Baile de máscaras – La vuelta a casa I

Michel Laffount y su hermano Jean Claude, Julien y Jacques Lafleur, Colette Leclair, Chloé de Carbellac, Gwen, Dragunov y su familia, el primer oficial Edgar, el contramaestre Giles y el resto de los supervivientes de El Faraón, tras desembarcar a Curro y su banda en el primer pueblo pesquero que vieron en la gran isla de Adlia, continuaron con el barco tomado en la isla de Pálias y costearon hacia el norte por su cara occidental. Cruzaron el estrecho que la separaba de su gemela Presta y pudieron contemplar el Paseo Marino, el inmenso puente que las unía, tan alto que incluso los galeones de más alta arboladura podían cruzarlo por debajo sin problemas.


Al otro lado del estrecho, en una amplia bahía de la costa de Presta, se levantaba el puerto de Morín, el más grande de las islas. Una ciudad pequeña y provinciana, a ojos de los gabrelenses, que apestaba a estiércol y ganado: las islas eran un importante centro ganadero que abastecía a las principales mesas de Abel, Kanon y Lucrecio, y Morín era su puerto de salida.

El puerto estaba abarrotado. A la habitual presencia de los orondos barcos de transporte de ganado se unían goletas, bergantines, balandras y barcos de pesca y cabotaje, apiñados, buscando la protección del castillo de la ciudad. La noticia del ataque a Eburah se había extendido y nadie se atrevía a hacerse a la mar mientras la gran flota pirata estuviera por aquellas aguas.

Nuestros amigos desembarcaron con intención de buscar pasaje para volver a Gabriel. No fue fácil. No había una línea de pasaje regular entre Presta y Gabriel, pero, con la amenaza pirata y los destrozos producidos, volver a Eburah o acudir a Brudge tampoco les garantizaba transporte. Así pues, buscaron alojamiento mientras Jean Claude, Edgar y Michel intentaban encontrar un transporte: los marineros se quedaron en tabernas del puerto; los demás alquilaron una casita en la zona alta, donde no olía tan mal. El barco de Pálias lo vendieron y con lo que sacaron pudieron costear su estancia.

La principal casa gabrelense con presencia en Morín era la Compañía General del Mar Interior, de la familia Leblanc, duques de Sarrazac, la mayor naviera de Gabriel. A ella acudieron Jean Claude, Edgar y Michel. El representante de la casa en Morín, el caballero Geralt Dieulafoy, se volcó con los náufragos: un barco de la Compañía debía llegar de Lucrecio en unos días y tenía intención de enviarlo directo a Chaville con últimas noticias de los movimientos de los piratas. Ofreció pasaje en él para todo el grupo sin querer oír hablar de un pago.

También se ocupó de presentar a los Laffount, Lafleur, Leclair y Carbellac a la alta sociedad local. Los jóvenes recibieron invitaciones a bailes, tertulias, teatros y conciertos que los mantendrían entretenidos mientras esperaban la llegada del barco.

Uno de los bailes lo organizaba el conde de Presta, el gobernador de la isla. Allí conocieron a su hija Hania, una joven de 18 o 19 años, de larga melena rubia oscura recogida en un laberinto de trenzas y de rostro redondo, más simpático que hermoso. La joven estaba prometida con el primogénito del conde de Adlia (un acuerdo entre las familias gobernantes de ambas islas) y no se despegó de ellos en toda la noche, una vez comprobó que tenían más temas de conversación que el ganado, las cosechas y su precio en el mercado de futuros de Arkángel.

Bailó varias veces con Jacques, quizás porque vio que era el único sin pareja, y habló quizás más de lo que por su posición debiera. A Jacques le quedó claro que temía convertirse en una esposa florero tras su matrimonio y que fuera su marido quien terminara gobernando Presta a su antojo.

Los marineros tampoco tuvieron ocasión de aburrirse y se dice que no pagaron ni una copa mientras estuvieron en Morín. Pronto, la extraordinaria aventura de El Faraón se conocería en todo el Mar Interior.

El barco de la Compañía General llegó a los cinco días. Era un tres palos, muy parecido a El Faraón. Fue una escala breve, una vez el señor Dieulafoy le dio al capitán sus nuevas instrucciones y cartas para Chaville: el tiempo justo para cargar y descargar y aprovisionarse para el trayecto. Al día siguiente, con la primera marea favorable, partían.

No había camarotes suficientes, pero, por orden de Dieulafoy, los oficiales debieron dejar los suyos a los náufragos. Por fortuna, Jean Claude y el capitán se conocían de antes y eso suavizó la situación. Por otra parte, la marinería de ambos buques se alojó junta.

El tiempo fue favorable esta vez, aunque eso no evitó que volvieran los mareos de Chloé. Con un remedio obtenido por Colette en Morín pudo retener la comida y disfrutar de cortos paseos por cubierta, aunque Colette y Michel se fijaron en las miradas de aprensión que dirigía hacia cualquier brizna de nube que asomara por el horizonte.

Para el resto, fue un viaje agradable. En las comidas y cenas, en la cámara, tuvieron que contar otra vez su aventura con los piratas, pero Jean Claude maniobró con soltura y supo arrastrar al otro capitán y a sus oficiales a duelos de anécdotas y batallitas que les permitió no entrar en muchos detalles sobre su extraña aventura.

Por fin, el viernes 17 de agosto de 988, poco más de un mes después del ataque pirata a Eburah, los poderosos fuertes de Santa Elienai y Santa Harael les daban la bienvenida a Chaville.

*****

Julien tenía una misión que cumplir: entregar a los Dragunov. A un pilluelo del puerto le dio una escueta nota para el marqués de l’Aigle Couronné, acompañado de un grueso denario. La nota decía simplemente: «Perdón por no haber podido llegar a tiempo, ya se sabe lo que pasa con estos barcos… Le contaré la historia cuando almorcemos. Un saludo. J.»

Tomó entonces un coche de alquiler con los Dragunov y su equipaje para llevarlos a la casa franca donde debía hacer la entrega. Como llegaba con más de veinte días de retraso, decidió parar a comer algo en la misma calle de la casa, para poder observarla. Parecía vacía, con las contraventanas cerradas y hojas y suciedad acumuladas en los escalones de la entrada. Tras esperar, hacer un reconocimiento sin ver a nadie en la casa y esperar otro rato más, con los hijos de los Dragunov ya bostezando, cayó en la cuenta de que era viernes, y el marqués no era de los que almuerzan en casa un viernes. Así que no le quedó otra que llevar a la familia a su propia casa.

La casa, la misma que ocupó en tiempos Émilien Duchamp, era una casa para un caballero soltero y buscar acomodo a cuatro personas más fue todo un reto para el ama de llaves, pero todos sus criados se alegraron de la vuelta a casa del señor. También le informaron de que una visita lo esperaba desde hacía una hora o más.

—¿Una visita? ¿Quién es? —¿Sería el marqués o un enviado suyo?, se preguntó

—Es una dama, señor —contestó el ama de llaves—, pero no la conozco. Le dije que estabais de viaje, pero ella contestó «Ya no» e insistió en esperaros.

Dejó a los Dragunov al cuidado del servicio, con órdenes de no dejar que se cruzaran con la visita, y subió al despacho. Una joven algo mayor que él, alta y delgada, de cabello negro y ondulado y ojos furiosos se movía por la habitación como una pantera enjaulada, para temor de Grégoire, el mayordomo.

—¡Valiente incompetente! —le espetó a Julien conforme el joven entró—. No sólo llegas —el tuteo no le pasó desapercibido— veintidós días tarde, sino que envías un mensaje sin indicar dónde contestarte y, peor aún, ¡me haces esperar una hora y media!

Julien despidió al mayordomo y encaró el chaparrón con su sonrisa más encantadora:

—Disculpe, señorita, pero no es con usted con quien esperaba mantener esta conversación. Espero que al menos la hayan atendido bien en mi ausencia, aunque quizá su llegada haya causado cierta sorpresa en mi personal. Me temo que hubo problemas en el viaje que no pude eludir. ¿Querría sentarse para que pudiéramos hablar todo esto con más calma? —dijo, mientras servía dos copas—. Oh, parece que también me he olvidado de mis modales durante el viaje. —Agita la cabeza levemente, manteniendo su sonrisa—. Julien Lafleur, para servirla.

—¡Sé quién eres, mozalbete! —Avanzó hasta quedar a un palmo de distancia de Julien y le clavó el dedo índice en el hombro tres veces—. Espero, por lo menos, que mis cachorros estén bien. Vendré mañana a por el paquete. A las 8. Espero que sepas madrugar. No hace falta que me acompañes, conozco el camino.

Salió como un torbellino, casi sin dar tiempo a los criados a abrir la puerta de la calle.

A las 8 de la mañana del sábado, puntual como un reloj ilmorense, la joven llamó a la puerta. Un carruaje grande y sin distintivos esperaba tras ella.

—Supongo que habrá desayunado, muchacho. No querrá hacer esperarme otra vez. Yo sólo soy el chófer y hay gente con menos paciencia ahí donde vamos.

—Buenos días, señorita. Me alegro de verla. Nosotros ya hemos desayunado, ¿Quiere usted algo? ¿Un pastelillo de canela quizá? Está todo dispuesto. Siento de veras haberla hecho esperar ayer, pero entenderá que no puedo dejar que se vuelva a usted a marchar de mi casa sin conocer antes su nombre, y menos con un paquete tan importante como el que aguarda en mi salón. —Y sonrió, encantador, como si fuera la personificación de la amabilidad y el buen humor, derritiendo las defensas de la joven.

La joven se relajó y sonrió. Le dio la mano para que se la besara.

—Anastasia Seyrès. Le aceptaría ese pastelillo. No he tenido ocasión de desayunar.

Hicieron al cochero ir a la entrada de carruajes, en la parte posterior, y allí, con ayuda de los criados, cargaron el equipaje de los Dragunov, teniendo especial cuidado con los planos y herramientas del maestro armero. El coche los llevó, cruzando toda la ciudad, hasta el extremo oriental de Chaville, a una casa bastante grande, con jardín, y separada de las demás por una alta tapia. Dos hombres se acercaron a atender el coche. El que abrió la portezuela era Christopher de Saint-Pierre, capitán de la casa de poniente de la guardia, conocido ya de Julien y al que saludó con efusividad. Él mismo los acompañó al interior de la casa y se quedó con los niños, mientras Anastasia llevaba al matrimonio y a Julien a la salita.

Dentro, esperaban el marqués de l’Aigle Couronné y el archicanciller Joshua Fardelys, ambos vestidos con sencillez. Joshua dio la bienvenida a los Dragunov, dándoles las gracias por venir a Chaville y lamentando las incomodidades y peligros del viaje. Los Dragunov dieron a su vez las gracias y contaron la valentía mostrada por Julien y su grupo para traerlos sanos y salvos.

El marqués les informó entonces de que su nueva casa estaría en Bellegarde. La pequeña ciudad era cuna de artesanos espaderos que, en los últimos lustros, también fabricaban las excelentes pistolas y tercerolas gabrelenses. Allí se le había preparado un taller y todas las comodidades. También les comunicó que los primeros meses tendrían limitada su movilidad por Gabriel, por su seguridad, pero que esperaba que la familia pudiera disfrutar de las fiestas de primavera de Dupois del año que viene.

Por último, relevó a Julien de su responsabilidad con los Dragunov: de su seguridad se encargaría ahora el capitán Christopher de Saint-Pierre.

Terminadas las formalidades, el archicanciller y el marqués se retiraron, este último tras quedar con Julien para almorzar al día siguiente, para que el joven le presentase el informe completo. Julien se marchó al poco, tras despedirse de sus protegidos. Dragunov le estrechó la mano con tanta fuerza que recordaría su apretón durante mucho tiempo. Alda le dio dos besos y le pidió que diera las gracias al resto de tus compañeros. Tanya, la niña, le retuvo unos momentos, mientras preparaba una corona con plantas del jardín para Gwen.

Con esto, terminaba la misión de Julien y pudo ir a comer con sus padres.

*****

Jacques se fundió con el gentío del puerto, vio partir a sus amigos y tomó un coche para ir a su propia casa. Se dio un baño, se adecentó y envió una carta al marqués de l’Aigle Couronné avisando de su vuelta. También otra a su hermano, para que fuera a cenar a la casa familiar y así presentarse los dos, invitación a la que Julien, ocupado como hemos visto, no pudo responder. Luego, tomó su caballo para ir a ver a sus padres.

Cuando aún estaba cruzando la verja de entrada de la mansión y ningún criado había tenido tiempo de salir a recibirlo, oyó el sonido del piano y una hermosa voz de barítono que cantaba una canción ligera en el pintoresco ogashima, esa mezcla de latín y yamato que se hablaba en el vecino principado de Phaion.

No era la voz de su padre, así que, arrugando el entrecejo, ató el caballo al castaño y se deslizó entre los rosales hacia las ventanas abiertas del saloncito azul, de donde provenía la música. Vio a De Morcef al piano, con Franz d’Épines de pie al lado, cantando. Su hermana Julie, sentada en el sofá junto al piano, aplaudía feliz, con la madre vigilando desde el sillón del fondo, mientras hacía punto. No le dio tiempo a más. Pese a que no había hecho ningún ruido, su hermana se volvió hacia él y lo saludó:

—¡Hermano!

Escondiendo su sorpresa, Jacques esbozó su mejor sonrisa y saltó ágilmente al interior del saloncito.

—Madre, hermana, señores, buenas tardes. Lamento mi tardanza a esta agradable reunión.

Abrazó a su madre y dio un beso en la mejilla a su hermana, que se apartó con un mohín de disgusto. En la casa empezaba a escucharse revuelo: algún criado había reconocido el caballo. Su padre entró en tromba en el salón y corrió también a abrazarlo. Los dos invitados vieron que sobraban y se despidieron discretamente. Franz d’Épines, al salir, le dijo a Jacques:

—Me alegro de verlo sano y salvo, aunque no puedo decir que me sorprenda: vuestra hermana repetía una y otra vez que, si os hubiera pasado algo, ella lo sabría, y lo decía con tanta seguridad que no pude sino creerla. Y tenía razón. Espero poder oír sus aventuras.

—Igualmente encantado de veros, pero las buenas visitas, si breves, dos veces buenas —contestó, mordaz, Jacques.

Franz rio al oír eso y pasó el brazo sobre el hombro de Albert de Morcef, llevándoselo hacia la salida.

—Albert, amigo mío —dijo, en voz lo suficientemente alta para que Jacques lo oyera—, el cancerbero ha vuelto.

El resto de la tarde fue de reencuentro familiar. Los criados lo saludaban, con lágrimas en los ojos los más viejos, sus padres lo atosigaron a preguntas y su hermana, aunque manteniendo las distancias, se mantuvo siempre en la misma habitación, con media sonrisa en los labios. Los tres le insistieron tanto para que se quedara a cenar y a dormir, que Jacques tuvo que ceder. Sólo pidió un rato para escribir y mandar unos mensajes.

Durante la cena, se vio obligado a contar las aventuras vividas, aunque sin mencionar los extraños encuentros en Pálias. Hubo alguna puya de su madre hacia su hermano por no acudir a cenar y Jacques se sintió en la obligación de defenderlo:

—Estoy seguro de que Julien es el primero que querría estar aquí con nosotros, pero fuisteis vosotros quiénes le obligasteis a tomar la carrera militar y hacerse más responsable. —Miró a su padre con cara burlona—. Pues no le queda entonces ahora más remedio que atender a sus obligaciones como miembro del ejercicio. Al fin al cabo sus compromisos son para con Gabriel antes que para su familia.

Luego llegó su momento de enterarse de lo sucedido en su ausencia. Su madre le informó bien presta de la presencia de los marqueses de Ferdeine y de su hija Eloise.

—Vinieron a primeros de agosto acompañando a su protegida, madmoiselle Prevoye, que está dando unos conciertos en Chaville. Eloise está muy preocupada por las noticias, así que, mientras escribías tus cartas, me he tomado la libertad de avisarlos de tu regreso e invitarlos a comer el domingo.

Su padre, por su parte, comentó que había habido varias bancarrotas por el asunto de la seda shivatense.

—¿Los Laffount se han visto afectados? —preguntó Jacques—. Nos han prestado gran ayuda y han arriesgado la vida por nosotros. No me gustaría que la familia de Michel sufriera las consecuencias de un emperador caprichoso.

—¿El conde de Gévaudan? Creo que todos esperábamos su quiebra, pues es de los principales importadores de Shivat. Y más cuando las autoridades incautaron El Faraón en Eburah. Pero ese viejo zorro debía tener un as en la manga, pues sigue pagando sus obligaciones sin más. Aunque se dice en los mentideros que ha tenido que malvender activos: propiedades y acciones.

—No haría caso a tales chismes —repuso Jacques, ocultando la preocupación que le despertaban las palabras de su padre—. Yo mismo he esparcido rumores de mis rivales porque se habían llevado a la chica al baile.

*****

A la mañana siguiente le llegó un mensaje de Eloise de Ferdeine. La joven se alegraba mucho de su vuelta y le pedía que la recogiera a las 7 para ir al recital de Prevoye. Hecho un manojo de nervios, apenas acertó a garabatear una respuesta. Luego, se acercó a su piso a recoger ropa adecuada y alquiló un coche para la tarde.

Julien llegó, como sabemos, para el almuerzo. Su hermana Julie, que estaba en el jardín, de seguro esperándolo, se le lanzó al cuello en cuanto lo vio.

—Estaba muy preocupada, hermano. Temía que te hubiera pasado algo. O que Jacques te hubiera arrastrado en alguna mala aventura. —Lo agarró como su tuviera miedo de que se fuera a desvanecerse en el aire y lo llevó con sus padres.

Los padres, como no podía ser de otra forma, le dieron una cálida bienvenida, aunque no se escapó de las recriminaciones de su madre por no haber acudido antes.

—Es un hombre hecho y derecho con sus obligaciones. Su tiempo no es suyo y a los padres nos toca esperar —lo defendió su padre.

En la comida estuvo toda la familia reunida. Las aventuras de los dos hermanos fue el acompañamiento, como no podía ser de otro modo. Julie, tan callada con Jacques la noche anterior, bombardeó a Julien con preguntas sobre Arkángel —sus monumentos, sus teatros y conciertos, su moda—, sobre los piratas, sobre el naufragio… Su madre intentó contenerla, sin éxito, pero Julien, todo un hermano encantador, contestó todas sus preguntas. Eso sí, ocultando las partes más oscuras y desagradables.

—Pero basta de hablar de nosotros. ¿Cómo estáis vosotros? —forzó el cambio de tercio al llegar los postres.

—Podemos decir que nuestra hermana ha estado muy apoyada y acompañada en nuestra ausencia por los señores D’Épines y De Morcef —comentó Jacques, recordando la velada de la tarde anterior.

El rubor ahogó el rostro de Julie.

—Han sido muy atentos —dice la madre—. En cuanto corrió la noticia de lo de Eburah, no han dejado de acompañar a vuestra hermana.

Luego habló de los cotilleos de verano, que Jacques ya había escuchado la noche anterior, y de la presencia de los Ferdeine en la ciudad. El padre volvió a comentar las bancarrotas por el asunto de la seda shivatense. Y no sólo eso: ya con Julien, el heredo, presente, también habló de los negocios familiares y de cómo también se habían visto afectados, no por el asunto de la seda, sino por otras decisiones del emperador, igualmente extrañas y que tenían a los mercados locos: aranceles absurdos sobre la cebada, nuevas normas sobre la lana, prohibición del uso de ciertos tintes…

La diferencia de trato a los dos hermanos era tan evidente, que Jacques saltó desabrido:

—¿Cuándo pensabas mencionarme este asunto? Hasta donde yo sé, soy parte de esta familia y podría ayudaros en lo necesario si me lo pidieseis.

—Hablo con tu hermano de los negocios familiares porque es el heredero y ha demostrado ser un hombre de fiar. —Julien padre hizo caso omiso de los intentos de su esposa para que se calmara y continuó—. Hablaré también contigo cuando me demuestres que estás preparado.

—Calma, hermano —intervino Julien hijo—, estos temas no son para profundizarlos durante una comida. —Se volvió hacia su padre—. El viaje le ha sentado bien, padre. Después de todo, tú mismo has visto que, al empezar a hablar de temas «aburridos», se ha interesado por ellos, en lugar de tratar de escapar con sus amigos y salir a tomar unas copas hasta que se olvide de los piratas ¿No es justo ésta la clase de señal que estabas esperando?

El padre refunfuñó ante la reprimenda de su hijo mayor, pero la aceptó y le pidió disculpas a Jacques.

—Los nervios de estas semanas sin conocer vuestro destino hablan por mí. Ruego me disculpes. Jacques, no era mi intención herirte.

La joven Julie, incómoda por la discusión entre su padre y sus hermanos, intentó cambiar de conversación:

—El barón d’Épines me ha regalado un sombrero con las plumas más bonitas que he visto nunca. Dice que son de aves de Kashmir y que las cazó él mismo esta primavera.

— He oído que la moda allí es exótica cuanto menos, debe ser una gran pieza —dijo Jacques— ¿Suele ir a menudo el barón por allí? Porque sería una lástima que sus viajes se interrumpan por culpa de la piratería.

—Sí que viaja. Me ha contado que unos arqueólogos de la universidad de Lucrecio querían que les hiciera de guía en un viaje al desierto de Salazar, pero ya tenía este viaje a Kashmir. ¡Y la expedición de Lucrecio ha desaparecido! ¡Se la tragó el desierto! Por cierto, ¿cómo está Colette de Dunois? No puedo ni imaginarme lo mal que lo habrá pasado, con los piratas.

—Supongo que a buen recaudo en su casa, ¿no, hermano? —contestó Julien—. Al igual que Jean Claude y Michel Laffount, y Chloé, la hija de los Carbellac.

—Espero por Cristo que así sea. Lo único que faltaba es otro secuestro.

El moscatel se le atragantó a Julien. Había pedido antes de desembarcar a Jacques que acompañara a Colette a casa. ¿Significaba eso que no lo había hecho? ¿La habría dejado sola en el puerto? ¿Estaría bien? Ah, de repente, quería estrangular a su hermano.

Aquel silencio de Julien marcó el final de la comida. Su hermana había quedado para tomar el té con unas amigas; su madre se retiró para echarse un rato, pues el calor húmedo del verano, según dijo, le sentaba fatal; y el padre, quizá para no estar con Jacques en ese momento sin la cobertura de las dos mujeres, también se excusó y se retiró a su despacho.

Quedaron solos los dos hermanos. Jacques, que no podía quitarse a Eloise de la cabeza, sacó el tema de la maldición familiar que creían sufrir los dos hermanos.

—Esta última aventura, donde casi no la contamos, me ha hecho darme cuenta de que pienso en ella de un modo más profundo. Me importa. Pero mi situación… No sé si será una maldición, pero hay algo tenebroso en mí, lo vi en Ourges. No puedo pensar en un futuro así.

—No dejes que una sombra te impida tener un futuro con la mujer que te importa. Sabemos que tiene algo que ver con los elfos, pero no podemos confirmar que sea intrínsecamente algo malo, ¿no crees?

—Entiende que me preocupe. No querría pensar que pasaría si Eloise y yo… —Sacudió la cabeza—. No quiero involucrarla, pero tampoco puedo ocultarle esto mucho tiempo. Supongo que te pasará lo mismo con Colette.

—Colette ya lo sabe. Vio mi cicatriz la primera vez que tuvo que coserme, cuando nos atacaron esos piratas de río… Y fue ella la que descubrió el artículo que te enseñé en la biblioteca de la universidad. A todo esto… ¿Olvidaste acompañarla a casa?

Jacques puso cara de sorpresa. Se había olvidado por completo de la petición de su hermano en el barco.

—No solo se acompaña a una dama a su casa si quieres algo de ella —siguió Julien, incapaz de enfadarse con su hermano: podía más la alegría por verle pensando en su futuro—. ¿Vas en serio con lo que le dijiste a padre? No pensaba que te interesaran esas cosas. ¿Es por lo que me has dicho de Eloise?

—En parte por eso, en parte aburrimiento, en parte responsabilidad familiar. Si no cuido yo esto, ¿quién lo va a hacer? —rio.

Julien volvió a rellenar los vasos.

—En fin, me alegro. Si de verdad lo tienes claro, no creo que padre se oponga, pese a sus palabras de antes. De hecho, si vas ahora a su despacho, le ofreces una bebida y le vuelves a demostrar tu interés, estoy seguro de que la próxima vez se pensará dos veces sus palabras.

Jacques paladeó el moscatel y torció el gesto. Demasiado dulce. Pero debía tocar un tema más que le dejaba la garganta seca. Alguien más podía estar involucrado en la maldición.

—Julie —susurró—. Creo que debemos contárselo.

—La he visto feliz, incluso se ha sonrojado cuando hemos hablado de sus pretendientes… ¿No crees que sería mejor esperar a que sepamos qué es lo que está pasando antes de asustarla aún más? —suspiró—. Quizás padre sepa algo… Pero me cuesta preguntarle, si te soy sincero. Temo que nos tome por locos o que decida alejarnos de aquí por si se descubriera algo.

—Sus pretendientes aseguraban que Julie sabía que yo estaba a salvo. También supo que había vuelto a casa, aunque no podía verme. Creo que puede ser la misma sensación que tuve yo cuando la secuestraron. Debe intuir cosas y está perdida.

—No se parece a nada que yo haya sentido… —Desvió la mirada—. Quizás nuestra herencia se muestre de distintas maneras en cada uno de nosotros… ¿Estás seguro de lo que dices?

—Casi completamente.

—Está bien. Lo pensaremos, juntos. —Dio un trago—. Puestos a ser sinceros, yo también quiero contarte algo… Voy a hablar con nuestros padres sobre futuro. Sobre mi futuro. Quiero que Colette esté incluida en él. De verdad que creo que es lo mejor que me puede pasar en la vida, pero no sé cómo decírselo sin traicionar uno de tantos secretos que tenemos.

—Si es lo que crees, hazlo. Si te dicen que no, ya pensaremos el modo de burlarnos sus normas.

—No, Jacques. Tienen que decir que sí. No creo que las cosas puedan seguir mucho más tiempo como están ahora. ¿Cuánto crees que tardarán nuestros padres o los de ella en buscarnos a otros pretendientes? En fin, hermano, tengo que hacer una visita ahora. Disfruta del recital.

Los dos hermanos se abrazaron antes de despedirse. Jacques subió a su habitación a prepararse para el recital. Se movía distraído. No podía dejar de pensar en Eloise, claro, pero también en la conversación con su hermano y en la discusión con su padre.

Finalmente, tomó una decisión y bajó con paso nervioso al despacho de su padre. Suspiró, se alisó de forma mecánica unas invisibles arrugas en la camisa y llamó a la puerta. Su padre lo invitó a entrar.

Frente a su padre, Jacques se sintió más nervioso que en la emboscada de los piratas.

—Quería disculparme por mi comportamiento en la comida de hoy. No era mi intención recriminarte nada, pero en este viaje me ha dado tiempo para pensar en la familia. Sé que en los años anteriores no he sido un hijo ejemplar, pero creo que estoy preparado para tomar ciertas responsabilidades.

Su padre asintió en silencio. Se veía que él también había estado meditando sobre lo ocurrido.

—Bien sabe Dios que he intentado siempre ser un padre justo. Tu hermano traicionó mi confianza y por eso lo mandé al ejército. Parece que allí lo enderezaron o decidió enderezarse y ha vuelto siendo un hombre honorable. No tengo motivos, más allá de mis prejuicios, para pensar que tú no puedas ser tanto o más que tu hermano y convertirte en un verdadero D’Aubigne. Estaría ciego si no viera cómo has cambiado en el último año. Ruego disculpes a este viejo, que ha pagado contigo el enfado que siente por haber fallado al criaros y educaros y haberos dejado ese duro trabajo a vosotros mismos.

—No hay nada que disculpar. Como padre has hecho lo que estaba en tu mano para criar a tus hijos. Amaestrar leones es una tarea difícil, aunque eso ya lo sabéis. Aunque debo felicitaros por Julie —dijo Jacques, dejando escapar una risita—. Ella ha salido bien desde el principio. O tiene más recursos para evitar que os enteréis.

Por unos instantes, el rostro de Julien padre fue un rictus de terror.

—Pero no he venido a hablar de nuestra educación. He estado hablando con Julien, y bueno… Se trata de Eloise. Creo que estoy preparado para pedirle la mano.

La expresión de Julien padre pasó del terror a la felicidad absoluta en un parpadeo. Se levantó, fue al mueblecito bar y rebuscó hasta sacar del fondo una polvorienta botella de coñac que guardaba para las grandes ocasiones. Le sirvió una copa a su hijo. Llenó la suya y la alzó.

—Tienes mi bendición, hijo —dijo, con los ojos húmedos.

Bebieron los dos. Jacques parecía haberse quitado un gran peso de encima. Su padre paladeaba la noticia.

—Mañana comemos con los Ferdeine —continuó Julien padre—. Podremos tratar el tema de manera informal con ellos y organizar la pedida de mano oficial para otoño… Pero, primero, debes saber si ella acepta. Me casé por amor y, ¡que me aspen si consiento un acuerdo matrimonial entre familias a espaldas de los contrayentes!

El momento de relajación de Jacques se esfumó. El peso de la decisión que había tomado se le vino encima de golpe.

—¿Debería llevarle un regalo? ¡No he comprado nada! ¡No tengo flores! ¿Hay rosas en el jardín? —Sus piernas flojearon. Se dejó caer en la silla, mirando a su padre con pánico.

En ese momento, llamó a la puerta el mayordomo.

—El coche le espera, señorito.

*****

Daba el Reloj de la Torre las 7 cuando el coche de Jacques llegaba al palacete de los marqueses de Ferdeine. El portero le saludó al pasar la cancela. No era el mismo del año anterior: éste parecía más un matasiete que un portero.

No tuvo tiempo de pensar en eso. Un criado salió de la casa a tiempo para abrirle la portezuela y, al momento, Eloise salió a la puerta y bajó las escaleras. Estaba resplandeciente, con un hermoso vestido azul y un chal sujeto por una amatista como una nuez. Jacques la esperó al pie de la escalera y le besó la mano, con su mejor sonrisa seductora. Ella le correspondió con una sonrisa cálida.

—Me teníais muy preocupada. Las noticias que llegaban de Eburah eran inquietantes.

Al ayudarla Jacques al subir al coche, le susurró al oído:

—Me temo que esta noche mi padre nos ha puesto un molesto celestino.

Jacques se dio la vuelta. De la casa salía un hombre atlético, de unos treinta años, tez pálida y perilla bien cuidada. Vestía todo de negro y descansaba con indolencia la mano en una espada más de matar que de vestir. Había algo en él que le resultaba familiar.

—Mi nombre es Jean Pierre —se presentó el hombre de negro—. Pero ya nos conocemos, señor. Camino de San Serván, en Dupois, la primavera del año pasado. Tuvimos un malentendido camino de un duelo.

Durante el trayecto, Eloise le contó que sus padres insistieron en contratar escolta para ellos y para Prevoye, pues les pareció que eran vigilados desde su llegada a Chaville. Jacques se interesó al momento, pero Eloise le quitó importancia y prefirió saber de las aventuras vividas por el joven.

Y así, hablando del viaje y de las maravillas de Arkángel, llegaron al Palacio del Archicanciller. Todos los veranos, Alystaire Fardelys organizaba unos bailes y recitales para amenizar una época del año en que la ciudad quedaba semidesierta en lo que a la alta sociedad se refería: agrupaciones de cámara, solistas, buffets exquisitos… Todo para un selecto grupo de invitados.

Se celebraban en un palacete separado del edificio principal, entre los jardines. Tenía grandes ventanales abiertos, para que corriera la brisa nocturna. Había cien o ciento veinte invitados, de los que Jacques conocía a menos de los que esperaba. Había marqueses, duques y archiduques y dignatarios extranjeros. Era posible que Jacques fuera el único de familia condal de la velada.

El hombre de negro se quedó con el cochero, de forma que los dos jóvenes pudieron moverse por el jardín y el palacete sin carabina.

El recital era bastante informal. Tenía dos solistas de renombre (Prevoye y una oboísta de Chaville) y un conjunto de cámara con bastantes músicos que se iban rotando para amenizar el resto de la velada. Los invitados aprovechaban también para comer, pasear por el jardín, hablar de negocios… Al ser sábado, le informó Eloise, la velada terminaría con un baile que podía durar hasta bien entrada la madrugada.

Cuando llegaron, faltaba aún un buen rato para que actuara Prevoye, así que Jacques propuso salir al jardín.

—Primero hay que saludar. Prevoye lleva todo el mes tocando aquí dos días en semana y yo vengo siempre, con o sin mis padres. Como somos sus mecenas, siempre se me presenta alguien. Ahora me toca presentarte a ti. Ahí está el archiduque Beaumont. Ven… —Y arrastró a Jacques de grupo en grupo, presentándole a un montón de gente.

Justo antes del recital de Prevoye, apareció Alystaire Fardelys, levantando suspiros y aplausos por igual. Dio un pequeño discurso y se paseó por el salón, saludando aquí y allá. Se paró también a saludar a Eloise. Al enterarse de quién era Jacques, exclamó:

—¡Ah, los jóvenes de Eburah! Me alegro de vuestra vuelta.

—Alteza —dijo Jacques haciendo una reverencia—. Veo que las noticias han llegado rápido.

—No se habla de otra cosa hoy.

—Debo decir que es un honor estar en vuestra presencia y espero que la mía no llene demasiado de chismorreos esta maravillosa velada.

—Oh, es una noche de verano. ¿Qué mejor momento para chismorreos inocentes? Ya tendremos tiempo para veladas llenas de conversaciones de estado y tratados comerciales. —Permitió que Jacques le besara la mano y siguió su ronda de saludos.

—Desde luego —susurró Jacques a Eloise, aún impactado por el encuentro—, no sabía que hubiésemos llamado tanto la atención. No al menos de las más altas esferas.

Disfrutaron del recital de Prevoye. La joven había mejorado desde la última vez que Jacques la escuchara. Su padre, se fijó, no debía estar en Chaville, pues la joven no vestía el habitual empacho de volantes y encajes, lo que la hacía parecer mayor. Es decir, de la edad que tenía. Sería, pensó Jacques, como su hermana Julie.

En el recital también estuvo el archicanciller Joshua Fardelys, aunque Jacques no lo había visto entrar. Estaba acompañado de una joven con la que intercambió bastantes palabras.

Tras saludar a Prevoye y felicitarla por la actuación, Eloise dejó de moverse de un lado para otro, lo que aprovechó Jacques para sugerir que, ahora sí, tomaran unas bebidas y dieran un paseo por los jardines. No fue difícil para el joven irla llevando en busca de un lugar con encanto y vacío. Cuando lo encontró, intentó calmar los nervios para poder hablar, pero Eloise se le adelantó.

—Mis padres no dejan de hablarme de matrimonio —soltó, de sopetón.

—¿Qué? —El ponche se le atragantó a Jacques—. Quiero decir… continúa.

—Me preguntan si hemos hablado ya de matrimonio. —Suspiró—. En Dupois, los pretendientes vuelven a atosigar mi puerta.

—Entiendo entonces que os alejéis de Dupois. Mi hermana Julie también tiene unos cuantos detrás, aunque no sé si se ha decidido por alguno.

—Dicen que sois un mujeriego incorregible y que sólo pretendéis añadir otra muesca a vuestra lista de conquistas. Y estoy tentada a creerlo, porque he visto cómo se derretía Prevoye ante vuestros cumplidos y, ¡hasta la hermana del archicanciller os miraba de arriba abajo!

—Es posible que antes, hace un par de años, no pensase con claridad. —La cogió de la mano—. Pero eso cambió hace meses, al conocerte. Eloise, en este viaje, tras todo lo ocurrido en Eburah he tenido tiempo para pensar en las cosas que me importan y tú estabas siempre la primera en mi pensamiento. Lo que otras mujeres digan o hagan al verme es cosa suya, aunque se trate de la hermana del mismísimo archicanciller.

Eloise liberó la mano y lo señaló con el dedo.

—¿Le decís eso a todas? ¿Hasta que os lleváis su virtud?

—Entiendo que creas eso, pero no es así, te lo aseguro. No puedo probar mis palabras más que con mis actos. —Tragó saliva—. Quería traerte aquí con un fin, sí, pero no el que imaginas.

Agachó la cabeza mientras buscaba formular la frase correcta.

—Eloise, mi amor, lo que realmente quería saber es —alzó la mirada hasta encontrar la de su amada— si querrías… Si querrías acompañarme el resto de mi vida, como mi esposa.

Ella retrocedió dos pasos, titubeante.

—¿Tanto anheláis mi título y fortuna? —murmuró insegura.

—¿Me he aprovechado yo en algún momento de vuestro título o vuestras riquezas? Mi padre mismo se casó con mi madre por amor y no pretendo ser menos. —El tono de Jacques pasa de la indignación a la tristeza—. Si vuestra respuesta es un no, lo entenderé, pero os prometo que mis sentimientos son claros y sinceros.

—¡Oh, Jacques! —Eloise se arrojó en sus brazos, vencida por tanto amor.

Baile de máscaras, campaña para Ánima Beyond Fantasy, 2×06. Con Julien Lafleur d’Aubigne (Alcadizaar) y su hermano Jacques (Aldarion), Colette/Noel Leclair de Dunois (Menxar) y Michel Laffount de Gévaudan (Charlie).

En primavera, sin posibilidad de jugar en mesa, probamos el Discord para jugar la vuelta a casa de los personajes. Ha sido mi primera (y, muy probablemente, única) partida en texto que he llevado. Consumió demasiado tiempo y esfuerzo, aunque también nos permitió desarrollar escenas de los personajes en solitario que en mesa, por fuerza, habrían sido mucho más breves.

Retomar la campaña, cuando va camino de cumplirse un año de la última sesión en mesa, pasa por releer los canales del Discord y escribir la consiguiente entrada. Como creo que es una pena que todo lo escrito allí se pierda, me he enfundado el mono (¡y las tijeras!) del editor para intentar darle forma.

3 comentarios para “Baile de máscaras – La vuelta a casa I

  1. Y con esto empieza una semana bastante movidita para los hermanos Lafleur…

    Con respecto al críptico mensaje de Julien a su llegada: además de no saber ya ni a qué día estaba, diré que el pobre está ya paranoico de tantos piratas, espías de Lucrecio, la Orden del Cielo o la Iglesia, así que prefería que el bueno del marqués no se enterara de nada antes de dar la voz y que se enterara alguien inadecuado, pues, en cualquier caso, sabía que su mero regreso ya llamaría la atención… Aunque en mi mente estaba clarísimo que entendería que iba a comer, y deduciría que simplemente iría a donde tenía que llevarles en primer lugar.

    Con ganas de ver lo que han estado haciendo los demás, de lo que queda por ver de los Laffleur, y sobre todo, de poder reunirnos de nuevo y continuar con Baile de Máscaras.

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