El Ícaro — Viejas rencillas, nuevas rencillas

El rey Skilfil había sido el terror del cielo durante más de veinte años y Nidik, el más poderoso de los reinos de las islas. Para los habitantes de tierra firme 4.000 súbditos y vasallos quizás fueran pocos para llamarlo «reino», pero las murallas de piedra de la ciudadela, los 30 huscarls y los grifos, amén de la altitud de vuelo de Ynys Mawr, convertían al pequeño reino en inexpugnable y permitían al rey dedicarse al saqueo gracias a sus dos barcos largos, a los que se unían otros dos fletados por los señores vasallos del sur. No había villa al norte de los Grandes Bosques o en el viejo Camino Real, ni a ambos lados de los Revan o en Entreaguas antes del virreinato que no hubiera visto sus templos saqueados, sus campos arrasados, sus granjas quemadas y no había señor cuya esposa, hermana o hija no hubiera conocido, de buen grado o por la fuerza, la virilidad de aquel hombre insaciable. Esposas, amantes, concubinas, esclavas y botín de guerra: había dejado un reguero de bastardos por todo el mundo, suficientes para repoblar un planeta pequeño.

Este poderoso rey había muerto por un puñal traicionero en la confusión provocada por el ataque de la Máquina. Y las orgullosas murallas de Nidik habían caído, un tercio de sus habitantes habían sido asesinados, así como sus hermosos grifos. Quedó un heredero de diez años poco dado a seguir el camino de su padre y muchos buitres dispuestos a pelearse por los restos.

El Ícaro intervino. Apoyaron a Starnia, hija bastarda del rey, como regente y apaciguaron a los levantiscos señores del sur. Bodoni, el capitán de la guardia, murió al dar un fallido golpe de estado. Ingenieros y personal técnico ayudó en la reconstrucción de la muralla. Y, así, Nidik se convirtió en un protectorado.

La parte del Ícaro no había llegado a oídos de Erik, llamado el Rojo, rey de las islas que rivalizaba con los señores de Ynys Mawr. La enemistad con Nidik venía de una generación atrás, pero se había avivado después de que Erik asaltara un mercante en rumbo a Nidik. Skilfil consideraba sagrados a los mercaderes que acudían a verlo, pues a ellos vendía el fruto de sus saqueos y eran la razón última de la riqueza de su pequeño reino, se tomó aquella afrenta de forma personal y organizó una expedición de castigo. Participaron siete barcos: los suyos, los de sus vasallos, el de su hija Svala, el del Hywel ap Rhain de Rhaeadr Morlyn y un knorr fletado como cebo. Erik mordió el anzuelo y los hombres de Skilfil cayeron sobre su desguarnecido asentamiento. Saquearon el templo, quemaron varias casas, mataron el ganado y la mujer de Erik fue botín de guerra de Skilfil.

Erik reparó su honor arrojando a su mujer por el borde de la isla y juró venganza. La muerte de Skilfil era una molestia pero también una oportunidad. Atacó al alba tras la tregua sagrada de la thing de Nidik, cuando los mercaderes aún no habían partido de Ynys Mawr. Tres barcos y más de sesenta hombres; varios magos de guerra (despreciados en las islas por considerar la magia una cobardía, pero útiles y, tras la Guerra de Religión de Finisterra, se podían encontrar y contratar) y su campeón, un jayán grande como una montaña de un clan de Corinia que había cruzado un portal 60 años atrás.

El ataque falló por la presencia de hombres del Ícaro. Tenían magia más poderosa, armas de fuego, apoyo aéreo y las murallas reconstruidas de la ciudadela. Erik tuvo que retirarse dejando varios hombres en el campo.

El ataque molestó mucho al capitán Paolo. Tanto que escribió una carta de protesta, con mucho sello y mucho lacre, al rey Erik, advirtiéndole de las nefastas consecuencias que tendría para él una nueva agresión al protectorado de Nidik. Y encargó a Sassa Ivarsson que la entregara.

¿Por qué Ivarsson? Pues porque la joven había localizado, en un golpe de suerte y desesperación, al desaparecido oso a más de 900 kilómetros al sureste de Ynys Mawr y alejándose. ¿Cómo había llegado ahí? Tendrían que averiguarlo (1). Ivarsson, Renaldo y Zoichiro obligaron a Dougal, el contrabandista, a llevarlos.

Fue una persecución desesperada, siempre temiendo perder la señal del oso. Pero la barca contrabandista era rápida y recortaba millas a su objetivo. Llegó un momento, al día siguiente, que la señal se hizo errática y tuvieron que recurrir a los prismáticos. A media tarde vieron en la lejanía un punto: un barco largo. Cuando se acercaron, Dougal lo reconoció como uno de los barcos de Erik. Era una buena ocasión para entregar la dichosa carta y, de paso, averiguar qué hacían por aquella zona, así que ordenaron a Dougal acercarse al barco.

Los del barco primero los ignoraron, luego les dispararon y, finalmente, hicieron caso de la bandera de parlamento y les dejaron abordarles. Ivarsson detectó a Ciri en el barco y, de repente, la misión diplomática paso de «Venimos a entregaros esta carta para vuestro rey» a «¡Devolvednos a la niña!». Los del barco protestaron. «No hay niña», dijeron. A bordo iba el jayán campeón de Erik, de poca paciencia, una palabra llevó a otra y pronto hablaron los aceros.

Renaldo, malherido, tuvo que saltar del barco para salvar su vida. Falló en su intento de llegar al ala y cayó a plomo, siendo pescado in extremis por la telequinesis de Sassa. Zoichiro intercambiaba golpes con el jayán. Estaba en desventaja, por las heridas sufridas contra la Máquina y porque aún no había recuperado todo su poder, pero con trucos y conjuros de utilidad general logró despistar al gigante, interrumpiendo sus ataques y abriendo sus defensas hasta, por fin, derribarlo de un certero golpe.

Muerto el jayán, al resto de la tripulación no le quedaron ánimos para luchar y más cuando salió Ciri de entre unos fardos. Gritos de sorpresa, bronca de Sassa y tiempo para que la chiquilla contara su historia.

Pero eso lo cuento otro día, que es muy tarde.

Los viajes del Ícaro, 3×09. Dramatis personae.

(1) Jugar partidas de investigación con un telépata es un horror en Ánima. En este caso, una tirada abierta se comió media sesión de investigación y el curso previsto de acontecimientos.


 

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