El Ícaro — El asesino

El dvergar Ffáfner no dijo nada más durante la cena, más allá de un «demasiados oídos». Cuando se retiraron a la habitación, Paolo le apremió a hablar.

—No hay oídos tras las paredes que Kuro no encuentre, así que contadme, ¿a qué os referís con lo de «sois más peligrosos de lo que parecía»?

El comerciante cogió un taburete y fue hacia la mesa, pero no llegó a sentarse. Tras él el suelo tembló y surgió una terrible hoja negra directa hacia su corazón. Kuro, siempre atento pese a su natural burlón y despreocupado, dio un grito de alarma y empujó al enano, evitando la herida fatal. La hoja, fina y negra como una sombra, cercenó la pierna del dvergar y partió en dos la recia mesa para desaparecer sin dejar rastro.

El grupo reaccionó por instinto. Paolo cubrió a Ffáfner con su cuerpo mientras intentaba cortar la hemorragia, Renaldo, en guardia, rastreaba cada centímetro de la habitación intentando averiguar de dónde vendría el siguiente ataque, mientras Kuro se concentraba en localizar a todas las personas cercanas con sus habilidades de ki. Notó una presencia sospechosa en los tejados, frente a la posada, y así se lo dijo a Paolo.

—Que no escape. Renaldo, ve con él —La sangre formaba un charco en el suelo y manchaba las ropas del ex-inquisidor. El dvergar estaba semiinconsciente y su pulso era cada vez más débil.

Kuro salió de la habitación, que no tenía ventanas y abrió de una patada el dormitorio contiguo, que sí tenía, haciendo caso omiso de los parroquianos que, atraídos por el ruido y los gritos, se asomaban al pasillo. Rompió la ventana con un taburete y saltó por ella, rodó sobre sí mismo, se levantó y entrevió, dos casas más allá, una figura que huía por los tejados. Sin parar, saltó sobre un barril, se impulsó con un canalón y aterrizó suavemente en el tejado.

Tras él, Renaldo se veía frenado por la ventana. El gigante no tenía demasiadas luces, pero su forma de enfrentarse a los problemas era única en el dirigible: la pared de piedra y argamasa aguantó unos pocos empellones antes de ceder y abrirle paso. En la calle creó unos clones, mandando uno por los tejados y dejando al segundo en espera de Paolo. Él, por su parte, corrió por los callejones oscuros y las plazoletas embarradas que formaban las calles de Nidik. Pese a su tamaño, era un hombre muy ágil y rápido y, en un sprint imposible, adelantó al misterioso hombre, saltó sobre el tejado y le cortó el paso.

Pero midió mal sus fuerzas. Su oponente era también un artista del ki y se movía aún más rápido que Renaldo. Con tres certeras estocadas el gigante caía malherido dejando a Kuro, que llegaba en su auxilio, solo ante el peligro. Mal le fue al jovial lannetense con el misterioso oponente y en pocos segundos corría la misma suerte que Renaldo. Pero ganaron el tiempo suficiente para que Paolo, tras dejar al dvergar al cuidado del dueño de la posada, les alcanzara. Señaló al embozado enemigo con su legislador.

—¡Yo seré tu oponente!

El asesino empezaba a desesperarse: al ruido del enfrentamiento se asomaban los vecinos e, incluso, se veía dos callejones más allá a dos guardias guarecidos bajo un portal a la espera de que todo acabara para recoger los restos. Redobló sus esfuerzos para derrotar al ex-inquisidor y huir, pero Paolo era tozudo como una mula. Daba igual las veces que fuera herido, no retrocedía un paso ni permitía que el asesino huyera.

—¡Aún no has acabado conmigo!

Ni con la ayuda de los clones de Renaldo era capaz del ex-inquisidor de superar a su oponente. El combate se alargaba y sangraba ya por multitud de cortes. Ni siquiera frente a la semilla primigenia las había pasado tan mal. El asesino también acusaba el cansancio por el largo combate y pronto no pudo mantener la técnica que le permitía moverse tan rápido. Paolo aprovechó para reunir todas sus fuerzas y lanzarse al ataque, pero resbaló en la sangre y el martillo de guerra se le escapó de las manos, demoliendo un torreón vecino. El ataque desequilibró al asesino, que perdió también su arma. Ambos contendientes se miraron un momento, jadeando. Luego, el asesino saludó, retrocedió para coger su espada y se alejó saltando por los tejados.

—¡Vuelve, aún no hemos terminado!

Exhausto y cubierto de sangre, Paolo sólo pudo comprobar que sus compañeros estaban vivos antes de caer cuan largo era.

 

En el Valle del Ojo, Erstin despertó cubierta en sudor y con la respiración agitada. Temblando, apretaba la sábana contra su pecho.

—¡Paolo!

2 comentarios para “El Ícaro — El asesino

  1. La «épica de Ánima» que decía Charlie… Funciona tanto hacia arriba (abiertas) como hacia abajo (pifias). Y menos mal que en las pifias no hay abiertas.

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