Baile de máscaras — La música de las esferas

Madeleine Prevoye era obsesiva hasta límites insospechados, como descubrieron, muy a su pesar, Noel y Colette. La muchacha se enfrascó en el montaje de la caja de música, perdiendo la noción del tiempo, saltándose comidas y olvidando compromisos previos. Noel fue quien más la sufrió, convertido en su ayudante. No porque supiera de música, pues no tenía más formación que la habitual en jóvenes de la alta sociedad, sino por su talento con las matemáticas. Haciendo caso omiso a las, por lo demás tibias, protestas de los padres de Noel, ocuparon los dos el salón del piano y, con la ayuda de un relojero que les suministró piezas para hacer de pasadores y las herramientas que Madeleine no tenía, la reconstrucción de la caja avanzó a ojos vista.


Volvía Colette de casa del conde de Carbellac, tras la clase semanal, acompañada de Michel, cuando vio mucha agitación en la puerta de su casa: criados corriendo y haciendo grandes aspavientos, transeúntes parados y mirando tanto la casa como avenida abajo.

Temiéndose lo peor —una represalia de la condesa de Boussac o del Culto—, hizo parar al cochero en la cancela y bajó de un salto a interrogar a una de las doncellas.

—¡Ay, señorita! ¡Su invitada se ha vuelto loca! Ha atacado al señorito y ha salido corriendo.

Entraron corriendo en la casa. En el caos del salón de música encontraron a Noel conmocionado, con una brecha en la cabeza. Se dieron cuenta de que faltaba la caja de música.

—La completamos —acertó a decir Noel—. La música… Parecía en trance. Iba a pedir ayuda y me golpeó.

—Voy tras ella —dijo Michel.

Llamó a voces Colette a los criados para que le trajeran el botiquín y para poner orden en aquel caos. También mandó avisar a los hermanos Lafleur, que vivían cerca. Por fortuna, se encontraban en casa y, en menos de un cuarto de hora, estaban ya en presencia de Colette con las armas preparadas.

Siguieron los pasos de Michel, que se había ocupado de facilitarles el rastro, y lo alcanzaron junto a una iglesia en la parte antigua de Gabriel, un laberinto de callejas, casas viejas y postigos entrecerrados.

—La he perdido en esas callejas —les contó—. La vi desde el campanario: entró y no salió, así que debe estar en alguna casa. Hay que darse prisa: hay más gente tras ella.

Colette escribió unas líneas apresuradas contando lo ocurrido, llamó a dos rapaces que jugaban en las escalinatas y les dio unas monedas para que llevaran las notas al marqués de l’Aigle Couronné y a la casa de la guardia, al capitán Saint-Pierre.

—Me quedaré aquí a esperarlos. Tened cuidado. —Se moría por ir con ellos, pero era consciente de que, esta vez, iba como ella y no como su hermano.

Jacques y Julien siguieron a Michel por las callejuelas hasta un registro abierto que daba acceso a las alcantarillas. Era el único camino que podía haber seguido Madeleine. Aquello era un laberinto resbaladizo y maloliente; cloacas más antiguas que la propia ciudad. El ruido de la calle y de las casas les llegaba muy amortiguado y, entre estos y el ruido del agua correr, a Michel le pareció escuchar otros sonidos: unas notas apagadas; el ruido del acero contra la piedra; voces indistinguibles. Fue Jacques quien guio al grupo. El escuchaba las notas con claridad y sentía que le llamaba como la luz de una vela atrae a una polilla. Era también quien mejor veía en la oscuridad y la poca luz que entraba por las rendijas del techo de la galería le bastaban. No así a sus compañeros, así que Julien volvió a la plaza a pedir una lámpara al sacerdote y explicar a Colette el camino que seguían.

Unos minutos más tarde, llegó a la plaza un destacamento armado. Sus ropas no escondían sus maneras de soldado, ni sus espadas, dagas y pistolas. Al frente iba el marqués de la Tour d’Azur. No prestaron atención a Colette, una mujer más en la plaza, y llegaron hasta la calleja. Un hombre salió a recibirlos y le dio las novedades al marqués. Desde su posición, Colette acertó a escuchar «La víbora» y «luego, tres jóvenes». Luego, el marqués y su gente, tras dejar los caballos con uno de los hombres, se internaron en la callejuela.

Cuando ya no aguantaba más la espera, apareció a la carrera el marqués de l’Aigle Couronné. Al verla, corrió hacia ella y la tomó del brazo.

—¡Contádmelo todo!

Colette le puso al corriente mientras lo guiaba a la entrada a las alcantarillas. Justo cuando llegaban, vieron salir a uno de los hombres de La Tour d’Azur, que se volvió y ayuda a subir a Julien, con Madeleine en sus brazos. Luego, salieron Jacques y Michel. Los tres cubiertos de sangre propia y ajena.

Colette corrió a examinar a Madeleine.

—Tengo que llevarla a casa. Necesito uno de sus caballos —le dijo al hombre de La Tour d’Azur.

—Señorita, no puedo…

—¡Obedezca! —exclamó L’Aigle Couronné.

—¡Coronel! —Se sorprendió el hombre, al fijarse en el marqués. Éste lo fulminó con la mirada.

Michel tocó el hombro del marqués.

—Ahí abajo hay hombres de La víbora, pero también algo más. Un monstruo de luz y fuego. Uno… que haya despertado.

El marqués soltó una maldición. Les quitó la lámpara y bajó a las alcantarillas. Un resplandor extraño iluminaba las alcantarillas y le llevó hasta el grupo de La Tour d’Azur. Los hombres se hicieron a un lado al verlo llegar. Cincuenta pasos por delante, una extraña criatura de aspecto de ángel vengador terminaba de destripar a varios hombres que no habían corrido lo suficiente.

—Menuda ha liado esta vez, señor De la Croix —le dijo al marqués de la Tour d’Azur.

El interpelado le miró de reojo, sin traslucir sorpresa.

—Humildemente, reconozco no tener nada que ver. Los discípulos del señor de Carbellac se me han adelantado, de alguna forma que no logro entender aún.

El marqués de l’Aigle Couronné asintió.

—Yo ya empiezo a acostumbrarme. —Señaló al monstruo con la barbilla—. ¿Ha visto alguno de esos antes?

—Sólo en grabados. Temíamos que hubiera alguno.

—Alguno hay. Por fortuna o por buen hacer, sólo ha despertado uno.

Miró con sorpresa Loup de la Croix al marqués de l’Aigle Couronné, giró apenas la cabeza hacia la galería, por donde se habían retirado Julien y los demás y esbozó una sonrisa aprobadora. Luego, desenvainó su espada.

—¿Me acompaña, señor De Guignes?

—Después de usted, señor De la Croix.

*****

Ya había caído la noche cuando Eugène de Guignes llegó a casa de los Leclair. La casa estaba abierta, aún en revuelo, y ni los criados ni el propio señor de la casa osaron pararlo. El olor a sangre y desinfectante le llevó a un salón, convertido en improvisado hospital de campaña donde Jacques, Julien y Michel, ya bañados y cosidos, comentaban lo ocurrido con Colette y Noel apurando un trago de coñac.

—¿Es aquí donde se cura? —preguntó. El capote que llevaba apenas escondía el destrozo de sus ropas y la herida de su brazo.

Mientras Colette lo atendía, el marqués pidió que le contaran todo lo ocurrido, sin omitir nada. Y así lo hicieron: la petición a Prevoyé para montar la caja de música, su obsesión, el impulso que la hizo huir con ella; seguirla por las cloacas hasta un muro horadado que daba a una sala de apariencia más antigua; la muchacha en shock, los matasietes de avanzadilla rodeándola, el combate; la puerta entreabierta, la otra cámara, con un extraño objeto sobre una especie de altar y las seis estatuas de ángeles, una de las cuales empezó a moverse…

Tenían claro, ellos y el marqués, que había una alianza entre la organización de la víbora y el Culto de Ourges, si no eran en realidad patas de un mismo banco. Estaba claro que, para reaccionar tan rápido, habían tenido bajo vigilancia la casa de los Leclair y eso debía ser porque habían averiguado quiénes estaban detrás de la desarticulación del Culto y, por consiguiente, quiénes debían tener la caja de Laora.

Michel apuntó al vizconde de Bergader, al que había visto en las callejuelas, como posible miembro del Culto y origen de la información (recordemos que Bergader y Michel se habían conocido en la posada de Ourges y que éste se había presentado con su verdadero nombre), pero el marqués lo descartó porque el vizconde era la mano derecha de La Tour d’Azur. Y aquí le tocó dar explicaciones.

—Pertenezco al servicio secreto de Gabriel. Estoy al servicio directo de su alteza Joshua Fardelys y es mi trabajo luchar contra los enemigos de Gabriel, tanto dentro como fuera de sus fronteras.

»Os debo una disculpa por haberos enviado a Ourges. La víbora se estaba convirtiendo en un problema en Chaville, como bien sabe el señor Laffount, y el ataque a la señorita de Ferdeine me preocupó sobremanera. La única pista que teníamos era el muerto que el padre Daniel reconoció. ¡Quizás sus padres nos dieran el nombre de algún contacto con que continuar la investigación! Lo que hicisteis sobrepasó con mucho mis expectativas y ha sido de gran ayuda a Gabriel, como os lo reconoció el archicanciller. Pero ha resultado ser aún más importante, pues habéis impedido que un artefacto de origen élfico, de cualidades desconocidas, pero sin duda peligroso, cayera en malas manos. Y que se despertaran cinco poderosas criaturas que podrían haber causado muchas muertes.

»Todo, sin que en el servicio secreto nos enterásemos de nada. Por eso, os quiero proponer a los cuatro —dijo, refiriéndose a Jacques, Julien, Michel y Noel— que os unáis a nosotros. Si sois patriotas y estáis dispuestos a darlo todo por vuestro país. No me contestéis ahora. Pensadlo. Es una decisión difícil y entenderé que no aceptéis.

—¿Las mujeres no somos interesantes para el servicio secreto? —protestó Colette, que seguía curándole el brazo.

—Mis disculpas. Mi oferta también la incluye. Pero puede ser peligroso.

Respecto al marqués de la Tour d’Azur, pertenecía a una organización aún más secreta que también luchaba por el bien del principado.

—No hay nada más peligroso que unos bienintencionados jugando con pólvora —dijo—. Investigan artefactos y criaturas como los que habéis visto hoy y no para localizarlos y entregarlos a la Iglesia o a Tol Rauko, sino para atesorarlos y usarlos en un futuro. ¡Como si fueran armas que podamos controlar! Y tras ellos está la persona más peligrosa de todo Gabriel —añadió en tono conspirador—: la hermana del archicanciller, Alystaire Fardelys. Su alteza lo desconoce y no me creería si se lo dijese, pero esa mujer sólo traerá maldición y muerte.

—Alystaire le regaló una caja de música a Madeleine —recordó Colette.

—De similar artesanía que algunos objetos que vi en el museo catalogados de sylvain —apuntó Jacques. La caja le había resultado tan familiar como la que tenían ellos, lo que le tenía intranquilo.

—Buscarían lo mismo que hallasteis vosotros. Por eso estaban vigilantes y no se sorprendieron ante lo que había en las cloacas —dijo el marqués.

*****

Unos días después, Jacques, Julien y Michel, cada uno por separado, recibieron la visita del marqués de la Tour d’Azur. Tras recomendarles discreción sobre lo ocurrido, les hizo la misma oferta que el marqués de l’Aigle Couronné. Habían descubierto el lado oculto del mundo. Habían luchado contra él. Sabían lo peligroso que podía ser.

—Hay mucha gente, muchas organizaciones, detrás de esos secretos y poderes. Es una carrera armamentística y Gabriel no puede quedarse atrás —les dijo.

Baile de máscaras, campaña para Ánima Beyond Fantasy, 1×08. Con Julien Lafleur d’Aubigne (Alcadizaar) y su hermano Jacques (Aldarion), Colette/Noel Leclair de Dunois (Menxar) y Michel Laffount de Gévaudan (Charlie).

Adaptación libre de La música de las esferas, módulo de 7º mar que venía en el suplemento Más fuerte que la espada (segunda parte). Con una semana de retraso sobre el plan previsto, le dan la caja a Madeleine Prevoye. Se cierra el arco principal de esta primera parte de la campaña, formada por dos ideas de aventuras del Gaïa I, un módulo de Las sombras de Esteren y éste. Los dos marqueses quedan presentados como rivales un poco como el señor de Trèville y el cardenal Richelieu, si se me permite el atrevimiento, y dejamos sobre la mesa la posibilidad de que uno o más pjs se conviertan en agentes de uno u otro.

Menxar se encontró aquí en una situación complicada con su personaje, al que no quiso arrastrar por las alcantarillas y meter en combate yendo como «ella» por no disgustar más a sus padres. Los conflictos entre la situación táctica y la interpretación del personaje nunca son fáciles. En cuanto al combate, creo que fue ejemplar. Los malos estaban atrincherados en una habitación y, aun así, lograron forzar la entrada y cerrar distancias. Por primera vez en la campaña, vimos a un guerrero acróbata con todas las de la ley en acción (Julien) y Michel probó a guardar el estoque y luchar a puños, patadas y mordiscos, con mucha mejor fortuna de la habitual.

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