El Ícaro — La Máquina y el Segundo Imperio Atlante

Viéndolo todo perdido, los atlantes supervivientes, los dvergar de las Cinco Ciudades y los elfos oscuros causantes de la Gran Guerra se reunieron en la última ciudad atlante donde aunaron su ciencia y su poder para invocar a Mibalin, el más poderoso demonio de los avernos. Y Mibalin descargó su puño de fuego sobre la Atlántida dominada por la Máquina, calcinándola por completo: ciudades y carreteras, prados y ríos, hasta las orgullosas cordilleras y el profundo océano. Sólo quedó un cráter de arena de fuego donde estuvo la hermosa Atlántida y la fecunda Arcadia. Y el gran demonio Mibalin se cobró su precio y durante diez mil días no hubo Sol ni hubo lunas ni tampoco estrellas; sólo unas impenetrables nubes de ceniza y la Muerte campó a sus anchas y nunca en la historia del mundo tuvo tan buena cosecha. Pero todo fue inútil, porque la Máquina sobrevivió.

¡Paparruchas! ¡Historrias de una vieja superrsticiosa! Mibalin no erra un demonio, erra un arma forjada con el conocimiento de los atlantes, de los dvergar de las Cinco Ciudades y la magia de los elfos oscuros. La última esperanza de parrar al Enemigo. Los Dvergar Libres aún conocemos su verdadero nombre. Mibalin… Misil Balístico Intercontinental. Ah, ¿crrees que si supierra cómo funcionaba estarría aquí tomando cerveza contigo?

En el apogeo de la civilización atlante, cuando se abandonó el culto a los Primeros Dioses y a los preceptos éticos y morales que hasta entonces les habían servido de guía, surgió un movimiento en respuesta que defendía la divinidad de los Primeros Dioses y la validez de sus Monolitos. Tuvo gran predicamento entre la comunidad científica y universitaria y terminó cristalizando en una organización monacal dedicada al estudio cruzado de los Monolitos existentes que se estableció, gracias a las nuevas naves voladoras que habían ayudado a desarrollar, en islas volantes cercanas a la Atlántida. Cuando estalló la guerra con los elfos, las aeronaves fueron confiscadas y ellos quedaron aislados, lo que les salvaría de la orgía de destrucción de los elfos oscuros.

Tras la caída de la Atlántida estos monasterios fueron el último depositario de su conocimiento. Permanecerían aislados durante décadas, hasta que la curiosidad y la necesidad les llevó a buscar la forma de abandonar sus refugios y prisiones. El estudio de la causa por la que las islas flotaban en el cielo condujo al descubrimiento de la claudia, a su refinamiento y uso como levitador y a veces propulsante de aeronaves. Con nuevas aeronaves diseñadas en torno a la claudia, los monjes se expandieron, explorando nuevas islas flotantes, visitando las ruinas de la Atlántida y estableciendo contacto con otros pueblos, fundamentalmente humanos y enanos.

Muchos de estos pueblos habían sido golpeados también por los elfos oscuros en los 30 Años de Muerte. Los monjes abandonaron la política de no intervención entendiendo que era culpa suya lo sucedido, como herederos de los atlantes, abriéndose a relaciones comerciales y diplomáticas. Fundaron también monasterios, consulados y factorías y, en general, estuvieron detrás del auge cultural y económico que permitió al mundo recuperarse tras la caída de la Atlántida.

Los monjes mantuvieron un férreo control sobre los conocimientos científicos y tecnológicos, obsesionados por no repetir los errores del Imperio Antiguo. También fueron volviéndose cada vez más religiosos, abandonando el monacato laico de sus orígenes por una forma asfixiante de culto a los Primeros Dioses con conceptos ajenos al culto original como redención, salvación y alma. La orden religiosa terminaría hundida por un gran cisma provocado por una organización masónica surgida en su seno, los Hombres Libres. Tras el Gran Cisma las ahora laicas comunidades formarían una confederación que terminaría cristalizando en el Segundo Imperio atlante.

No duró mucho. Apenas cuarenta años después de su fundación oficial, los elfos oscuros aparecieron de nuevo y atacaron con gran virulencia. El Segundo Imperio no estaba tan indefenso frente a poderes sobrenaturales como el Antiguo: desde hacía varios siglos nacían humanos con poderes, quizás debido a la exposición a las altas concentraciones de claudia de las islas flotantes; también habían aprendido de los enanos a fabricar artefactos tecnomágicos. Para su desgracia, los elfos oscuros habían aprovechado y mejorado los conocimientos obtenidos del Imperio Antiguo y su tecnología bélica superaba a la atlante. Para colmo de males, las demás potencias abandonaron al Imperio a su suerte. El recuerdo de los Treinta Años de Muerte les hizo evitar cualquier conflicto con los elfos oscuros.

La guerra fue mal para el Imperio desde el principio, sin apoyos e inferiores militarmente. Su nivel tecnológico les permitió acortar diferencias, pero su escasa población les imposibilitaba el reponer las bajas sufridas, por lo que recurrieron a autómatas, primero controlados remotamente y luego con cada vez mayor capacidad de autodecisión. Sin embargo, la investigación se atascó y, desesperados, rompieron viejos tabúes: la investigación con seres vivos. El desarrollo de cyborgs dio resultados muy prometedores, como el desarrollo de unidades a partir de insectos y otros animales menores que fueron los primeros autómatas autónomos realmente operativos. De estos primeros éxitos surgió el proyecto Madre, computadoras orgánicas que controlarían de forma centralizada a los autómatas, incrementando enormemente sus capacidades en combate.

La primera Madre rompió todas las previsiones. Su capacidad de cálculo y análisis le permitió mejorarse en una retroalimentación exponencial que culminó cuando tomó consciencia de sí misma. El nuevo ser se hizo con el control de los autómatas, formando una mente-colmena de capacidades inimaginables, y se rebeló contra sus creadores. El nuevo ente cibernético, conocido como la Máquina, arrasó la Atlántida sin oposición, capturando a sus habitantes y usándolos como alimento o como materia prima para nuevos autómatas.

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