ocurra lo que a mí», añadió para sí.

Hosoda y Manobu, entre tanto, sacaban los cuerpos de los monstruos de la cripta. Si algo oyeron de la conversación, jamás lo dijeron y lo guardaron para ellos. Ya limpiada la sala de los muertos, tocó qué hacer con los cuerpos. Y también había que exorcizar y purificar la cripta y eso lo tenía que hacer Tsuki como sacerdotisa del espejo. Pero si lo hacía, se sabría que por las noches se fugaba del templo donde debía estar recluida toda su vida. También la salida secreta de Reiko estaba en peligro.

—Volved las dos a vuestros aposentos. Os daremos tiempo y luego bajaremos a pedir ayuda. Diremos que vimos a los bukkoshamori, nos parecieron sospechosos sus movimientos, los seguimos y nos encontramos con esto. Pero antes, Tsuki-dono, ¿qué eran estos monstruos y qué hacemos con los cuerpos? —dijo Hosoda.

Eran siemprehambrientos, ghouls, gente que se alimenta durante años de carne humana, explicó la sacerdotisa. Los enterradores debían haber estado alimentándose de los muertos que se depositaban en la puerta del infierno del valle en espera del festival de Ayakashi hasta transformarse, sin que ni ella ni los sacerdotes del crepúsculo se dieran cuenta. Lo más probable es que quisieran devorar al señor Iwao creyendo que así se harían con la fuerza de su espíritu, pero lo que había pasado es que el espíritu de Iwao había poseído al ghoul, enloqueciendo en el proceso.

La aventura terminó bien. Hosoda y Manobu dieron la voz de alarma y se llevaron todo el mérito y nadie sospechó que Reiko y Tsuki habían estado involucradas. Los sacerdotes del crepúsculo fueron amonestados por el daimio, por no haber estado vigilantes, pero el asunto se tapó para que no cundiera el pánico entre los campesinos y la gente sencilla.

Tsuki aprovechó un viaje poco después al Santuario del Espejo, a informar de lo sucedido, para investigar sobre los poderes de Reiko. Obtuvo algunas respuestas en viejos manuscritos de la biblioteca, ambiguas y poco concluyentes. A la vuelta, empezó a reunirse con su prima varias veces en semana (visitas de Reiko al templo o fugas nocturnas) para ayudarla a estudiar el alcance de sus poderes y a controlarlos.

Sakura, un cuento de Lannet, 1×06. Con Hosoda Genji (Menxar), Ishikawa Reiko (Charlie) y Manobu Raiden (Norkak).

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