El Ícaro — La caída de Nidik, segunda parte

El ataque de la Máquina nos pilló a todos con el pie cambiado, centrados en el intento de asesinato del comerciante Ffáfner y de conseguir las piezas que necesitamos para reparar el Ícaro. Por fortuna, la capitana Edana Conway había estado preparando un dispositivo de alerta temprana que detectó la llegada de la aeronave de la Máquina y pudimos mandar un equipo de reconocimiento (Dragunov, Smith y Su Wei) que constataron que los recién llegados eran hostiles. El enemigo avanzaba raudo hacia Nidik, pero gracias a los esfuerzos del grupo del sargento Dragunov, pudimos reorganizarnos y agruparnos. Las fuerzas de la Máquina estaban formadas por más de un centenar de grandes moscardones mecánicos, drones, y varios humanoides con grandes poderes telequinéticos a los que los lugareños llaman tecnócritas. Estos, supimos después, usaban pequeñas aeronaves personales en forma de dardos.

Zoichiro, nuestro equipo de artillería móvil, recibió al enemigo como mejor sabe: con una gran explosión que causó graves daños a los drones. Sin embargo, la llegada de un tecnócrita nos obligó a refugiarnos en el bulevar subterráneo que habíamos descubierto por la mañana. La civil Sassa Ivarsson cubrió nuestra retirada, bloqueando el ataque de los drones hasta caer malherida por el tecnócrita. No recibimos ayuda de la población local: el pánico que le tienen a este enemigo es tal que algunos hasta se quitaron la vida ante su llegada.

Conseguimos poner a salvo a algunos lugareños, trabajadores y gente del palacio y el templo que estaban en las inmediaciones. Medio centenar de personas, entre los que se encuentran el sacerdote local, Sylvanthi, y Starnia, hija bastarda del rey y que es una especie de sacerdotisa. No vino con nosotros el rey, que corrió a palacio en busca de su hijo, ni el jefe de la guardia, Bodoni, que fue con él.

Enviamos al grupo de civiles siguiendo el bulevar hacia el oeste. Creemos que debe unirse al complejo que se extiende bajo el macizo que rodea el Valle del Ojo a la altura de los valles inferiores, del que forman parte las ruinas que exploraron Dragunov, Ivarsson y Renaldo en Teyrnas Y Cymoedd, el tramo que usamos para llegar a la Vía MacLellan o la zona inundada donde Conway, White y Zoichiro perdieron el rastro de los wendols tras tropezarse con elementales oscuros. El duk’zarist me recordó que allí abajo presintió algo oscuro y peligroso y que enviar a los civiles en aquella dirección puede ser una mala decisión, pero el capitán Lute, escoltado por Patrick Ivarsson y Jorgen Forgen, comanda la expedición y sé que es un hombre de recursos.

Nosotros hicimos una incursión de exploración por los subterráneos que parecen minar el subsuelo de Nidik. Los agentes de la Máquina saqueaban la ciudad y dividían a los prisioneros en dos grupos tras examinarlos, matando de cuando en cuando a alguno de ellos. Estaban excavando también la zona de las catacumbas, quizás para perseguirnos. Nos hemos replegado al refugio de Ostakker Tres Cicatrices para reunirnos con el grupo de Dragunov y evaluar opciones. El comandante me ha dejado bien claro que la seguridad del Ícaro es prioritaria, pero no podemos estar seguros de que el enemigo abandone la zona sin más y me resisto a abandonar a los lugareños a su suerte.

Hay algo que me escama en todo esto. Nadie recuerda un ataque de la máquina en esta isla y me resisto a creer que sea una coincidencia que el ataque se haya producido durante nuestra estancia.

Mientras el capitán Paolo, Renaldo y Kuro recorrían el subsuelo de Nidik, el teniente White, con Zoichiro y Sassa Ivarsson, se unían al grupo de Dragunov para llevar a cabo un plan tan audaz como (posiblemente) estúpido: derribar el aerobuque enemigo. La nave se mantenía a medio kilómetro de la línea de la costa, carecían de artillería y estaba en el límite de lo que podían alcanzar Zoichiro y Sassa con sus poderes. El plan era ingenioso: usar una de las aerodinámicas agujas del señor White como base para una mina de fuego de Zoichiro, quizás su conjuro más destructivo. Sassa sería la encargada, con su telequinesis, de hacer que la aguja alcanzara la fragata.

El plan funcionó… en parte. La fragata quedó muy dañada pero siguió en vuelo y fueron localizados por las tropas de la máquina que ocupaban la aldea portuaria: un tecnócrita y varios drones. Sin posibilidad de repetir el ataque, intentaron retirarse llevándose consigo a los civiles que se habían refugiado en el puerto. No lo consiguieron a tiempo y Su Wei, Dragunov y Ryan Smith, que protegían la retaguardia, se vieron obligados a combatir. El tecnócrita cayó pronto abatido por la escopeta de Dragunov, pero guardaba una desagradable sorpresa: estalló con gran violencia, como una granada cargada de metralla, hundiendo el techo de la cueva. Los civiles que no habían logrado alcanzar el bulevar murieron en el acto y Dragunov y Smith se salvaron por los pelos, con las piernas rotas el primero y con las costillas hundidas el segundo.

—¡Capitán Paolo, tengan cuidado! Los tecnócritas estallan después de muertos. Uno de ellos casi nos mata y ha hundido parte del puerto.

—¿Estallan? ¿Hundido? Kuro, ¿qué es lo que ocurrió en las celdas? ¡Kuro!

El derrumbe también les aisló del puerto, haciendo imposible un segundo ataque. El único camino que tenían ahora era salir por Nidik y continuar por el valle hasta la costa. Y para ello deberían acabar primero con las tropas de la Máquina…

Lanzaron el ataque al amanecer y descubrieron accidentalmente que los tecnócritas eran muy vulnerables a las descargas de magia pura. Acabaron con los tres que quedaban y con los drones sin sufrir pérdidas y rescataron a los prisioneros. La fragata, ante la derrota, viró para retirarse, pero lentamente, a causa de los daños sufridos. Dio tiempo a que White, Zoichiro y Sassa llegasen al puerto. La fragata había conseguido alejarse fuera del alcance de Sassa, pero a White se le ocurrió usar una de las barcas del puerto. Se las apañó de alguna forma para cebar el motor de Claudia, lanzar la barca por el acantilado, desplegar las velas laterales y la dorsal, coger una térmica y acercarse lo suficiente a la fragata para lanzarle una segunda mina de fuego que terminaría por derribarla. Por último, remontó la línea de acantilados y se estrelló con elegancia.

Edana Conway dejó sobre la mesa los informes del capitán Paolo y del teniente White y siguió con el suyo propio. El comandante Jeffrey O’Hare tenía ojeras, barba de dos días y, en general, aspecto de haber sido pisoteado por un toro bravo.

—Hemos terminado la batalla con heridos de diversa consideración, pero sin muertos, lo que es casi un milagro. Y Lute consiguió llegar hasta el valle por los túneles inferiores. La población de Nidik ha salido mucho peor parada: más de trescientos muertos, entre habitantes de la ciudad, de la aldea del puerto y de las granjas de los alrededores, lo que supone alrededor de un tercio de la población del pequeño reino. El rey Skilfil ha sido hallado muerto en el palacio, con una herida de puñal. Su jefe de la guardia dice que lo perdió de vista en el tumulto. También ha aparecido muerta una de sus concubinas, Chana. De las otras dos no sabemos nada. El hijo del rey tiene sólo diez años, lo que deja al reino en una delicada situación política. Y la ciudad está en ruinas. Podía haber sido peor, la Máquina tenía intención de quemar la ciudad pero nuestros hombres lo impidieron.

»Ah, y los telares han sido destruidos.

El comandante se restregó los ojos con gesto cansado y suspiró. Luego, se levantó trabajosamente.

—Bueno, vayamos a ver al señor Ffáfner. A ver qué nos cuenta de este extraño enemigo, de los atlantes y de lo que pasa en este rincón del mundo. Y, cuando descanse, pienso ir a los acantilados. No creeré que estemos en una isla que vuela hasta que lo vea con mis propios ojos. Y, posiblemente, ni entonces.

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