Baile de máscaras — El Culto de la Carne

Empezamos la siguiente sesión con Michel gravemente herido, con tres o cuatro semanas por delante antes de poder levantarse de la cama. En los días y, sobre todo, noches siguientes muchas personas abandonaron el pueblo, a veces familias completas. Miembros del culto o gente aterrorizada.

Una de las primeras cosas que hicieron fue registrar la vivienda de Laora. Hallaron un libro de registros, parcialmente en clave, de donde pudieron averiguar los nombres de varios de los miembros del culto, un seguimiento de alguna de sus víctimas (como el padre Bertin), un informe de reuniones… Liliane Trouvé no aparecía como tal, pero la identificaron con unas iniciales que se repetían, referidas al envío de chicas y chicos a Chaville y otras cosas, como avisos e instrucciones, y supusieron que debía ser la superior del culto o una de sus cabecillas. En todo caso, no obtuvieron pruebas sólidas que les permitiera ir contra la hija de un marqués.

El viaje de primavera: de Chaville (6) a Dupois (1); de ahí, por barca, a Grausse (2); en mula a Ourges (3); en carro y con cuidado con los baches hasta Le Drac (5) por Voillemont (4) y en barco de vuelta a Chaville.


También encontraron un libro sobre el propio culto, lleno de símbolos esotéricos, sellos, fórmulas e instrucciones. Era incomprensible en su mayor parte, pero entendieron que el culto se llamaba a sí mismo el Culto de la Carne y que practicaba un canibalismo ritual por el que los participantes obtenían (o creían obtener) la fuerza, inteligencia, vitalidad, suerte… de las víctimas.

Con los libros, que estaban ocultos en un doble fondo, había una pequeña caja de seguridad, de unos cuarenta centímetros de largo, que no pudieron abrir y guardado para más adelante. Quédense con ella.

La base del culto era la vieja fortaleza abandonada de Sibrud, que se levantaba sobre un promontorio una legua al norte del pueblo. Durante la convalecencia de Michel, Jacques y Julien la visitaron, junto con un grupo de voluntarios del pueblo. Encontraron un salón con un viejo altar de piedra, posiblemente de la capilla del castillo, con signos de haber sido usado en sacrificios; pertenencias almacenadas, algunas identificadas como de personas de los alrededores desaparecidas en los últimos años, como del marido de Astrig, la molinera; una zona habilitada para la Bestia y unas mazmorras en buen estado que contaban, a través de jergones de paja usada, jirones de ropa, serrín maloliente y grafitis en los muros, las tristes historias de las víctimas del culto.

*****

Durante los primeros días, Colette no pegó ojo. Tenía que desdoblarse para cuidar a Michel, a quien veía morir cada vez que cerraba los ojos, y a Julien. Cuando éste pudo levantarse, dar cortos paseos, relevar a su hermano en la vigilancia y, en definitiva, no requería más cuidados que revisarle los puntos y cambiarle los vendajes, la fiebre hizo presa en Michel. Deliraba, se revolvía con gran fuerza e intentaba arrancarse los vendajes. Uno de esos ataques fue tan violento que, cuando el calmante hizo efecto, el joven, Colette y Gwen estaban sucios y sudorosos.

Gwen, la pecosa y solícita muchacha, echó a Colette de la habitación:

—Vaya a tomar un baño, doctor, que necesita descansar. Yo me encargo del señor Laffount.

Colette se arrastró al baño, en la planta baja. De alguna forma, Gwen había avisado al servicio y le esperaba una tina llena de agua humeante. Dándole gracias mentalmente a la muchacha, se quitó la ropa y se sumergió en el agua.

Volvió en sí al oír abrirse la puerta, al otro lado del biombo.

—Le traigo ropa limpia, doctor —dijo Gwenaëlle. Al oír movimiento en la tina, rio—. No se preocupe, me he criado con mis hermanos, no voy a ver nada que me asuste.

Y rodeó el biombo, encontrándose con Colette con medio cuerpo fuera de la tina, intentando alcanzar una toalla. Gwen parpadeó varias veces, mientras su cerebro procesaba que el apuesto doctor no era tal, dejó caer la ropa y salió corriendo. Colette, sin fuerzas, se dejó caer en la tina, mascullando una imprecación.

En el salón de la posada, Jacques y Julien vieron pasar corriendo a Gwen, toda roja y murmurando «¡Perdón, perdón, yo no quería!». Los dos hermanos se miraron, sorprendidos. Jacques sonrió.

—Vaya, vaya. Noel es humano.

Julien se levantó.

—Voy a hablar con él. No es normal que se propase con una chica.

La puerta había quedado abierta y Julien entró. La traslúcida agua de la tina no ocultaba las formas y la cara de Colette era un libro abierto. Julien no movió un músculo y sus ojos no expresaron nada. Se dio la vuelta y salió, para impedir que entrara su hermano.

—Luego hablamos. —Fue lo único que dijo.

Julien mantuvo el secreto, esperando que fuera Colette quien lo confesara a los demás. Lo hizo varios días después, con un Michel ya consciente y fuera de peligro, aunque aún no podía levantarse.

Las voces se escucharon por toda el ala de la posada, por fortuna vacía a esas horas. Los tres jóvenes se sentían heridos y traicionados por los Leclair por ocultarles la situación y enfadados con Noel por permitir que su hermana se embarcara en tan peligrosa aventura. De nada sirvió que Colette defendiera que había sido cosa suya y que no era ninguna dama indefensa. Se sintió aislada del grupo, convertida otra vez en la hermana de. La distancia incómoda con la que la tratarían en las semanas siguientes fue lo peor del viaje para Colette.

*****

Un día, cuando Michel ya podía levantarse y bajar con ayuda al salón, se presentó en Ourges un tipo de treinta o treinta y dos años, de mediana estatura y con el lado izquierdo de la cara cruzada por tres cicatrices, como las garras de una bestia. Viajaba en coche, con cochero y lacayo. Michel estaba en el salón, cerca de la puerta, disfrutando del sol primaveral, y el desconocido se sentó con él a intercambiar historias de viajeros.

Se presentó como Reynfred Charpentier, vizconde de Bergader. Era de Chaville —Michel reconoció el título— e iba a Astria a recoger a su prima, Liliane Trouvé, por el fin de curso. Esto encendió las alarmas del grupo, cuando Michel pudo informarlos. Bergader sólo estaba de paso y pasó la tarde y el desayuno del día siguiente con Michel, el único que dio la cara. Colette se mantuvo encerrada en su habitación y Julien y Jacques, vestidos con las ajadas ropas de viaje que compraran antes de partir de Dupois, permanecieron a distancia, vigilantes. Tanto vigilaron que Bergader se dio cuenta y así se lo dijo a Michel:

—Tened cuidado, señor de Gévaudan, pues aquellos dos nos vigilan y tienen mal aspecto. Vigilad bien vuestra bolsa y vuestra vida. Yo, por mi parte, pienso dormir esta noche con la puerta bien atrancada y las pistolas cargadas.

Reynfred de Bergader preguntó por Laora, por supuesto. No tanto a Michel, a fin de cuentas un viajero, como al matrimonio de servicio que había tenido Laora y que ahora, por decisión de nuestros cuatro jóvenes, se había hecho cargo de la posada. No se atrevieron a contar mucho, por temor a éstos, y las preguntas que hiciera a otros lugareños obtuvieron como respuesta hostil silencio y evasivas. No estaba el horno para bollos y más de uno conocía la relación entre Bergader y Trouvé.

*****

Estuvieron unos veinte días en Ourges, hasta que Michel pudo aguantar el viaje de vuelta. Renegociaron la compra de caballos con los padres de Morgaine, quedándose al final con dos caballos y un carro. Teniendo bien presente que el conde de Malache podía estar aún tras sus pasos, siguieron con su plan original: bajaron hasta la carretera de Dupios a Phaion, la siguieron hasta Voillemont y de ahí doblaron al sur por caminos poco transitados hasta el puerto de Le Drac, donde les recogería el hermano de Michel con su barco, tal y como le había pedido éste por carta antes de salir de Dupois. El retraso en Ourges les hizo llegar muy justos a su cita, pero pudieron contemplar con alivio el escudo de Gévaudan en la elegante bricbarca atracada en el muelle.

Durante el viaje habían tenido tiempo para discutir qué hacer con Ourges, es decir, continuar con las intenciones del padre Daniel y dar aviso a las autoridades eclesiásticas o buscar otras opciones. Por muy heréticos que fueran los miembros del Culto de la Carne, una vez lo pensaron con frialdad a ninguno le gustó la idea de que la Inquisición metiese su zarpa en el pueblo y se llevara por delante a personas que apreciaban y sabían inocentes. Pero tampoco podían dejarlo pasar. La pregunta era a quién acudir y la respuesta, como suele pasar, llegó sola: ¿no había sido acaso el marqués de l’Aigle Courounné quien los había dirigido a Ourges?

Así pues, en cuanto pudieron se presentaron en casa del marqués y le contaron lo ocurrido en Ourges: la existencia del culto y sus crímenes y las sospechas sobre la implicación de Liliane Trouvé y La Víbora. El marqués, que lo más que esperaba de aquel viaje era el nombre de algún conocido de Simon que pudieran saber los padres, quedó en shock. Tras pedirles muchas disculpas por ponerlos en tal peligro, se ofreció a encargarse del resto: pasaría la información de Ourges a contactos suyos del ejército y las sospechas sobre La Vibora a un amigo de la guardia. Le entregaron las dos libretas, pero de la caja de seguridad, que aún no habían abierto, nada dijeron.

Y así terminó esta peligrosa aventura, que comenzó con un duelo tras un baile en abril y les mantuvo lejos de casa hasta finales de junio. Los cuatro jóvenes volvieron cambiados. Habían luchado por sus vidas y habían estado a punto de perderlas; habían herido y matado; se habían enfrentado a la oscuridad del alma humana, incluyendo las suyas propias. Ya nada sería igual.

Baile de máscaras, campaña para Ánima Beyond Fantasy, 1×06. Con Julien Lafleur d’Aubigne (Alcadizaar) y su hermano Jacques (Aldarion), Colette/Noel Leclair de Dunois (Menxar) y Michel Laffount de Gévaudan (Charlie).

Larga coda a la aventura anterior, provocada en gran medida por no tener curación mágica. En el guion tenía un último ataque de los cultistas a la posada, antes de desaparecer. Pero empezamos un poco lentos y, por no tener a Charlie, el jugador de Michel, fuera de juego tanto tiempo, me lo salté. Tampoco tenía ganas de alargar la vuelta en exceso con encuentros (como el habitual grupo de bandidos), así que tuvimos una sesión de mucho hablar.

El forzar el descubrimiento de Colette en este punto vino también de esas ganas de acortar el regreso a Chaville. Desde el principio del viaje había hablado con Menxar de que lo normal es que la descubrieran y sólo faltaban uno o dos detalles más para que los otros pjs pudieran atar cabos. Pero, otra vez, eso hubiera necesitado de otra aventura entre Ourges y Le Drac. No es que me faltaran ideas, sino que podía encontrarme con el problema típico de los juegos con experiencia por niveles: que los personajes subieran demasiado rápido, desvirtuándose la campaña.

Con el tiempo muerto de la recuperación de Michel, le empezamos a sacar rendimiento de verdad a los personajes de Susurros… los que seguían vivos: Morgaine y sus padres, Padrig y Gwen y sus hermanos se hicieron bastante queridos y al partir ya hubo promesas de volverse a ver.

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