Sakura — Yukikaze II: el caso de los ronin

El cielo nocturno titilaba en todo su esplendor sin que la luna menguante fuera rival. El río gorgoteaba en la oscuridad, feliz y crecido por el deshielo. La noche era un remanso de paz y así lo expresó Hosoda Genji con un haiku improvisado. Andaba junto a Mariko, la geisha, por el desierto paseo del río. La única luz la llevaba la otra geisha, Remi, que caminaba unos pasos por delante. Como nadie podía verla, se permitió una sonrisa ante la torpe declamación del samurái. No era mal haiku, pero la presencia de Mariko debía haberle desconcentrado.

Un paso por detrás de Remi, Nakamura Ken, el gigante y veterano guardaespaldas de Reiko, avanzaba con la vista perdida por las sombras de la orilla. Era hombre de acción y le resultaba difícil comprender por qué un samurái perdía el tiempo con la poesía. Eso le permitió ver el reflejo de la linterna en el filo desnudo de una espada. Apenas pudo dar un grito de aviso y alcanzar a Remi de una zancada para protegerla. Una sombra embozada salió de los cañizos y atacó a la geisha, rapidísima. El cuerpo de Nakamura reaccionó por instinto. Bloquear el golpe, desviar para abrir la defensa, cortar y rematar. Luego, cogió la linterna de las temblorosas manos de Remi para examinar el cuerpo del atacante. La espada de hoja recta y la indumentaria no daban lugar a dudas.

—Ninjas.

Todos sintieron un escalofrío. La fama de los clanes de asesinos les precedía, mezclando realidad y ficción. Ser víctima de un ataque era una terrible sentencia de muerte. Pero, ¿quién era el objetivo? ¿Los samuráis, por su pertenencia al clan Ishikawa o por algún tema personal, o las geishas? El primer ataque había ido contra Remi, pero bien podía haber sido el blanco por portar la linterna.

—Mariko, ¿tenéis algo que contar? —preguntó Hosoda. Había visto como le cambiaba la expresión a la geisha, del miedo por el asalto a algo más profundo.

—Ayer estuve con un ronin. Esta mañana lo encontraron muerto. Me contó que lo habían contratado para secuestrar a un samurái y robarle la espada.

—Explicaos. Contadnos todo.

—Saburo y su grupo son ronin. Llevan bastante tiempo en Aimi y se ganan la vida como todos los ronin: escoltas, duelos, espadas de alquiler en luchas de bandas… Cuando la fortuna les sonríe suelen venir a la casa a gastar su dinero en nuestra compañía. Ayer tenían mucho dinero y corrió el sake. Saburo siempre ha sido un bocazas y, con la borrachera, me contó lo que os he dicho. Se fueron después de caer la noche y, por la mañana, lo encontraron en uno de los canales del barrio de las luces.

»Son cinco en el grupo, pero ayer sólo vinieron tres: Saburo, Akio y Naoto. Masaki estaba herido, nos dijeron. No quisieron contarnos qué había sido del quinto, Kaizo, pero brindaron varias veces en su nombre.

—¿Los atendisteis Remi y vos?

—Y otra compañera, Okoi. No fue contratada para vuestra cena. Hoy trabaja en la casa.

Hosoda y Nakamura intercambiaron una mirada fúnebre.

—Sigamos hacia la casa. Y vayamos rápido.

Siguieron por el paseo del río, que daba un giro amplio a la derecha, siguiendo primero al río y luego al Canal Azul que separaba el barrio de las luces de la ciudad. Cruzaron por el Puente de las Siete Fortunas y se adentraron en el bullicio del barrio de las prostitutas, cortesanas y geishas. Las calles estaban iluminadas por las linternas de colores (rojo y azul, principalmente) que colgaban en gran cantidad de las fachadas de las casas. Pasaron por prostíbulos donde las mujeres se exhibían tras celosías de madera, por casas de aspecto señorial donde matones de aspecto fiero filtraban a los clientes, puestos de comida y sake regentados por mujeres avejentadas, retiradas ya de otros menesteres. Pese a lo avanzado de la hora, se encontraron con samuráis bebidos, ronin desafiantes y burgueses escoltados por lo que su dinero hubiera podido comprar. También niños, que se liaban en las piernas y aligeraban las bolsas.

Una casa sobresalía entre todas por la muchedumbre reunida a su puerta. Una multitud curiosa, que alargaba el pescuezo para intentar ver el interior del patio y que cuchicheaban entre ellos. La mirada fúnebre de Hosoda y Nakamura se intensificó. No necesitaban ver los esfuerzos de Mariko y Remi por mantener la compostura.

Ken se abrió paso a codazos entre la multitud hasta encontrar a un matón de la casa.

—¡Eh, tú! ¿Qué ha ocurrido?

El interpelado, un tipo con varias cicatrices en la cara, se giró con intención clara de sacar el cuchillo, pero al ver al gigantón de la nodachi su rostro se dulcificó e hizo una profunda reverencia.

—Han matado a una de las chicas. La hemos encontrado en uno de los patios interiores, degollada.

—Llévanos a ver a la dueña —le ordenó Hosoda, que había aprovechado el hueco abierto por su compañero para acercarse.

El matón titubeó, pero se le veía sin ganas de discutir con dos samuráis decididos, así que los guio a un reservado. La dueña apareció al poco, una mujer bajita, arrugada como una pasa y de mirada de acero. La conversación fue breve. Ellos la pusieron al tanto del ataque sufrido por Mariko y Remi en el paseo del río y ella les contó cómo habían encontrado a Okoi. Nadie había visto ni oído nada y no había ni rastro del asesino. La posibilidad de que hubiera sido un ninja la puso muy nerviosa y no se negó cuando Nakamura dijo que Mariko y Remi se quedarían en casa Ishikawa hasta que se resolviera el asunto.

De vuelta a casa, despertaron al mayordomo para informarle de lo sucedido. Le ordenaron preparar alojamiento para las geishas y que mandara al alba a un criado a la policía para avisar del cadáver del paseo del río. Luego, por fin pudieron ir a descansar.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, contaron todo lo ocurrido a Nobi y Reiko. Manobu el mayordomo les informó de que la policía había retirado el cadáver a primera hora y que habían querido interrogar a los dos samuráis.

—Los mandé a paseo, claro. No tienen modales.

Los sucesos de la noche eran intrigantes, pero lo primero era lo primero: Reiko ordenó a Nobi ir al palacio de su prima a pedir audiencia formal.

—Ve con los ojos abiertos. Me resultó extraño el comportamiento de mi prima anoche. Intenta también averiguar qué sabe la policía del grupo de ronin del que hablan las geishas.

 

Nobi fue recibida, tras un rato de espera, por un secretario que hizo un hueco en la agenda de la dama Kaoru para el día siguiente.

—Mi señora está deseando recibir a su prima.

—Me gustaría que me pudiera recibir a mí hoy. Sólo un momento. Es un tema privado que tiene que ver con la seguridad de la dama Ishikawa.

—Veré lo que puedo hacer.

La dama Kaoru no pudo recibirla. Pero sí lo hizo Chiba Isshin, su guardaespaldas, en una sala privada. Nobi le contó lo sucedido tras la cena.

—Es un misterio intrigante el que me contáis, mi señora. Por desgracia, poco podemos hacer. Si supiéramos el nombre del samurái víctima, si es que existe, y si fuera un samurái respetable… Pero los crímenes comunes, y la muerte de unos ronin muertos de hambre es algo, por desgracia, de lo más común en esta ciudad, son cosa de la policía. Un atajo de corruptos incompetentes que resuelven los asesinatos esperando que el asesino muera de viejo o que la yakuza ajuste cuentas. Pero si tanto os preocupa el asunto, os puedo dar una carta de presentación para el jefe de policía. El señor Saito es un samurái honorable e incorruptible y tiene oídos en todas partes. Creo que es espía del emperador: debéis tener cuidado con él.

Nobi también aprovechó la visita para curiosear por el palacio-fortaleza de la señora de Aimi. La guardia era fuerte y se hacían notar y no la dejaron ir más allá del jardín de recepciones, pero aprovechó para entablar conversación con otros visitantes, samuráis y burgueses de la ciudad. Recopiló rumores diversos sobre el ascenso de Isshin y los posibles ataques sufridos por la dama Kaoru y también se informó sobre Hirano Tooru, el joven samurái que Reiko le había pedido investigar.

 

La mañana transcurrió tranquila en casa Ishikawa mientras esperaban la vuelta de Nobi. Nakamura Ken reforzó la seguridad de la casa, ordenando que despejaran de hierbas y cañas las cercanías del muro, y discutió con el mayordomo el reparto de guardias. Con cinco samuráis en la casa tampoco se podían hacer maravillas. Uno de los samuráis le comentó lo pronto que habían empezado ese año los enfrentamientos en el paseo del río.

—Anoche vosotros y dos antes hubo un duelo o algo así. Desde aquí oímos el ruido de la lucha y por la mañana encontraron un cuerpo, un ronin.

Hosoda estaba más interesado en resolver el misterio de los ronin, pues le preocupaba la suerte corrida por el samurái víctima del secuestro. Quiso salir a investigar por los bajos fondos, pero Reiko no se lo permitió.

La tarde pasó tranquila. Con la información de Nobi, Reiko decidió invitar al jefe de policía a cenar. Como quería evitar cualquier atisbo de oficialidad, se informó primero sobre la familia de Saito. Vivía sin mujer conocida, con una hija, así que envió la invitación para ambos. Hosoda, que no esperaba gran cosa de la policía, pidió permiso para investigar por su cuenta por segunda vez, pero tampoco lo autorizaron.

—No quiero que nos relacionemos con la yakuza más de lo necesario —dijo Reiko.

 

Saito era un hombre de mediana edad, alto y de rasgos afilados. Se presentó puntual, poco después del ocaso, a pie y sin escoltas, acompañado únicamente de su hija, una chica de doce o trece años, alta, delgada, con el pelo corto y vestida como un chico. La cena fue amena. El jefe de policía era un hombre instruido y la conversación fue fluida, llena de temas intrascendentes: espadas, caballos, el último poeta de moda en la capital… Al final, disfrutando del sake y unos pastelillos, se permitió quitarse la careta.

—Sois una anfitriona excelente, mi señora Ishikawa. Habéis investigado sobre mí y mi hija para ofrecernos platos de nuestro agrado. Aunque me hubiera gustado probar la ensalada de verduras de invierno y huevas de salmón que ofrecisteis anoche.

—Lamento profundamente no haberos invitado, señor Saito. Por desgracia, llegué justo para la cena y no pude revisar la lista de invitados.

—¡Oh, no, mi señora! Vuestro mayordomo hizo lo correcto. Mi presencia habría incomodado a los señores Fujimura y Washamine e incluso a vuestra prima. A los poderosos no les gusta tener un agente del gobierno cerca.

—Se dice que tenéis oídos en todas partes. Eso siempre pone nervioso a los poderosos.

Saito rio ante la contestación y sirvió sake a Reiko.

—Da igual las redes que tienda uno, siempre hay peces pequeños que se cuelan entre las mallas. Sin la acción de vuestros samuráis, un extraño crimen nos habría pasado desapercibido. Vuestra invitación ha sido totalmente inesperada, así que me he tomado la libertad de hacer algunas averiguaciones. Es sorprendente lo que se desarrolla delante de nuestros ojos y pasa desapercibido, porque cada capítulo por sí mismo no llama la atención.

Sacó unos papeles escritos con una caligrafía diminuta y limpia y continuó:

—Hace tres noches, hubo una pelea en el paseo del río y un ronin llamado Kaizo apareció muerto. Se interrogó a sus compañeros y hablaron de un duelo con otro ronin por una discusión estúpida. En Aimi son normales los duelos por cosas tan nimias como un tropezón en la calle, así que mis hombres no le prestaron más atención.

»La noche siguiente, un compañero de Kaizo, Saburo, fue asesinado. Apuñalado y arrojado al canal, en el barrio de las luces. Él y sus compañeros habían estado gastando dinero a manos llenas esa tarde y el cuerpo apareció sin bolsa. Un robo, ni el primero ni el último de estos días. Esa misma noche mataron a un médico. Un tipo hábil con la aguja, muy apreciado en los bajos fondos. Una venganza por un paciente que murió o por haber remendado a quien no debía, pensamos. Asesinaron a todos los que estaban en la casa: el médico, su familia y un paciente. El paciente era Masaki, del grupo de Saburo.

»Y llegamos a anoche. Una geisha asesinada. No es común, pero tampoco es tan raro que un hombre despechado asesine o mande asesinar a la mujer que lo rechazó. Y otro ronin muerto. Lo encontramos esta mañana, en un callejón entre dos tabernas de mala muerte: Akio, del grupo de Saburo. Y tendríamos otras dos geishas muertas y lo habríamos clasificado como robo y a otra cosa si no fuera por sus samuráis. Ahora tenemos una historia macabra y un ninja muerto. Alguien quería a esos ronin muertos y a quienes han estado con ellos. Tanto como para contratar a ninjas para ello. Y sólo queda el quinto miembro del grupo, Naoto, para contarnos el porqué. Eso, si lo encontramos vivo, claro.

 

Cuando se hubieron marchado Saito y su hija, el grupo discutió su próximo movimiento. Dudaban si investigar por su cuenta o dejárselo a la policía, si esperar a la mañana o salir esa noche, si Reiko debía quedarse en casa o no. Sobre esto último, Nobi la maquilló y vistió, demostrando que Reiko podía salir como un samurái de la casa siendo difícil que alguien la reconociera.

Decidieron ir a hablar otra vez con la dueña de la casa de las geishas, por si supiera algo más de los ronin, pero Nakamura Ken se opuso a que la joven señora viera el barrio de las luces y se volvió a discutir quién debía quedarse. Reiko, enfadada, los echó a los tres de la casa.

—¡Traedme a ese ronin de una vez y terminemos con esto!

Entre cena, sobremesa, discusiones y maquillar y desmaquillar, los Nakamura y Hosoda no abandonaron la casa hasta cerca de media noche. Más o menos el mismo momento en el que un ninja saltaba los muros para matar a las geishas.

El asesino debía haber hecho un reconocimiento previo, pues fue directo al ala del señor, donde la noche anterior habían alojado a las muchachas. Sin embargo, esta noche Reiko había ordenado que durmieran en el ala de los sirvientes, con las criadas. Con dos samuráis en el exterior, dos protegiendo a las geishas, Manobu haciendo rondas y su escolta buscando al quinto ronin, Reiko se encontraba sola.

El ninja se lio con las trampas puestas por Nobi para proteger la casa: al desmontar una hizo sonar otra, lo que alertó a la joven, que estaba en su dormitorio con la espada desnuda sobre las rodillas. Sin embargo, en vez de huir o dar la alarma, se quedó aguardando. El miedo hizo que su mente tocara la de uno de los samuráis de la casa que, presintiendo que algo iba mal, convenció a su compañero de revisar el ala del señor. Gracias a ello estaban más cerca cuando empezó la lucha y pudieron salvar a la hija de su señor. El ninja fue muerto mientras intentaba huir. Reiko sobrevivió a su primer combate, aunque fue herida de gravedad en pecho y cara.

 

La reunión con la dueña de la casa de las geishas no aportó nada nuevo, la vieja ya les había contado todo lo que sabía la noche antes. Desilusionada, Nobi decidió volver con su señora (y llegaría justo a tiempo), pero Hosoda quiso seguir buscando al quinto ronin.

—No puedo volver ante Reiko-dono con las manos vacías.

Así, Nakamura Ken y él se dieron una vuelta por la zona de tabernas, posadas y casas de juego. Encontraron a Ginji, el guardaespaldas de Washamine que, sorprendido de verles por allí a esas horas, les invitó a un trago. Entre vaso y vaso de sake, Hosoda le puso al corriente de la situación.

—Si quien les contratara está eliminando a testigos, la vida de la hija de mi señor y la nuestra corre peligro. Por eso debemos encontrar a Naoto antes que ellos.

Ginji asintió y fue a hablar con alguien en la trastienda. Pocos minutos después, volvía y les guiaba por un laberinto de calles con la única iluminación de los farolillos que indicaban los locales abiertos hasta llegar a una casa igual que tantas otras.

—Arriba —Les señaló las escaleras que daban a la planta superior, contestó con un gesto de la mano a la reverencia de Hosoda y volvió sobre sus pasos.

Nakamura señaló a Hosoda el callejón y tomó la escalera, wakizashi en mano. Apenas llevaba subidos la mitad de los escalones cuando oyó un grito apagado. ¡Llegaban tarde! Subió los últimos escalones y echó la puerta abajo de un puntapié. Entrevió en la oscuridad un cuerpo inmóvil en el suelo y una figura embozada. La sombra, ante la intromisión, no lo dudó y se tiró por la ventana. Pero en el callejón ya estaba Hosoda, espada en mano, para cortarle la huida. Nakamura saltó al suelo y corrió para apoyarlo y, entre los dos, consiguieron reducir y noquear al ninja antes de que escapara.

El registro de la casa no ofreció ninguna pista nueva: un muerto, suponían que Naoto, una bolsa con pertenencias, algo de comida y mucho dinero. Pero nada que les llevara a los contratantes o al samurái de la espada.

Y así terminó la noche, sin respuestas y con Ishikawa Reiko malherida.

Sakura, un cuento de Lannet 1×02. Con Hosoda Genji (guerrero acróbata), Ishikawa Reiko (guerrero mentalista), Nakamura Ken (maestro de armas) y Nakamura Nobi (sombra).

Segunda sesión de la campaña con dos partes bien diferenciadas: empezamos por la cena, ocasión de roleo, de presentar pnjs y de establecer relaciones con los pjs. El objetivo era profundizar en la personalidad de Reiko y terminé contento: el jugador le dio un aspecto grave, centrada en su posición como futura heredera (su espada presidiendo la cena, el reparto de tiempo entre los invitados evitando cuidadosamente que alguno pudiera sentirse ofendido…). Otra opción habría sido un enfoque más desenfadado, centrándose en intercambiar cotilleos con su prima y dejar las aburridas formalidades al mayordomo y a sus samuráis (los otros pjs). Como curiosidad, un comentario de pasada en la escena donde Reiko siente los pensamientos de todos (escena para ir metiendo poco a poco los poderes mentales de la chica), el del samurái libidinoso, despertó tanto interés en los jugadores que tendrá una aventura propia.

La segunda parte, que podríamos titular «El caso de los ronin asesinados», era la aventura propiamente dicha. Una aventura de investigación con distintos comienzos posibles (dependiendo de si las geishas iban solas o acompañadas, de si vivían o morían) y varías vías de investigación (soy un firme seguidor de la Regla de las Tres Pistas). No hay una motivación clara para que los jugadores jueguen la aventura: la decisión que tomaran (incluso pasar de ella) serviría para dar profundidad a sus personajes y había plan B (otra aventura) por si finalmente decidían no entrar en ésta. La verdad es que me despistaron bien, se lo tomaron con tanta calma que aún no sé si tenían interés en la investigación o no. Sólo Menxar vio los apuros de tiempo que tenían, pero aquí ella juega con ventaja: ¡ya perdió el Grial por ir con tranquilidad!

Para el desenlace, tendremos que esperar a septiembre.

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