¿Qué hacen las monjas por la noche?

Martes. El destartalado puesto de comidas de Shen, una barra con unos pocos taburetes, estaba tomado por los hombres de Visnij. Hacía poco del intercambio de prisioneros con Bogarde y el grupo de Arik aún no había tenido tiempo de cambiar sus ropas o darse un baño, por lo que daban una imagen penosa que contrastaba con sus acompañantes. Valen, el asesino albino y, ahora mismo, el enlace entre Goran y sus hombres, les estaba poniendo al día. Lo que se resumía en que el descansar tendría que esperar. Goran quería a Nefer a su lado, para ayudar en unos interrogatorios. Sayuki iría con ella como escolta. A los otros, Arik y Akane, les esperaba un viajecito: en la madrugada del sábado, durante su huida, Goran y sus acompañantes habían sido atacados. Aunque los asaltantes fueron rechazados, Goran había preferido dejar a su mujer en lugar seguro, por lo que se había desviado al convento de Santa Genoveva, donde la dejó en compañía de Soi Fong. Luego, había continuado camino para encontrarse con la comitiva del señor Takeshi. Ahora, que las cosas se habían calmado un poco en la ciudad, tocaba ir a recogerla. Como los Visnij seguían bajo arresto domiciliario, había que hacerlo de manera un poco encubierta: Valen les había buscado una casa franca donde pudieran descansar unas horas, caballos y pertrechos.

Como refuerzo se les sumó Anthor, un ex-caballero de una pequeña orden monástico-militar desplegada en el Kushistán y que había pasado a mejor vida durante el confuso reinado de Eljared. El hombretón de pelo rubio blanco, mirada triste y sonrisa cautivadora era uno de los primeros hombres de Goran que habían llegado a la ciudad tras los sucesos del sábado, como un preciado y necesario refuerzo. También Asahi, el mago de la SARC que les había ayudado en estos días, tentado por una bolsa de oro. No volvería a ver Hong Kua.

Después de asearse y cambiar sus ropas partieron guiados por Anthor. La falta de un escudero o mozo para los caballos no suponía un problema para frey Anthor, acostumbrado a interminables patrullas por las áridas tierras kushistaníes, pero para el resto del grupo resultaba confuso llevar cinco caballos de más. Hicieron noche en una popular posada en la carretera a Markushias, siguiendo las instrucciones de Valen («no hace falta que os deis mucha prisa en volver; unos días para que esto siga enfriándose vendrán bien»), y falta que les hacía, pues fue la primera noche de descanso desde el viernes. Aparte, Arik, pese a los cuidados de Mishayla, no se había recuperado del todo de sus graves heridas y fue el que más agradeció el poder dormir, por fin, en una cama.

A la mañana siguiente, miércoles, siguieron camino hacia el convento, al que esperaban llegar antes de medio día. Asahi, que resultó ser una biblioteca andante, amenizó el camino contando la historia del convento, realmente una abadía, de extraña arquitectura y, al parecer, construido sobre una edificación anterior a la Guerra de Dios. Anthor se sumó a la conversación, demostrando ser un buen orador y tener buenos conocimientos de teología y simbología cristiana.

Así hablando cogieron el desvío que les llevaría al convento, adentrándose en una serie de pequeños valles entre colinas bajas, donde se mezclaban arrozales y espesos bosques. En uno de estos valles, junto a uno de esos bosques, vieron una pequeña aldea desierta, sin gente en los campos y buitres sobre ella. Temiéndose lo peor, se armaron y Anthor, Arik y Umi bajaron a la aldea, mientras Akane y Asahi flanqueaban por el bosque. Desgraciadamente para estos dos, no todos los asaltantes de la aldea se habían ido y cayeron en una emboscada. Asahi fue gravemente herido por un arquero oculto, que obligó a la samurái a refugiarse tras un grueso árbol mientras llamaba a sus compañeros. Sus gritos atrajeron a dos oponentes más que no fueron rivales para la fuerza combinada de los tres guerreros y la pintora de almas. Cuando quisieron huir fue tarde.

Mientras Asahi se curaba a sí mismo, registraron a sus oponentes y la aldea. Los asaltantes no eran humanos. Según Anthor y Arik, eran grendels, una extraña raza que luchó al lado de Rah durante la Guerra de Dios, poco más que una leyenda en la actualidad, y les encontraron unos colgantes de hierro con el símbolo de Marte (la lanza y el escudo). A juzgar por las heridas que presentaban los cuerpos de los habitantes de la aldea, los grendels habían atacado la tarde o la noche anterior. No encontraron supervivientes, pero todos los muertos eran varones y un rastro de grendels, pies pequeños y bultos arrastrados se internaba en el bosque, así que el grupo decidió acelerar el paso para llegar al convento, a quien pertenecían estas tierras, cuanto antes.

El convento de Santa Genoveva era un edificio singular. Se alejaba del aire oriental de otros templos y monasterios de la zona, pero tampoco se podía decir que siguiera una arquitectura occidental convencional. Era una auténtica fortaleza, como tantos otros, pero había sido construido con algún propósito ocultista y místico en mente, alejado de los principios del cristianismo.

El convento representaba en planta el árbol de la vida de la cábala, orientado de este a oeste. El perímetro exterior era una gruesa y alta muralla, con cadalsos y plataformas para balistas y catapultas. Grabadas en ella y sólo visibles al ojo entrenado se entrecruzaban todo tipo de runas, sellos y símbolos de protección que las hacían prácticamente impenetrables a cualquier poder sobrenatural. Tres grandes torres octogonales reforzaban la muralla al sur (Hod, Geburah y Binah) y al norte (Netzah, Chesed y Chokmah) que, a su vez, estaban unidas de norte a sur por lienzos transversales de muralla que dividían el recinto interior en 4 patios. Al oeste, Kether cerraba el árbol como un gran edificio dodecagonal con apariencia de ser una iglesia. Al este, Malkut era una gran torre circular con una barbacana que protegía la entrada. Elegantes pasarelas de piedra en voladizo unían, a uno o dos niveles por encima de las murallas, las torres dodecagonales centrales de Jesod y Tipheret, en el primer y segundo patio, respectivamente, con las demás torres.

El grupo llegó casi al galope, llamando a gritos a una monja que en los campos que rodeaban al convento, cerca del camino, y a la que contaron lo ocurrido en la aldea. La monja los llevó adentro, atravesando la puerta de Malkut. Dejaron los caballos en la planta baja de esta torre, donde estaban las caballerizas, y fueron conducidos a la planta superior, donde había un gran salón destinado a la hospedería. Allí les trajeron comida y bebida mientras la monja iba a buscar a la abadesa.

La madre superiora resultó ser una mujer gruesa y entrada en años y una gran actriz. El grupo había entrado en modo paranoico (algo tarde) ante tan extraño edificio y la observaba atentamente esperando una reacción extraña al mostrar las cabezas de los grendels. Fue la otra monja quien no mostró la sorpresa y espanto esperables, lo que les llevó a creer que la abadesa era una vieja chocha que nada sabía y que desconocía lo que era el grueso anillo que llevaba (reconocido por Arik como indicador de un Licenciado de la Orden Kabalística de la Rosa Cruz, OKRC, una pequeña orden escindida de la SARC que busca recuperar los antiguos conocimientos místicos perdidos explorando los recuerdos encerrados en los nephilim, por métodos bastante desagradables, además de un anillo mágico muy valioso). El grupo había entrado en modo paranoico, decía, y pidieron a la abadesa que les llevase ante Catrina para poder irse antes del anochecer y de nada sirvieron los ruegos de la monja para que aceptaran su hospitalidad, así que aceptó y mandó llamarla. Mientras esperaban, ordenó que les sirvieran un tentempié y les dejó solos en el gran salón.

Anthor aprovechó el tentempié para dar buena cuenta del vino y de la criada que lo trajo, mientras que sus compañeros, escamados, decidieron no probar nada. De sus escarceos con la muchacha, el guerrero de pelo blanco supo que Catrina estaba en la torre de Netzah, pero que su dama de compañía, Soi Fong, había sido sorprendida por las monjas curioseando fuera de su torre de madrugada y había sido llevado «allá», a las sefirot más lejanas. Sin embargo, no pudo sacar más información ni terminar lo que tenía entre manos porque un ogro llamado madam, la jefa de las criadas, rugió desde el piso de las cocinas llamándola.

Por desgracia para Arik y los demás, habían decidido ser paranoicos demasiado tarde: el primer vino que les sirvieron también estaba drogado. El veterano guerrero y la samurái aguantaron aquella copa sin más que una leve somnolencia, pero el frágil mago, no recuperado de las heridas de la mañana, y el monje guerrero, que había vaciado alguna copa extra, cayeron redondos.

Anthor les había descrito la tercera planta, la superior al salón, donde había tenido el escarceo con la moza. En ella había una habitación cerrada que resultó ser una armería bien provista, donde ocultaron a sus dormidos compañeros. Hacia arriba tenían las cocinas (sí, hacia arriba; extraña disposición, sin duda, pero nadie lo hizo notar), pero el temor a la desconocida madam les decidió a no ir por allí. También había escaleras que bajaban a las protecciones de la puerta del recinto, separas del salón, y las puertas que daban a las murallas. Se decidieron por estas últimas y salieron a la muralla norte, para llegar, evitando que la centinela les viera, a Netzah. La puerta, estrecha y reforzada con mucho metal, tenía una cerradura extrañísima y mágica: una abertura octogonal por donde cabía un brazo. Un símbolo adornaba la puerta: el espejo de Venus.

Decidieron intentarlo por arriba. Aprovechando que en Malkut, la torre que acababan de dejar, no había centinela y que la propia torre octogonal de Netzah les cubría, Arik proyectó a Umi, su familiar, en lo alto de la torre, donde ató y soltó una cuerda, por donde treparon la samurái y el conjurador. Aunque la centinela los descubrió trepando, no pudo hacer nada frente a la pintora de almas y su convocador y fue muerta y ocultada en una de las garitas que coronaban la torre sin poder dar la alarma. El registro del cuerpo sólo les dio un collar de plata con un sencillo colgante de cobre. Una puerta daba acceso al interior de la torre. Era igual que la que vieran en la muralla y también estaba cerrada.

En Malkut, mientras tanto, dos monjas que debían hacerse cargo del grupo dormido estaban registrando la torre en su busca. Habían llegado a la armería y la respiración pesada de Anthor le había descubierto. Por fortuna, Asahi, el mago de la SARC, acababa de despertarse y, desde su armario, preparó un conjuro para dormirlas, un conjuro tan potente que durmió o dejó fuera de combate a todos en la torre, pero que tuvo un efecto extraño en Anthor, anulando los efectos de la droga. Recuperados y tras equiparse, revisaron la torre para terminar asomándose a las murallas. Desde allí fueron vistos por sus compañeros que, por señas, les pidieron que se reunieran con ellos.

Ya todos en lo alto de Netzah, hicieron una breve reunión táctica para evaluar la situación. Su misión había pasado de recoger a lady Catrina y a Soi Fong a salvarlas y lo primero era hacerse una idea de la situación. Para ello era prioritario encontrar a Soi Fong y luego poder entrar en Netzah, donde la criada les había dicho que estaba Catrina. Por otra parte, tenían los colgantes de hierro con el símbolo de Marte de los gendrels y ya estaban convencidos de que tenían algo que ver con las monjas. Como sabían que Geburah era la sefirah de la fuerza, pensaron que los colgantes bien podían ser las llaves para acceder a ella, así que decidieron empezar por ahí. El problema era llegar, claro. Podían ir a través de las pasarelas en voladizo por la gran torre de Tipheret, pero era un camino que les dejaba muy expuesto a las centinelas. Desde su posición las habían visto en Hod, Binah y Kether. Como las torres de Hod y Netzah, unidas por la muralla transversal, tenían centinela, asumieron que Chokmah, frente a Binah, también tendría.

Ir por el patio tampoco les atraía, pues les exponía mucho más. Las murallas tenían altos parapetos que hacía casi imposible que los descubrieran y sólo tenían el problema de cruzar las torres. Decidieron ir por Chesed, trepar por ella y descolgarse luego al lienzo transversal que la unía con Geburah. En la subida estarían cubiertos de la vista de los centinelas por la propia torre y la de Tipheret, por lo que sólo se debían preocupar de las bajadas. Dejaron a Akane, vestidas con el hábito azafrán de la monja, en Netzah, para evitar que las otras centinelas sospechasen algo, y se descolgaron a la muralla.

Las monjas no eran soldados y su ronda por las torres era errática, dejando grandes zonas ciegas que el experimentado grupo pudo aprovechar para cruzar la muralla y la torre de Chesed (misma puerta cerrada, misma extraña cerradura octogonal por donde cabía un puño, pero con el símbolo de Júpiter) y llegar hasta la torre de Geburah, cuya puerta, como habían supuesto, tenía el símbolo de la lanza y el escudo. Sin dudarlo, metieron uno de los medallones en la cerradura y la puerta se abrió.

A nada. Nada al otro lado, salvo negrura. Un portal, dijo Asahi. Un portal a otro lugar del mundo, a otro plano o a otros mundos. Un portal de muerte y sangre para Anthor que, quizás por haber servido en una versión monástico-militar de la Legión Extranjera francesa, era muy sensible a estas cosas. Un portal que Arik se atrevió a cruzar, atado con una cuerda que sujetaban sus compañeros.

4 comentarios para “¿Qué hacen las monjas por la noche?

  1. En serio, resucitame. Soy la salsa de las historias, como hará cosas el grupo cuando no esté el inconsciente que saca de atolladeros a este haciendo las cosas de imprevisto e improvisadamente?
    Por otra parte en el séptimo parrafo has comenzado diciendo Anton cuando es Anthor.
    Por todo lo demás bien, me gusta leer nuestras historias en tu blog,

  2. Corregido lo de Anthor. Un lapsus tonto, y mira que tenía la hoja de personaje delante.
    Respecto a lo otro… En mis aventuras no resucitan los personajes, ni siquiera los malos.

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