Génova, de día

El primer enfrentamiento entre la Prieuré y los Guardianes había terminado mal para estos. Habían perdido el Grial y sus grimorios personales, con conjuros e invocaciones y ahora estaban en un pequeño bote a media legua de una costa que se entreveía a la luz de la Luna. Por otra parte, conservaban sus pellejos, estasis y libertad, así que el tanteo no era tan desfavorable. Lo primero fue ganar la orilla. Arribaron a una pequeña aldea de pescadores en la que vivía un nephilim que les dio refugio. Lo segundo era planear su siguiente movimiento. Todos se habían fijado en el mal estado en el que había quedado el bajel de la Prieuré, así que supusieron que Sigbert buscaría refugio en un puerto donde pudiera reparar el barco. El puerto de importancia más cercano era Génova.

Y a Génova se dirigió Sigbert, a remo, porque el mástil no estaba para fiestas. La razón de ir a Génova no era tanto el puerto en sí como que el preceptor de la casa del Hospital de la ciudad era un caballero de la Prieuré. Aprovechando un inusual buen tiempo para abril, lograron alcanzar la ciudad en poco más de un día y atracar entre una galera hospitalaria y otra del Temple que estaban en el puerto. Tras saludar a las respectivas guardias de las galeras, el teutón acudió a la casa del Hospital para entrevistarse con su preceptor, frey Reinaldo de Verona. Las reparaciones del bajel comenzaron de inmediato, a cargo del Hospital, y varias patrullas fueron despachadas en busca de los Guardianes. Para justificar la ayuda del Hospital, y de paso para servir de empujón en la carrera de frey Reinaldo en la orden militar, Sigbert le dejó copiar algunos de los conjuros de los Guardianes.

Entre tanto, los nephilim habían llegado también a Génova, tras un mal encuentro con otro caballero de la Prieuré alertado por el teutón. Una vez en la ciudad, lo primero que hicieron fue llegarse al puerto, donde vieron el bajel. Lo segundo que hicieron fue buscar a otros nephilim. Sin apoyo, sin dinero ni equipo, en una ciudad desconocida, no se veían con fuerzas. El fénix dio con unas indicaciones secretas de la Torre en una plaza, que les llevaron a la sede de este Arcano. Situada en el barrio judío, sólo contaba con un miembro en activo, Anteo (gárgola, faërim), caballero de rey. Anteo les recibió con cordialidad, pero les pidió que no intentaran nada en la ciudad. Directamente, ordenó al fénix que no hicieran nada que pudiera poner en peligro la sede. Quiso reclutarle para la sede, pero dado que el fénix llevaba órdenes de Ighnöel de acompañar a los Guardianes, no insistió.

Anteo estaba en una posición difícil. En otoño, una operación fallida contra el Temple había terminado con tres compañeros capturados que ahora alimentaban el horno alquímico que tenían en Génova y varios más huidos, así como el cierre obligado de varios refugios, localizados por los templarios. De arriba le habían llegado órdenes expresas de mantener a salvo la sede como fuera y, por más que le doliera abandonar a sus compañeros, cumplía las órdenes.

Descartada la Torre, la siguiente parada fue el Emperador, cuya dirección les había dado Anteo. La sede del Arcano estaba en un viejo palacio, el palacio de Mitra, les había dicho, y los nephilim se encontraron con una enorme casona sobre la que se acumulaba el peso de los siglos. En este caso, el nombre de Yaltaka les abrió las puertas y Ezequiel, el cónsul, se puso rápidamente a su disposición. El Emperador en Génova, desgraciadamente, no era un poder importante. La provincia ignorada del Imperio Romano, destino de los críticos con el Pater Imperator, andaba muy justa de efectivos, poder económico y político pero, aún así, Ezequiel les ofreció alojamiento, su red de informadores y toda la influencia que tenía dentro de la ciudad. También puso al corriente a Yaltaka de la situación actual del Emperador.

La suerte sonreía a la Prieuré, sin embargo. Los primeros intentos de los Guardianes por realizar un reconocimiento en el puerto se saldaron con graves desórdenes mágicos: un manantial de agua pura y cristalina en el desván del palacio de Mitra, unos espíritus que murmuran aterrorizando en callejones sombríos… Descartada la magia, y tras perder varias horas mientras los infortunados nephilim se recuperaban, decidieron echar un vistazo en persona, así que se acercaron todo lo posible al bajel de la Prieuré, ya prácticamente reparado. Vieron a Constancio y a alguno de los mercenarios, pero no a Sigbert, así que supusieron que el Grial no estaba a bordo. Estaban dudando entre seguir a Constancio o confiar en los informadores del Emperador, cuando el fénix hizo una jugada tan arriesgada como estúpida y que, aún hoy, nadie comprende.

El Temple no se había quedado quieto tras la llegada de Sigbert. Frey Nuño, su preceptor, se olió que había nephilim en el ajo en cuanto vio el estado del bajel del teutónico, por lo que puso a su gente en alerta. Gracias a esto, sus magos detectaros las explosiones de poder provocadas por las continuas pifias de los Guardianes del Grial. Pensando en atrapar a esos nephilim, don Nuño repartió exploradores por toda la ciudad, puso bajo vigilancia la casa del Hospital y reforzó la guardia de la galera con dos caballeros. Uno de ellos llevaba una de las dos espadas de auricalco que poseían, una viejísima espada de bronce casi gastada, con un potencial de 12. Ya en la galera, justo sobre la pasarela, la sacó de su estuche para enseñársela a sus compañeros. El fénix, apostado con sus compañeros en un callejón, la vio y, sin pararse a pensarlo, echó a correr a por ella.

Un grandullón que cruza el muelle como un toro furioso no pasa desapercibido. Constancio y los mercenarios, en cuanto lo vieron, se prepararon para defender el bajel, alertando a gritos a los sanjuanistas. El templario, un curtido veterano con mucha mili a su espalda, no dudó ni por un instante que lo que se le venía encima era un nephilim, así que pasó el estuche a uno de los escuderos y se plantó en lo alto de la pasarela, con una sonrisa desdeñosa en los labios, dispuesto a cortar en dos al insensato. Sus compañeros, por su parte, desenvainaron sus propias armas dispuestos a rematar.

La carga del fénix está entre las más estúpidas de la historia, comparable a las Tres Estúpidas Cargas de Pímer: doscientos metros a través del muelle, subir por una estrecha pasarela de madera, con el casco del barco a la derecha (impidiendo usar la propia arma con soltura) y con un templario veterano esperándote con una de las pocas cosas que puede matar a un nephilim. Y al fénix se le apareció la virgen. Por culpa de su pesado correr, la pasarela se desplazó un poco, desequilibrando al templario en el momento del golpe. La espada que debía partirle en dos pasó alta, sin peligro. En un momento, le arrebató la espada al templario y lo embistió, mandándolo a mitad de cubierta con la mandíbula y varias costillas rotas, y, antes de que sus compañeros pudieran atacarlo, saltó al agua.

El extraño ataque desconcertó a todos. Constancio y Sigbert no entendían por qué el fénix lo había hecho, pero por lo pronto, ya sabían que los Guardianes estaban en Génova, así que tocaba prepararse para un ataque. Don Nuño supuso que la Torre estaba preparando una operación de rescate de los nephilim capturados y que el ataque a la galera era una distracción para incitarle a enviar tropas tras la espada, dejando desguarnecida la casa.

Los nephilim se agruparon en la sede de la Torre. Anteo casi estranguló al fénix cuando este le dio la espada, prometiéndole una muerte lenta por poner en peligro al Arcano de esa forma. Sus compañeros coincidieron en que era una lástima que, después de poner en alerta a todo el mundo y haber dado al traste con el factor sorpresa, hubiera sobrevivido. Por lo menos, viendo la reacción de Constancio y los hospitalarios, tenían una idea de dónde podían estar Sigbert y el Grial. El nuevo intento de reconocimiento, siguiendo la tónica del día, terminó en una exhibición de magia incontrolada y un nephilim inconsciente durante varias horas. La exhibición fue tal que los Guardianes y Anteo tuvieron que abandonar discretamente el barrio judío. Los primeros se refugiaron en el palacio de Mitra a pensar un plan para la noche. Por fortuna, Ezequiel había cumplido: no sólo sus agentes habían localizado a Sigbert en la casa del Hospital, sino que la guardia de la ciudad se tomó muy relajadamente sus obligaciones.

La noche prometía ser tan animada como lo había sido el día.

Nota del Autor: el tema de las pifias mágicas (como casi todo) no está muy bien explicado en la primera edición de Nephilim, así que usaba reglas propias. Si la pifia era en la tirada de habilidad (brujería, cábala o alquimia), el infausto nephilim realizaba otro conjuro, invocación o fórmula. Si, por el contrario, la pifia era en la tirada de ka, el nephilim no podía controlar el poder invocado y caía inconsciente, por el shock. Además, en brujería y alquimia, se producía una descarga mágica de consecuencias imprevisibles. En esta partida se rompieron todas las estadísticas de pifias y los jugadores no pudieron hacer nada a lo largo del día porque siempre había algún personaje jugador inconsciente. El pronto del fénix terminó de rematar la jugada.

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