El misterio de la hija de la mercera

Hace un par de días retomamos a los samuráis Saito Mori y Tanaka Yasunobu, los «oficinistas» que vimos en El misterio del cadáver decapitado. Andaba (y ando) leyéndome los casos de Hanshichi, un ficticio policía en las postrimerías de la era Tokugawa cuyas andanzas las escribió, en la primera mitad del siglo XX, Okamoto Kido. Al estilo de los relatos de Sherlock Holmes, aunque más simplones y sin la garra de Doyle, dan una visión del Japón urbano de la primera mitad del XIX muy interesante para ambientar nuestras partidas. Eso, y que mucho de los relatos piden ser adaptados a aventuras a gritos. En este caso, el elegido fue La farola de piedra.


Estamos en Setsu, gran ciudad de Lannet que viene a ser como el Yokohama de la era Tokugawa: el puerto de contacto con el resto del mundo. Es un frío noviembre y Saito y Tanaka aún se están amoldando a sus nuevos puestos, tras los sucesos de verano en Aimi. La esposa de Saito, ocupada en los preparativos del festival de un templo, hace unos encargos a su marido: unos pasteles occidentales de una casa de té de moda y unas telas en la mercería habitual. Saito pide a su subalterno Tanaka que se ocupe de lo primero, mientras él acude a lo segundo.

Y aquí es donde se inicia la aventura, pues se encuentra la mercería en caos porque la hija de la dueña (y heredera) ha desaparecido. Como su esposa se interesa por la suerte de la pobre muchacha, Saito empieza a indagar, primero él solo y luego con Tanaka, cuando descubren que la muchacha estaba en la casa del té a la hora en la que éste recogía el encargo.

Fue una partida muy divertida, donde el ritmo de la investigación no decayó en ningún momento ni los jugadores se atascaron. Lo más complicado fue el gancho, la razón de los pjs y jugadores para involucrarse en la desaparición de una joven plebeya. Solucionado el tema jugando la carta de la señora Colombo, el resto fue sencillo. La investigación se centró mucho en la casa de té y no en la propia mercería, como en el relato, pues Tanaka, no queriendo ir a pie con los pasteles, había hecho llamar a un rickshaw que estaba fuera del local cuando la muchacha salió y desapareció, es decir, habían metido en escena un testigo no previsto por el máster. El resto fue mucho de trabajo policial y deductivo.

Lo más curioso de todo es que es la segunda aventura con estos personajes, samuráis ambos, con su daisho siempre al cinto, y todavía no han desenvainado una hoja. En esta había dos escenas de combate: una con la secuestradora, que evitaron por el discurrir de sus investigaciones y otra con el comité de recepción del barrio chungo al que les lleva sus pesquisas, dispuesto a enseñar con palos y cuchillos a esos dos señoritingos a no meterse donde no les llaman, y que Saito resolvió de forma muy elegante, hablando.

Ya espero con ganas la siguiente sesión con estos dos.

4 comentarios para “El misterio de la hija de la mercera

  1. Es que es muy divertido no ir al matamata. Y la relación entre los dos pj es muy peculiar, el mayor, casado y con hijos, y el jovencito viviendo en una pensión.

  2. @Menxar, sin contar el momento de «¿tienes hermanos?» y Charlie, rápido, al quite con un «¡Saca el Cyberpunk!». La de juego que dan sus tablas de trasfondo, da igual la época o el juego.

    @Runeblogger, me lo apunto. A ver si tengo tiempo en navidades.

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