Sakura — El hijo del criador de caballos II: Tooru

A la vuelta del balneario, Ishikawa Reiko retomó el asunto de los Hirano. Se entrevistó con su prima Shigeko Kaoru, señora de Aimi, para compartir su preocupación por las deudas de Tooru. Kaoru sólo pudo compartir sus preocupaciones. Como Reiko, compartía el temor de que las tierras y caballos de los Hirano acabaran malvendidos para pagar las deudas. La señora de Aimi tenía las manos atadas: los Hirano no eran vasallos de los Shigeko, sino que formaban parte de un grupo de terratenientes menores, vasallos directos de los Asakura. Estas familias eran muy celosas de su independencia de Aimi y cualquier intento del dominio de inmiscuirse en los asuntos de alguna de ellas provocaría una tormenta política de graves consecuencias.

—Pero la familia Ishikawa es una familia de fuera, aunque tu madre y la mía fueran hermanas. Estoy segura que los samuráis independientes no se opondrán a lo que hagas, pues ellos también están preocupados por la suerte de los Hirano. Y yo apoyaré las decisiones que tomes, Reiko.

La conversación con Kaoru convenció a Reiko de que, si querían salvar a Sachiko y a las posesiones de los Hirano, debía actuar con decisión. Su siguiente paso fue enviar a Nobi y a Manobu, el mayordomo, a averiguar el monto total de las deudas de Tooru. La cifra era monstruosa.

—1.000 bu con Washamine, a pagar entre verano y fin de año. Otro tanto con Fujimura, para el solsticio de verano. 500 ha perdido a crédito en las casas de juego de Morikawa. Y un tal Shirakura, un prestamista de la capital que lleva unos pocos años trabajando también aquí, le dejó también 500 para cubrir deudas inmediatas. —Manobu dejó el ábaco al lado y suspiró—. El maldito pagó parte y derrochó el resto con una de las geishas más caras de Aimi. Y eso sólo son las deudas principales, aunque las pequeñas no me preocupan: son cantidades en plata o algunos bu que pide cuando tiene mala racha en el juego y que devuelve con aterradora generosidad cuando le sonríe la suerte.

»He estado revisando también las cuentas de la casa. Por supuesto, no puedo estar seguro sin ver sus libros, pero, en el mejor de los casos, la venta anual de potros les dejará un beneficio neto de 110 o 120 bu. Está claro que los oyabun Washamine y Fujimura no esperan recuperar la cantidad prestada y lo que buscan es alguna otra forma de cobro.

»En cuanto al propio Tooru, creo que es un chico que se niega a crecer. La mayoría de los samuráis de su edad con los que salía de adolescente están ya casados y con responsabilidades, así que se junta con chavales de dieciséis o diecisiete años para los que es una especie de líder. Se distinguen con facilidad: pertenecen todos a familias de cierto nivel, van con peinados estrambóticos y llevan ridículas protecciones de cuero con tachuelas en sus kataginu.

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Tooru y sus amigos

El siguiente paso de Reiko fue acercarse a Tooru. Los invitó a él y a su hermana Sachiko a cenar (Reiko y él juntos, con Nobi de carabina, y Sachiko con el resto de la escolta, en un restaurante de renombre) y dejó ver cierto interés por el joven, de una forma un poco torpe pero suficiente para que el samurái se hiciera ilusiones (no era la primera rica heredera que se camelaba). Confiado, aceptó la proposición de Reiko de dejarle unos días a Sachiko para enseñarle modales, de cara a buscar un buen matrimonio. Los comentarios despectivos de Tooru hacía su hermana fueron escuchados por Hosoda Genji y sólo su lealtad y confianza hacia su joven señora impidieron que lo retara en duelo allí mismo.

La cena y otras citas con Tooru, así como las conversaciones con Sachiko durante sus lecciones de urbanidad, convencieron a Reiko de la imposibilidad de enderezar al samurái. Su profundo desprecio hacia su hermana, hacia los caballos de la familia y hacia sí mismo provenía de un complejo de inferioridad más grande que una montaña, agravado por una hermana tardía que era un portento y que, sin duda, le había robado toda la atención en su casa. Así pues, el plan para salvar a los Hirano se centró en un punto ineludible: eliminar a Tooru y sustituirlo por Sachiko. Con eso en la cartera, Hosoda, Manobu y ella tantearon a los acreedores en busca de acuerdos para reducir o cancelar la deuda que la niña recibiría con su herencia.

De Washamine sabían que iba tras el negocio de caballos, gracias a la conversación entre él y Hosoda Genji en la primera cena. También sabían que el negocio, sin el nombre de los Hirano u otra familia samurái al frente se devaluaba, pues se le cerrarían muchas puertas. La negociación fue dura, pero cuando Reiko puso sobre la mesa una alianza matrimonial entre los Hirano (Sachiko) y los Hosoda (Genji o alguno de sus hermanos), todo fueron sonrisas y mucho tirar de ábaco. El único que no sonreía era Genji, que entre el diezmo en potros para la señora de Aimi, el que pedía ahora Reiko para los Ishikawa como comisión de gestión y el 40% del negocio para el yakuza no veía forma de que cuadraran las cuentas. Washamine se dio cuenta de las tribulaciones del joven y rio con fuerza.

—No os preocupéis, joven samurái. El viento trae rumores de guerra y en la guerra se necesitan caballos. Antes de que la joven Sachiko se case habrá más pastos para los caballos y con un Hosoda al frente venderemos no ya potros, sino caballos de guerra entrenados.

El acuerdo de Washamine no sólo cancelaba las deudas de Hirano. También les dio 500 bu adicionales para comprar deuda de otros acreedores.

Con Fujimura la negociación fue más complicada. Estaba claro que el oyabun iba tras Sachiko. La muchacha, flexible como un junco y muy expresiva, podía convertirse en una actriz de renombre y proporcionarle a su patrón unos buenos ingresos, tanto sobre el escenario como bajo las sábanas. Fujimura, no obstante, se mostró comprensivo y aceptó olvidar sus intenciones sobre la chica. Lograron reducir la deuda a la mitad facilitando un acuerdo con la Compañía Yuyama (la del balneario) y otro de suministro de sake con palacio, con el que Reiko obligaba a su prima a apoyarla con algo más que palabras. Para los otros 500 bu, Fujimura les ofreció un año más de plazo al 10%.

Morikawa, el de las casas de juegos, lo puso más fácil. O, mejor dicho, ellos tenían más que ofrecerle. Concretamente, los contactos con Washamine y Fujimura de los que él carecía. La casa Ishikawa patrocinó así varios encuentros entre los tres oyabun que culminaron en unos fructíferos acuerdos comerciales. Como comisión, se llevaron la deuda de Tooru.

Shirakura fue otro cantar. El prestamista tenía fama de hombre justo y razonable, de prestar a bajo interés, pero sólo cuando tenía buenas perspectivas de recuperar la inversión. No hacía negocio con las propiedades embargadas (casas, terrenos, siervos, esposas e hijas), más allá de venderlas sin pecar de avaricioso. Lo mirasen como lo mirasen, no cuadraba que fuera el último en dejar dinero a un Tooru ya entrampado hasta las cejas. Incluso recurrieron al señor Saito, el jefe de policía, pero sólo les pudo decir que tenía padrinos poderosos que lo mantenían lejos de los ojos de la policía. Concertaron una cita con el prestamista, de todas formas, para buscar algún acuerdo. Fue en balde, Shirakura se cerró en banda y dio por finalizada la reunión en cuanto sacaron el asunto Hirano.

Decidieron usar los 500 bu de Washamine para acabar con la deuda con Shirakura lo antes posible, temiendo los movimientos que pudiera hacer el prestamista. Para ello, Reiko se cameló a Tooru para convencerle de su honda preocupación por sus deudas con un prestamista como Shirakura y ofreciéndose a prestarle esa cantidad para que cancelara la deuda. Tooru, viendo a la heredera de Los Valles de Minako-hime en el bote, aceptó sin dudarlo. Quedó con el prestamista esa noche en la «oficina» que éste solía usar, un discreto reservado en una taberna.

Acompañaron esa noche a Tooru Manabu, el mayordomo, Hosoda Genji y la propia Reiko, disfrazada de joven e imberbe samurái. Y menos mal, pues en una calleja oscura fueron emboscados por ocho matones. Uno de ellos, que indudablemente conocía a Tooru, le ordenó entregar el dinero. El interpelado, viéndose perdido contra ocho, señaló a Manobu:

—¡Él lo lleva!

—Pues piérdete y que no te vuelva a ver.

No tuvieron tiempo de responder a la traición de Tooru ni Reiko ni sus compañeros, pues los ocho matones cayeron sobre ellos como el rayo. Reiko, usando de forma instintiva sus poderes, desapareció ante los ojos de uno de los asaltantes y lo acuchilló sin entender por qué no se cubría ante un ataque tan evidente. Manobu hería a otro y Hosoda despachaba a un tercero. El cabecilla de los matones arengó a los suyos pidiendo venganza y cerró combate con Genji, que se veía ahora acometido por dos hombres bastante hábiles. Los otros se centraron en Manobu, que lanzaba estocadas, saltaba, avanzaba y retrocedía, intentando proteger a su joven señora.

Ya sangraban Manobu y Hosoda por varias heridas y comenzaban a desesperarse porque al ruido no venía ayuda alguna, cuando el segundo logró abatir al cabecilla. Aquello ya fue demasiado y los supervivientes intentaron huir. Los samuráis no lo permitieron y los persiguieron, agarraron y acuchillaron. En segundos, todo había terminado, quedando un montón de sangre, miembros cercenados y los gemidos de los heridos.

Reiko echó a correr, siguiendo un presentimiento.

—Voy a por Hirano. ¡Esperadme aquí!

Hosoda Genji corrió tras ella. Ya la había dejado sola una vez, cuando lo del ninja, y casi la habían matado. No pensaba tentar a los kami con una segunda. Así, Manobu quedó con los matones. El sonriente y servicial Manobu podía ser terriblemente amenazador cuando se lo proponía y, antes de dejarlos bajo la supervisión de los vecinos atraídos por el jaleo (dos samuráis que le conocían, que acudieron con sus criados), ya sabía quién los había contratado: Shirakura.

Entre tanto, Reiko y Genji habían llegado a la taberna que el prestamista usaba como despacho. El sexto sentido de Reiko, sus poderes telepáticos aún no descubiertos, le decían que Tooru estaba allí dentro. Genji volvió a por Manobu y, una vez juntos los tres y contado el mayordomo lo que había averiguado, entraron. Imponían los tres, cubiertos de sangre, los dos samuráis con sus heridas vendadas con tiras de sus propios kimonos y con cara de muy pocos amigos. Los guardaespaldas de Shirakura no intentaron detenerles: uno se acurrucó en un rincón y huyó en cuanto pudo; el segundo no se amilanó, pero optó por la prudencia.

Dentro del reservado estaban Shirakura y Tooru. Si el primero se sorprendió de ver vivos a los samuráis, no lo demostró. Con gesto serio pero educado, los invitó a sentarse. El segundo, por su parte, estaba en un estado de nervios deplorable; tembloroso, apuraba una segunda botellita de sake.

Genji, más impetuoso, recriminó al prestamista su emboscada y pidió a Reiko que no le pagara las deudas de Tooru. Manobu, mayor y más versado en el arte de las negociaciones, retuvo a su compañero. El objetivo era salvar a los Hirano de sus garras. Pagando y no haciendo público el asalto sufrido podían terminar de buenas; amenazar con darle publicidad al asunto si no perdonaba la deuda les haría volver a casa con 500 bu en el bolsillo… y un enemigo poderoso para el futuro. Reiko, pese a su juventud, también lo entendió así y Shirakura, que la había reconocido bajo el disfraz (cosa nada difícil, por el comportamiento de ella y de sus acompañantes), alabó su decisión.

Se llevaron a Tooru con ellos de vuelta, claro. Durante el camino, Reiko le recriminó su comportamiento. De forma inconsciente, con sus palabras modulaba los sentimientos del joven. De haber tenido más control sobre sus poderes, quizás hubiera podido incitar a cometer sepukku. Ya en casa y tras cambiarse de ropa, le recibió formalmente para recriminarle por el riesgo sufrido por sus tres hombres y afearle todo su comportamiento. Le explicó sin ambages que ella estaba allí para salvar el honor y las posesiones de los Hirano y que lo que debía hacer él, si algo de honor le quedaba, era ceder la herencia a su hermana y retirarse a un monasterio.

Ante esas declaraciones, Tooru se dio cuenta de cómo lo habían manipulado, cómo había jugado con él esa jovencita menuda de mirada penetrante. Enfurecido, la acusó de querer robarle sus tierras y posesiones. Se levantó y se dirigió a la puerta sin haber sido autorizado.

—¡No permaneceré más tiempo en esta cueva de ladrones para que me podáis quitar lo que me pertenece!

Genji y Manobu saltaron a la vez. Genji, porque le tenía unas ganas terribles a Tooru por la forma en que trataba a su hermana; Manobu, porque no podía consentir que se insultara así a la casa Shigeko. El mayordomo, más rápido, fue quien retó a Tooru a duelo.

El duelo se celebró al amanecer. Mandaron llamar a varios de los amigos de Tooru para que fueran sus padrinos y testigos y también a algunos vecinos de honor sin tacha. El señor Saito, jefe de policía, apareció muy oportuno para informarse sobre los sucesos de la noche y fue el juez.

Manobu era bastante mayor que Tooru, más calmado y reflexivo y de movimientos muy limpios, pero las heridas sufridas durante la noche y el cansancio acumulado le habían afectado más de lo que pensaba y no fue rival para el torbellino a dos armas en que se convirtió el hijo del criador de caballos. Apenas pudo aguantar tres embestidas antes de caer malherido. Genji, también herido, pero tan joven que podía ser su hijo, saltó para vengarlo. Tooru, enfervorecido por la fácil victoria, aceptó el segundo duelo. Se veía con fuerzas para derrotar uno a uno a todos los samuráis de la casa, en especial a ese jovenzuelo con aires de santurrón que miraba a su hermana como si fuera un preciado tesoro.

Fue un duelo de velocidad. Ambos eran jóvenes, ambos impetuosos, ambos confiaban en su rapidez. Tooru, con katana y wakizashi y una sonrisa desdeñosa; Genji, con el arma envainada, la mano a un dedo de la empuñadura, puso toda su alma en ello y ganó: saltó como un resorte a la señal de Saito, el arma saltó a su mano obediente, cortó con el mismo movimiento; patada para desequilibrar y tajo descendente a dos manos. Y Tooru que cae, mirando incrédulo el muñón de su pierna por donde se le escapa la sangre y la vida.

A Reiko le tocó dar la triste noticia a Sachiko. La niña, aleccionada sobre el comportamiento adecuado de una dama, la recibió con entereza y guardó las lágrimas para la soledad de su casa. Los samuráis vasallos recogieron el cuerpo de su señor con resignación, no dejaba de ser un desenlace esperado. La sorpresa fue enterarse de como Reiko había negociado las deudas de Tooru y como, así, se convertía en la protectora de la casa Hirano. Una vez recuperado de sus heridas, Manobu recibiría el encargo de administrar la casa Hirano hasta que se formalizara el acuerdo matrimonial entre los Hirano y los Hosoda.

Sakura, un cuento de Lannet, 1×05 y 1×06. Con Hosoda Genji (Menxar), Ishikawa Reiko (Charlie) y Manobu el mayordomo (Norkak).

Aventura que debió ser para una sesión, pero que me quedó tan lenta que dio para sesión y media (mis disculpas por el tedio). Se incorporó un nuevo jugador que llevó al pnj/pj de ocasión Manobu el mayordomo.

El momento que más me sorprendió de la partida fue cuando Charlie intentó usar los poderes de sentiente de Reiko para inducir a Tooru al suicidio. De haber podido usar sus poderes a voluntad, de seguro lo hubiera conseguido.

Que nadie vea en esta aventura un final feliz: no lo tiene. La joven Sachiko ha perdido en menos de un año a su padre y a su hermano, se ha salvado por poco de ser vendida para pagar las deudas de éste y lo más probable es que tenga que casarse con el hombre que lo mató. Un respeto por los sufridos pnjs a los que tanto puteamos.

Y con esto, terminan las aventuras en Aimi. Para la próxima, algo más corto y de acción antes de irnos a la corte Asakura.

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2 comentarios para “Sakura — El hijo del criador de caballos II: Tooru

  1. Me encantó la parte del criador de caballos y tengo unas ganas tremendas de seguir jugando la campaña.

  2. Y todo empezó con un figurante sin nombre puesto para mostrar la telepatía latente de Reiko.

    Es una partida muy mía (hablar, investigar, negociar, algo de acción). Llevaba mucho tiempo sin dirigir ninguna y tuve serios problemas con el ritmo. A ver si recobro soltura.

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