El Ícaro — En el túmulo

El viaje al Mar de Arena escondía una pequeña trampa, un fleco suelto que las altas esferas querían solucionar antes: una base de Sol Negro, en forma de academia nigromántica situada en el centro de un macizo rocoso. Como cogía de camino, el Ícaro recibió el encargo de eliminar la base y rapiñar lo que pudiera ser de interés. El informe era bastante detallado y hablaba también del pueblo, del túmulo y de los muertos vivientes caminando por las calles. Había sido escrito por el cuervo de Wissenschaft que formaba parte de la expedición Lunzberg, a fin de cuentas. A nadie le terminaba de gustar el asunto, pero era un buen entrenamiento para el destacamento de Wissenschaft del dirigible.

Los mapas de la zona eran escasos: un mapa parcial levantado hacía 30 años y las indicaciones del agente. El poblado estaba en una amplia hondonada y el mejor camino para llegar a ella era por un ancho cañón que arrancaba desde el borde occidental del macizo. Demasiado estrecho para maniobrar, pero menos expuesto que volar directamente sobre el macizo.

—Haremos una batida —dijo el capitán Paolo—. Renaldo, Kuro y yo. Iremos por la noche, evaluaremos la situación y actuaremos al amanecer.

Hubo un sentimiento de alivio generalizado. A nadie le apetecía ir a ciegas contra una academia nigromántica especializada en cursos de postgrado.

—Os dejaremos aquí —El dedo del comandante señaló un punto en el mapa—. El cañón es lo suficientemente ancho como para que podamos maniobrar y está sólo a dos horas de marcha del valle.

Acordaron también que se uniera al grupo de exploración un experto en artefactos sobrenaturales, historia antigua y ocultismo que les ayudara a identificar los objetos de interés que pudiera haber en el poblado. El elegido fue el adjunto del doctor Stobbart, el profesor Jorgen Forgen, compañero de departamento de Lunzberg y Jones, ambos desaparecidos en el desierto. Renaldo y Kuro, que venían de medirse, meses atrás, con una semilla primigenia, se tomaron con chanzas la presencia del dandi en la expedición.

 

La situación en el poblado había cambiado mucho desde que el agente enviara su informe. Primero, nuestros viejos conocidos Du Pont, Sassa, Rashid, su primo Hodor y los sargentos Flaherty y O Flanagan habían acabado con los nigromantes y diezmado a las fuerzas saadae de guarnición. Luego, los estigios que habían atacado Fort Blanc y Fort Nakhti había ocupado el pueblo, matando a los hombres que ofrecieron resistencia, desbandando a los mercaderes y confinando a las mujeres y niños en la residencia de la escuela y a los zombies en un corral.

La mayor parte del destacamento estigio, unos cien hombres, estaba acampado frente al poblado. El grupo del Ícaro se deslizó entre ellos y entró en el poblado por una brecha en el muro norte. En el interior encontraron a los prisioneros y las tiendas de los mandos.

Ante el cambio de situación, el capitán Paolo buscó una forma de cumplir su misión con el mínimo derramamiento de sangre. A su orden, su grupo atacó las tiendas de los mandos y sus guardaespaldas, pasándolos a cuchillo de forma expeditiva, desagradable y muy ruidosa. Hasta el dandi, que resultó ser un encarnador de primer nivel, luchó con valentía.

Como el ex-inquisidor había supuesto, sin sus jefes el resto de los soldados no mostraron mucho interés en dejarse matar (el martillo chorreando sangre que portaba e imagen de Renaldo rompiendo brazosy piernas como quien rompe ramitas fue un fuerte estímulo) y los pudieron echar del poblado. Renaldo quedó cubriendo la brecha mientras Paolo, Kuro y Jorgen liberaban a los prisioneros y, afuera, los estigios reconstruían su cadena de mando y decidían qué hacer.

Entre los prisioneros había dos viejos conocidos nuestros: el doctor y el sargento Rupert, capellán castrense, capturados en la toma de Fort Nakhti. Con su ayuda, encontraron un dispositivo de seguridad de Sol Negro, un «pedal del hombre muerto» que provocaría en las próximas horas la destrucción de la academia, del túmulo, del poblado y, seguramente, del valle entero.

Con la nueva información disponible, el capitán Paolo fue a negociar con los estigios su retirada y un paso seguro para los prisioneros. El ambiente ayudaba: se estaba formando una tormenta eléctrica y la visibilidad era mínima. Los rayos iluminaban tétricamente el valle y el viento cálido arremolinaba la arena en figuras terroríficas. También contactó con el Ícaro para concertar una recogida lo antes posible, pero la respuesta que recibió no le hizo maldita gracia.

—Lo siento, capitán. En estos momentos estamos ocupados. Por favor, mantenga su posición.

—¿Mantener la posición? ¿Qué parte de «esto va a volar por los aires» no habéis entendido? ¿Erstin? ¿Hola?

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