Tras el funeral de Adelaïde de Beaumont, el marqués de l’Aigle Couronné envió a Noel Leclair a investigar la estancia del falso minorita, escoltado por Julien Lafleur. El registro de la estancia dio con un libro oculto en el colchón de lana. Una especie de diario con un cifrado que les recordó al de Laora de Ourges.
Noel, con la ayuda de Irène Dufor, descifró rápido el diario, confirmando sus sospechas: el tándem que formaban el Culto de la Carne y la Víbora habían vuelto a Chaville. El diario era una especia de libro de contabilidad que recogían los movimientos de los últimos meses e indicaba el siguiente embarque de mercancía, principalmente jóvenes para los mercados de esclavos del Kushistán, en la próxima luna llena, en la Isla de los Huesos.
Michel y Colette conocían dicha isla, el primero de oídas, la segunda por haber pasado por ella en sus prácticas: había a poniente de Chaville un archipiélago de islotes y arrecifes, con canales poco profundos y traicioneros, separados de la costa por un canal que sólo seguían los barcos de cabotaje. Era un lugar de mala fama, contra el que habían terminado muchos barcos en días de temporal o guiados por fuegos traicioneros. La Isla de los Huesos era el islote más meridional, el que más se veía desde mar abierto, y recibía su nombre de los esqueletos de barcos blanqueándose al sol. Un lugar donde los contrabandistas se sentían a salvo, pues no había barcos de la Armada capaz de adentrarse en aquellas aguas traicioneras.
Salvo las galeras del Mando Costero.
Era una oportunidad de oro de dar otro golpe a Juan la Víbora Mendoza y nuestros amigos no desaprovecharon la oportunidad. Colette acudió al capitán de la galera con el que sirvió durante el ataque imperial a la capital. Tuvieron suerte: se preparaba para partir y estaba más que dispuesto a dar un golpe a los tratantes de esclavas. Fue más difícil de convencer para que aceptase a bordo a civiles (Jacques y Michel) y a un capitán de la Guardia del Archicanciller, pero Colette intercedió por ellos y, ¿quién le dice que no a la mejor cirujana del Mando Costero?
Partieron al alba de la víspera de la luna llena. Hasta para Michel fue un shock la experiencia: un barco tan pequeño, tan atestado de gente, sin intimidad. Colette se movía como pez en el agua, entre los musculosos y sudorosos remeros y los gallardos infantes de marina con sus casacas azules. En un lateral del castillo, Julien apretaba la barandilla hasta tener los nudillos blancos. ¿Y Colette había pasado allí semanas?
*****
Llegaron a la isla a medio día. Desembarcaron nuestros amigos, el capitán y un trozo de desembarco formado por la infantería de marina, reforzados por veinte marineros. Los infantes llevaban ballestas pesadas y se reforzaron con dos falconetes de la nave. El segundo comandante se llevó la galera para ocultarla tras otro islote.
La isla medía menos de un kilómetro en su parte más larga. Tenía dos calas que permitían un fácil acceso, pero el resto era agreste, con escollos rodeándola. Estaba cubierta por matorrales y algún árbol despistado. A levante, en la parte más ancha, un promontorio de unos 60 metros era la única elevación importante. En su cima se veían restos de una antigua construcción, quizás un faro o una torre de vigilancia.
Mientras el capitán distribuía a sus hombres para emboscar a los contrabandistas cuando desembarcaran, nuestros amigos exploraron el promontorio.
Encontraron pequeñas cuevas en las laderas, algunas de ellas con cajas con buenos vinos, telas, armas…, material que, sin duda, habían ido trayendo los contrabandistas.
Pero lo más inquietante lo encontraron arriba, en las ruinas. Eran los restos de una edificación de piedra de planta cuadrada. Quedaban apenas los restos de las esquinas, de poco más de dos metros de alto en el mejor de los casos. La leña acumulada y los restos de una hoguera indicaba que se usaba para hacer señales.
El suelo era también de piedra y en el centro había un agujero circular. No una rotura accidental, sino algo hecho a propósito. Tenía un cabestrante, como si de un pozo se tratara, reciente y en buen estado. Del interior les llegaba olor a húmedo y el ruido del mar.
Tiraron una antorcha encendida que cayó mostrando una amplia caverna, hasta terminar en un suelo artificial flanqueado por cuatro columnas.
Jacques quiso hacer un reconocimiento, así que se ató a la cuerda del cabestrante y pidió a sus compañeros que lo bajaran.
Lo que vio le heló la sangre: aquello era una cueva natural bajo el promontorio. En el centro habían construido una especie de altar, con escaleras que bajaban hasta la roca, lamidas por el agua que debía llegar desde el mar. Había estatuas grotescas caídas, figuras extrañas talladas en la roca viva de las paredes. Y huesos, huesos humanos alrededor del altar.
Al ruido causado por Jacques, algo acudió de las profundidades de la cueva: era una criatura que parecía un cruce entre un reptil y un anfibio y que avanzaba erguida, como una grotesca imitación de ser humano. Tenía las extremidades cubiertas por escamas, el rostro afilado, con la boca con afilados dientes, y largos y extraños apéndices le salían de la espalda.
Jacques sintió un terror como no había sentido en su vida. Disparó a ciegas, cogió la cuerda y gritó a sus compañeros que lo izasen. A sus pies, mientras ascendía, se reunieron varias de aquellas grotescas criaturas, hablando entre ellas con una mezcla se chasquidos y siseos.
¿Qué era aquello? No tuvieron tiempo ni de preguntárselo. Antes de que Jacques alcanzara la superficie, un marinero avistaba una vela que se acercaba desde el sur. Y, al poco, vieron otra que venía desde el continente.
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Desde mar abierto se aproximaba un bergantín, que maniobraba sin prisas. Por la otra parte, llegó una balandra que arribó en la misma cala donde lo habían hecho nuestros amigos. Eran una docena de contrabandistas que desembarcaron unas pocas cajas y fardos y a un grupo de mujeres. Se movían con rapidez en la poca luz del ocaso y, en poco tiempo, habían trasladado la mercancía a la otra cala, la que se abría al sur. Un grupo subió por la ladera del promontorio hacia las cuevas, de donde sacaron las cajas y las movieron con ayuda de un par de carretones que también tenían ocultos.
Cuatro de los contrabandistas subieron a las ruinas. Arrastraban consigo a una de las mujeres. Amontonaron leña y encendieron una hoguera, con la que hicieron señales al bergantín. El bergantín, guiado por la luz, se aproximó hasta ponerse al pairo a medio kilómetro y sus tripulantes empezaron a preparar dos chalupas para echarlas al agua. Entre ellos, destacaba un tipo enorme que sacaba medio cuerpo al resto.
Viendo que todo estaba en marcha, el jefe de los contrabandistas ató a la mujer a la cuerda del cabestrante y la empujó hacia la boca del pozo.
Jacques estaba oculto en un matorral, cerca del muro derruido y podía ver todo. Sus amigos también estaban así, repartidos por la cima. Y el capitán y un marinero, el que había avistado los barcos: no habían tenido tiempo de bajar sin riesgo de ser descubiertos.
Jacques podía ver lo que ocurría, decía. Y podía imaginarse el origen de los huesos de abajo. Un cruel peaje para utilizar la isla.
Miró de reojo hacia el bergantín. Las chalupas estaban en el agua, los hombres aprestos a ocuparlas. Sólo tenía que esperar. ¿A quién le importaba la vida de esa chica?
Masculló una imprecación, se echó la ballesta a la cara y disparó.
El combate fue breve. Cogidos por sorpresa y en desventaja numérica, los contrabandistas no pudieron hacer nada. No así los del bergantín que, alertados por el ruido del combate y las detonaciones de los falconetes, tuvieron tiempo de recoger las chalupas, izar velas y alejarse para cuando la galera apareció.
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La operación, aunque incompleta, permitió desarticular la banda de la Víbora en Chaville de manera definitiva. Y también conocer de la existencia de una rama que operaba desde La Roche.
Entre los capturados estaba Bastien Piernaimedia, del que supieron que Véronique Reverdin había sido vendida a un esclavista del Kushistán por orden de Joséphine de Boussac.
Baile de máscaras, campaña de capa y espada para Ánima Beyond Fantasy 3×03. Con Julien Lafleur d’Aubigne (Alcadizaar) y su hermano Jacques (Aldarion), Colette/Noel Leclair de Dunois (Menxar) y Michel Laffount de Gévaudan (Charlie).
Tercera sesión de la temporada que tuvo un poco de investigación previa (el “dormitorio” del falso fraile), luego la necesidad de proveerse de un barco (bien jugado), la aparición de unos balzak como amenaza y la decisión moral de salvar a una inocente o cumplir el plan.
El posible rescate de Véronique nunca llegamos a jugarlo. Una pena, hubiera dado para unas exóticas aventuras.
Esa sesión dejó momentos inolvidables. Aún recuerdo la cara de pánico que pusimos todos cuando Jacques decidió usar su daga de obsidiana como si fuese arrojadiza…
Sí, sobre todo cuando falló y tuvo que buscarla luego de noche entre los matorrales :D.