El Ícaro — La muerte del capitán Paolo

Con las primeras luces del alba tiñendo el horizonte, llegaron al santuario de Cahul donde se celebrara la thing de verano. El capitán Paolo, Renaldo y Sassa Ivarsson, con monturas mágicas creadas por el profesor Jason Callahan. Las monturas llevaban el escudo del Ícaro, por supuesto.

El santuario no era más que un montículo pelado sobre el que había varios menhires y un altar, destacando en la pradera alpina y a pocos pasos de un lago. Alguien había excavado en el montículo: encontraron un pico roto y escombros amontonados junto a un agujero que daba al techo de un estrecho y empinado túnel artificial que se perdía en la oscuridad. El pasadizo les llevó a una sala amplia, iluminada por una luz entre rojiza y dorada que provenía de un pozo en su centro.

La sala estaba abarrotada: un dvergar, Neltha inconsciente y atada a una camilla y un montón de sicarios. Aquello llegó al overbooking cuando Renaldo se multiplicó a sí mismo y consiguió superioridad numérica. El dvergar, viendo que pintaban bastos, ordenó a los sicarios que seguían a su lado empujar la camilla con Neltha por un pasillo que salía de la sala. Para parar al grupo del Ícaro, soltó a un ifrit, un elemental de fuego con muy mala leche. Pero el elemental, quizás por las instrucciones recibidas, quizás porque le caían bien, no quiso freír a los sicarios y eso permitió que Paolo llegara hasta él y lo despachara con certeros golpes de su legislador inquisitorial.

Aún quedaban elementales en el arsenal del dvergar y lanzó contra el SG-1 a una ondina y un titán. La ondina quedó pronto reducida a un charquito que lloraba histérica tras comerse una ilusión psíquica de Sassa de gran potencia. El titán, malherido, siguió dando guerra: se fusionaba con las paredes de piedra del pasillo y hacía ataques relámpago. Paolo empezaba a perder la paciencia: el dvergar se alejaba con Neltha y corrían el riesgo de perderlos.

—Id a por él, yo me encargo del titán.

Sassa y Renaldo obedecieron, en parte porque veían como ningún ataque del elemental podía atravesar la maestría defensiva de Paolo. Pero un titán sólo necesita tener suerte una vez. Paolo cayó sin un suspiro.

Para levantarse 30 segundos después, ciego de un ojo y la desagradable sensación de su propia masa encefálica deslizándose por su cara. El pánico lo dominó. Apenas consiguió mantener el control suficiente para coger un yelmo cerrado de uno de los sicarios y ponérselo, para evitar que su cabeza terminara de deshacerse. Cuando Sassa, que lo había oído caer, volvió sobre sus pasos y se interesó por su estado, Paolo le respondió con evasivas primero y luego de forma grosera, para apartarla de un manotazo y salir corriendo.

Para entonces el dvergar había escapado, tras abandonar a sus sicarios y a la camilla con Neltha, desnuda, con restos de jabón y su larga melena plateada aún húmeda. La camilla, recubierta de símbolos místicos, debía tener algún poder, porque en cuanto Renaldo rompió las correas que la aprisionaban y la cogió entre sus brazos, la dragona recobró el sentido. Renaldo aún mandaría dos copias tras los pasos del dvergar, pero el pasillo que seguían llegaba hasta un túnel de metro atlante donde perdieron definitivamente la pista.

El pánico corría libre entre los miembros del Ícaro. En Nidik supieron que algo terrible le había pasado a Paolo cuando Erstin Ho, enlazada con él a través de un eru pelegrí, se desplomó entre alaridos de terror y dolor. El teniente White lo supo cuando el comandante lo dejó al mando para partir con el doctor y los hombres presentes en Nidik hacia Cahul.

En el norte, el capitán Paolo había huido hacia las montañas, llevándose todas las monturas. Sassa lo seguía volando telequinéticamente, pero iba tan lenta que Neltha perdió la paciencia, adoptó su forma natural y la hizo agarrarse a su cuello. No pocos ojos vieron aquella mañana la majestuosa figura del dragón plateado recortándose contra las montañas, una imagen para contar a los nietos y que traerá, sin duda alguna, consecuencias.

Sassa y Neltha alcanzaron a Paolo en las grutas donde se había refugiado. Allí hubo más momentos de histeria hasta que, ya más calmados y con la llegada del doctor, pudieron analizar la situación. Por desgracia, el diagnóstico estaba claro: Paolo estaba muerto. Si seguía andando era porque sufría una contaminación necromántica leve, consecuencias de su lucha con Sholic el oscuro, dios no-muerto de Hogo Tarosvan. Esto último no era algo que les pillara por sorpresa: Renaldo había sufrido algo similar durante el combate con Sholic y Sassa y el propio Paolo estaban en observación desde entonces. Estimaba el doctor que el efecto duraría varios días, tras los cuales el capitán descansaría en paz.

—No es tan grave, capitán. Puede despedirse de los seres queridos, saldar sus deudas y elegir lápida.

Sassa se acordó entonces del grimorio encontrado en el santuario de Setmaenen (Sassa, Renaldo y Paolo habían visitado el santuario tras la aventura de Hogo Tarosvan para recuperarse de las heridas sufridas), un objeto de gran poder que tenía tres conjuros imposibles de un solo uso. Uno de los cuales podía resucitar a una persona, o, al menos, eso afirmaba. Los efectos eran imprevisibles, pero era un riesgo que había que correr. Hasta el comandante estuvo de acuerdo y la operación «Traer a Paolo» dio comienzo.

El Albatros dorado fue reaprovisionado; a la tripulación se la convenció con plata y, esa misma noche, partieron bajo el mando del teniente White. El estado del capitán Paolo se mantuvo en secreto. No se le comunicó ni a la capitana Conway, en aquel momento de vuelta a Ynys Mawr tras su aventura con los hijos del viento.

El conjuro de Setmaenen y sus aguas curativas funcionaron, trayendo a Paolo de vuelta al mundo de los vivos y sin secuelas visibles. Sin embargo, durante el viaje se encontraron con una desagradable sorpresa: Minan Anghen había sido asaltada y el equipo destacado había desaparecido. Encontraron huellas de elfos por todas partes: flechas, huellas de conjuros, hachas de obsidiana… Sassa volvió a demostrar que era una telépata de primer nivel y localizó a los miembros del equipo en los bosques del norte. Un reconocimiento les permitió situarlos en una jaula aérea dentro del poblado de los elfos y una maniobra alocada de White, sacarlos de allí en silencio, en plena noche y sin alertar a nadie. Tras aquello, se tomaría la decisión de recoger de Minas Anghen todo lo que hubiera de valor y abandonas la fortaleza, pero los elfos no se acercaron por allí el resto del verano.

Un comentario para “El Ícaro — La muerte del capitán Paolo

  1. Menuda partida…
    Eso de ver a Paolo caer de esa forma fue demasiado para la pobre Sassa que recordó al teniente Du Pont precipitándose, partido por la mitad, de lo alto de un edificio.

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