Temporada 2010-2011: cabreo general en el Manuel Rojas

Terminada la temporada 2009-2010 de la Orquesta de Extremadura, tocaría ir hablando ya de la temporada que viene. Musicalmente, poco puedo decir todavía, ya que ni en el folleto de renovación del abono, ni en los carteles que había en el Manuel Rojas el sábado ni en la propia web de la orquesta se indican las obras que componen la temporada. Tenemos directores y solistas, algunos ya conocidos por aquí (por ejemplo, Da Costa, Polo y Manson), mucho violín y piano (tres conciertos de cada), un concierto de guitarra… A los habituales abonos A (Bádajoz y Cáceres) y B (Mérida y Plasencia) se suman ahora dos ciclos de música de cámara.

Pero lo que se hablaba en el patio de butacas el sábado del último concierto no era del programa del curso siguiente. Tampoco del concierto de la noche, lo que era más grave. El patio de butacas estaba revuelto y cabreado por noticias y rumores. Y, por lo menos por el ala izquierda, el cabreo ganaba de largo al revuelo. El ambiente me recordaba a un post-examen de Cálculo en aeronáuticos técnicos. La sensación de haber puesto cama y vaselina, sin tener muy claro qué has hecho para merecer tal paliza ni de dónde vinieron los golpes, pero sabiendo que te acaban de joder a base de bien el año que viene.

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La última noche

Y se acabó. La última noche, el último concierto del abono A de Cáceres y Badajoz, temporada 2009-2010. Un gran concierto para cerrar una buena temporada, donde se ha apreciado (bueno, yo he apreciado, que para eso soy quien escribe esto) una mejora de la orquesta con respecto a la temporada pasada, mostrando un nivel más uniforme a lo largo de los conciertos.

El del sábado se inició con el Concierto para violín y orquesta del compositor ruso Alexandr Glazunov (finales del XIX y primer tercio del XX), menos conocido que otros compatriotas suyos y que… esto… Vale, dejemos las frases grandilocuentes. No lo conocía, no lo había oído en la vida (tampoco el concierto, claro) y desde el sábado tengo muchas ganas de escuchar más de él. El concierto, interpretado sin pausas entre los movimientos, tiene en su primera parte un protagonismo absoluto del violín, con una melodía muy hermosa, acompañado por la orquesta lo justo para realzarlo. Una larga y complicada cadenza da paso a un vivo allegro donde la orquesta gana más protagonismo. Teníamos a Viviane Hagner como solista, con un vestido rojo que no le favorecía nada, con una técnica impresionante pero algo fría, que nos brindó un concierto muy bonito pero no emocionante.

Para la segunda parte, Shostakovich. ¿He dicho ya que a Jesús Amigo se le da bien el soviético? Con una orquesta enorme (y esta vez sin diferencias entre la alineación indicada en el programa y los presentes, hasta donde pude notar) y Amigo, muy seguro él, sin partitura, arrancó el largo primer movimiento de la Décima sinfonía, más de 20 minutos de mal rollo magistral, que me evocaban a monstruosas orgías de hormigón armado y (no sé muy bien por qué) al puesto de libros de la editorial Mir que ponían de cuando en cuando en el hall de Aeronáuticos. Veintitantos minutos tremendos que me hicieron revolverme en la butaca, incómodo y con los pelos de punta, una pesadilla genial que la orquesta bordó, tremenda. Una pausa para recuperar el aliento y el corto y potente Allegro nos clavó en las butacas con un ¡Uahhhh!. En el juguetón y extraño tercer movimiento las maderas recobraron protagonismo y todo empezaba a sonar como un cuento de Las mil y una noches mezclado con una pesadilla soviética de cemento y orden, marcado por la presencia de la trompa (la primera vez que entra la trompa en escena, creo que fue Gustavo Castro, me quedé sin aliento; ¡qué sonido más hermoso!). Una extraña sinfonía que es a la vez blanco y negro, seria y juguetona, dulce y amarga y donde Amigo fue extrañamente delicado (su punto más débil) y mostró su fuerza habitual. Decididamente, se le da bien Shostakovich. Una obra muy bien escogida para terminar la temporada, donde la orquesta pudo lucirse tanto en su conjunto como en solitario (especialmente las maderas).

Lástima que lo más comentado entre los asistentes, tanto en el descanso como después del concierto, no fuera el concierto en sí, sino la guarrada del cambio de día para los conciertos de la temporada que viene. Pero eso lo comentaré en otra entrada.

Fin de semana musical

Este fin de semana hubo algo de jaleo en Badajoz. No tengo claro el qué, pero vi a mucho militar y a mucho civil con cara de pasárselo bien, y a mucho militar y a mucho civil con cara de estar comiéndose un marrón. El sábado igual se había varado alguna ballena en la playa, porque vi mucha gente asomada en el puente y en el paseo, y helicópteros, lanchas y algún avión asomándose a ver qué pasaba, pero echando más humo que un Minardi con el motor reventado. La cosa debió terminar bien para las ballenas, o igual ganó el equipo local de voley-playa o qué se yo, pero los bares del centro fueron tomados por una marea humana a medio día que se desparramó más allá, ocupando hasta la última mesa y el último cachito de barra libre. Por la tarde, el calor sahariano trajo algunos problemas extraños, como la plaga de langosta en forma de banda de música militar que se abatió sobre El Boche, saqueando sus despensas para desgracia de los que se nos ocurriera ir a cenar allí.

Pero, sobre todo, en Badajoz este fin de semana hubo música. Terminaba el Festival ibérico de música, que va ya por su vigesimoséptima edición y había empezado el 19 de mayo. Hay varios conciertos a los que me hubiera gustado asistir, pero para los que vivimos fuera se impone una selección. Y, como el sábado había concierto de abono, la selección estuvo bastante clara.

Ensemble Oxalys

El viernes, con el López de Ayala tristemente semivacío, actuó el conjunto de cámara belga Ensemble Oxalys. Era el primer concierto de música de cámara al que asistía y, encima, con muy buenos asientos, y fue una delicia en lo sonoro y muy divertido en lo visual. Martijn Vini, el chelista, era todo un espectáculo (y, según mi acompañante, de fino y educado oído, con una respiración como la de un elefante tras correr una maratón), así como la complicidad de todo el cuarteto de cuerda (quinteto en la segunda parte, cuando se les sumó un contrabajo). La instrumentación la completaban piano y armonio, fagot, clarinetes, oboe y corno inglés, flauta y flautín y percusión.

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Extraña y divertida noche de mayo

Los calores veraniegos del fin de semana pasado se llevaron el décimo concierto de abono A de la Orquesta de Extremadura. Un concierto con cambios en el menú, pues se cayó el director programado, Maximiano Valdés, por motivos de salud, y fue cambiada la obra de la segunda parte: la programada Segunda sinfonía de Schumann (tenía ganas a esta, que no la conozco) fue reemplazada por la Tercera, la Renana, obra que ya abriera la temporada pasada. Así pues, Jesús Amigo tuvo que tomar la batuta de un concierto en cuya primera parte destacaba el Concierto para viola y orquesta «Der Schwanendreher» del compositor alemán de la primera mitad del siglo XX Paul Hindemith, tras la Obertura de Don Giovanni de Mozart. ¡Qué grande que era el jodío!

El concierto de viola… En fin, no sabría qué decir. Me dejó un poco como cuando escuchaba ciertos discos de ECM en Discos Tak sin entender nada y luego volvía agradecido a Narada. Una orquesta peculiar, con las cuerdas reducidas a cellos, contrabajos, arpa y el solista y una obra difícil que escuché con atención y me dejó, como entonces, sin entender nada. El solista era el alemán Nils Mönkemeyer, que tanto en el concierto como en el bis demostró ser un hacha, pero empiezo a pensar que la viola y yo no congeniamos.

Tras el descanso, una alegre y vivaz Renana nos hizo disfrutar de lo lindo y se llevó una gran ovación. En lo personal, la Renana me duró mucho… no pude quitármela de la cabeza en toda la noche. Me encanta la Renana, pero en directo ya es otro mundo.

Por otra parte, hubo algún problema con las puertas y gente que entró a destiempo al comienzo del concierto de viola, y las ya habituales diferencias entre los integrantes de la orquesta y lo indicado en el programa (por ejemplo, el cambio en la «alineación» de fagots, y esta vez estoy seguro de no haberme confundido).

Recital de piano

El miércoles pasado asistí a un recital de piano en la Casa de la Cultura de Villanueva de la Serena. Era eso o corregir otro capítulo de Queen’s Blade, con lo que la elección era sencilla: aceptar la mala acústica del salón de actos, la puerta que golpea por simpatía cuando la puerta de la calle se abre, las toses, los que llegan tarde y haciendo ruido, las bolsas de chucherías y demás maleducancia y «problemas técnicos» y esperar algo interesante a cambio.

Al piano estaba Davinia González Pajuelo, profesora de la Escuela Municipal de Música. Empezó agarrotada, con una Sonata KV333 de Mozart más sosa que una sopa de sobre. Técnicamente correcta, pero capaz de aburrir al más pintado. Pero en la segunda parte del recital, ya más asentada, nos dejó mudos y llorosos con un Almería de Albéniz triste, melancólico y muy expresivo, realmente hermoso. Siguió con las Variaciones Abbeg Op.1 de Schumann, con un arranque agarrotado, para olvidar, quizás provocado por el cambio radical entre la tristeza de la anterior y la alegría de esta, pero pronto se soltó, estando al mismo nivel que con la Almería. La velada terminó con el Estudio Op.10 nº 7 de Chopin y un bis sin identificar.

¡Qué noche!

Gran concierto el de este sábado, noveno de Abono A de la Orquesta de Extremadura, bajo la batuta de su director titular, Jesús Amigo. Empezó algo tarde, con la gente haciéndose la remolona a la hora de ocupar sus asientos, y con la claridad de la tarde entrando por el techo traslúcido del auditorio dando un ambiente magnífico. El concierto empezó con la Obertura Hermann y Dorotea de Schumann. La obertura tiene como tema central La Marsellesa y su viveza se aprovechó perfectamente del ambiente más luminoso del auditorio (cosa de la estación).

Continuó la primera parte con el Doble concierto para violín y violonchelo op. 102 de Brahms. Como solistas teníamos al chelista italiano Umberto Clerici y a la joven y menuda violinista americana Caroline Goulding. Era la cuarta vez en este año que los dos solistas se las veían con este concierto (Michigan y Ontario en febrero y el de Cáceres el viernes), y los dos lo ejecutaron con una gran compenetración. Este concierto de Brahms no será de los más llamativos que podamos encontrar, ni de los más famosos, pero el sábado estos dos jóvenes nos mecieron con su sonido, arropados en todo momento por la orquesta.

En la segunda parte tuvimos la Sinfonía nº 5 de Dvorak. Por si nos quedaba dudas de que la Orquesta de Extremadura tenía una buena noche, tuvimos a Dvorak. Contrastando con la solemnidad de Brahms, tuvimos a Dvorak. Una obra con fuerza, de las que se le dan bien a Amigo, y un sonido limpio, muy hermoso. Una segunda parte que remató un gran, gran concierto. Una noche para reconciliarse con la Humanidad y sentirse feliz de estar vivo. Quiero más noches así.

Por otra parte, y cambiando de tema, van a tener que anunciar la «alineación» antes de los conciertos, como en los partidos. Así, por ejemplo, nos faltaban Esteban Morales Víctor Segura (tengo que limpiarme las gafas antes de los conciertos) y Miguel A. Rodríguez y estaba Lorena Corma sin acreditar. Víctor Segura se encargó esta vez de los timbales y me dejó preguntándome «¿los timbales se desafinan con tanta facilidad durante el concierto o los percusionistas de la Orquesta de Extremadura son así de suyos?».

Noche sacra

Dentro del XV Ciclo de Música Sacra de Badajoz tuvimos este pasado sábado, primero de Semana Santa, el octavo concierto de abono A de la Orquesta de Extremadura, con Jesús Amigo a la batuta. El plato fuerte, el Réquiem de Mozart, con el Coro de la Fundación Orquesta de Extremadura y los solistas Raquel Lojendio (soprano; también participó en el concierto de El Mesías), María José Suárez (contralto), Agustín Prunell-Friend (tenor) y Josep Miquel Ramón (barítono bajo). ¿Qué puedo decir? En directo no tiene nada que ver con lo que podamos escuchar en una grabación. El coro te arrastra de un lado para otro como el mar en la playa. La orquesta te sube al paraíso… y el móvil te devuelve al infierno. Esta vez fue sólo uno (no como el año pasado), pero le hacen aflorar a uno ciertas ideas no muy cristianas (o muy cristianas, según se mire). Los solistas, inmerecidamente, pasaron algo desapercibidos: la orquesta tendía a taparlos y el coro, a chupar cámara.

Comenzaba el concierto, por otra parte, una obra de encargo para la ocasión, que despertaba en mí los habituales recelos (sigo pensando que los mejores compositores para orquesta de hoy en día se dedican a las bandas sonoras). Los comentarios de la obra que venían en el programa acentuaban mi pánico. Y al ver la sobrecargada sección de percusión casi salgo corriendo. Sin embargo, Nacencia, de Iluminada Pérez, es una obra hermosa, que convierte el poema La nacencia de Luis Chamizo, en extraño texto sacro. Tras un comienzo, un tanto largo y que llega a cansar, donde la orquesta (especialmente llamativa la percusión), con ayuda sonidos grabados y el olor a tierra húmeda y hierba recién cortada (que llegó a ser mareante en algunos momentos), no sitúa en el campo, al anochecer, listos para que el recitador ataque una versión resumida del poema de Luis Chamizo, con la orquesta acompañándolo y realzando en todo momento el texto, dando una fuerza que Carmelo Sayago, el recitador, no tuvo. Y no porque lo diga yo, que para mí no hay nadie que recite La nacencia como Alberto Senda. Mi acompañante opinó lo mismo: Sayago, demasiado irregular, no estuvo a la altura.

En la orquesta teníamos de nuevo a Lorena Corma, que esta temporada sólo la había visto en el primer concierto, y nos llamó la atención ver al pianista de la obra de Iluminada Pérez, José Luis Porras, en el coro durante el Réquiem. Como concertino repetía Juan Luis Gallego.

Noche helada

Segunda noche romántica de la temporada, con obras de Chopin y Beethoven y con Anne Manson a la batuta. A Manson la habíamos visto por aquí el año pasado, con el estreno de un cacofónico concierto de violín y tenía ganas de volver a verla. En la primera parte del concierto tuvimos el Concierto para piano y orquesta nº1 de Chopin, con Ludmil Angelov como solista. Ludmil Angelov es un experto en Chopin, reconocido por la crítica y con premios como el Grand Prix du Disque Chopin del Instituto Internacional Chopin de Varsovia. En principio, no podíamos tener mejor solista.

Y sin embargo, el Concierto me dejó frío. Como un carámbano, vaya. Técnicamente irreprochable, pero no transmitía nada. Mientras escribo esto estoy escuchando una grabación con Krystian Zimerman al piano y no hay color. O sea, sí lo hay. En el piano de Zimerman sí lo hay. En el de Angelov, tanto en el Concierto como en el bis posterior, sólo vi un gris exquisito y aburrido.

Para la segunda parte, con la Séptima de Beethoven, mejoró la noche. Anne Manson sacó muy buen sonido a la orquesta, con algún fallito. Técnicamente muy bueno, pero que me aburrió soberanamente. Un Beethoven anodino para terminar una noche fría y gris. En fin, a ver si para el próximo tenemos más suerte.

Noche de percusión

Este fin de semana llegamos al ecuador de la temporada de abono de la Orquesta de Extremadura con un programa, a priori, muy interesante que empezaba con el estreno en España de una obra del compositor israelí Avner Dorman: Spices, Perfumes, Toxins!, una composición para percusión y orquesta. Dirigía Amigo y como solistas teníamos a dos los percusionistas titulares de la propia orquesta: Esteban Morales (se me hizo raro verlo lejos de los timbales) y Víctor Segura. Esta obra la esperaba con ilusión desde que cayó en mis manos el programa de la temporada, allá por junio, y no me defraudó. El escenario del Manuel Rojas estaba lleno (no me imagino cómo se las apañaron en Cáceres), con una nutrida orquesta (la primera vez que veía una flauta bajo) y toda la instrumentación de los solistas: marimbas, baterías… Esteban Morales, todo un espectáculo, y Víctor Segura, más comedido, se lo pasaron pipa y chuparon cámara, tapando por completo a la orquesta y dándonos un completo recital de percusión a un grandísimo nivel.

La obra en sí resulta algo irregular. Tiene un primer movimiento, Spices, muy equilibrado, con la orquesta arropando a los solistas en todo momento, logrando una comunión extraña que no alcanza en el desasosegante Perfumes ni en el extraño y perturbador Toxins! que cerraba una obra muy peculiar, a la que le falta un pelín (poco) para ser una auténtica joya de este siglo. El público respondió con una fuerte ovación e incluso nuestra vecina de fila, reacia a la música más moderna, aplaudió largo y tendido.

Para la segunda parte teníamos el Concierto para orquesta de Bartók, una de las grandes piezas orquestales del siglo XX, para la que la Orquesta de Extremadura no estuvo a la altura, siendo de lejos su peor interpretación de todos los conciertos a los que he asistido y donde quedaron patentes las limitaciones de Amigo para según qué piezas. Tenía muchas ganas de oír esta obra, que me encanta, en directo y terminé muy, muy desilusionado.

Actualización abril 2010: he encontrado en Youtube el vídeo de Spices, Perfumes, Toxins!! La calidad de imagen es buena, el sonido bastante flojo (es Youtube, no se puede pedir peras al olmo, y el sonido original de la grabación tampoco parece gran cosa) y los cortes, horrorosos. Son tres partes de diez minutos (el máximo que permite Youtube, si no me equivoco), con lo que Spices, la más larga, queda partida en dos. La pena es que por ese corte Perfumes también está cortada en dos:

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Noche solemne y divertida

Lo de solemne va por Brahms, cuya obra siempre me ha parecido muy seria. En el quinto concierto de la temporada de Abono A, la Orquesta de Extremadura interpretó el Concierto para violín y orquesta en Re mayor del compositor alemán. También es solemne la suite Redes, del compositor mexicano Silvestre Revueltas. Redes, suite hecha a partir de la música de la película homónima, fue la pieza más difícil de la noche: inconfundible su origen como música de cine de los años treinta, con cambios rápidos de ritmo, trompetas inconfundibles, cierto toque western y una parte inquietante e incómoda.

El contrapunto divertido de la noche empezó con Mozart, con la Obertura de La Flauta Mágica, que abrió el concierto, y fue cerrado con Huapango, del también mexicano Moncayo. Obra muy alegre y rítmica y que, pese a su duración, usa la orquesta como pocas, fue disfrutada por igual por público y orquesta y agradecida con una fuerte ovación.

Como solista y director teníamos a dos viejo conocidos: al violinista Benjamin Schmid ya lo había disfrutado en el último concierto de la temporada 2007/2008, con el Concierto para violín de Korngold y al director mexicano Carlos Miguel Prieto poco antes, con la Heroica de Beethoven. Ambos disfrutaron y se divirtieron y nos hicieron disfrutar. Espero que vuelvan pronto al Manuel Rojas.

Y poco más puedo decir, porque ando bien espeso y vais a tener que disculparme la entrada tan sosa. Faltó el tísico huracanado de la fila de detrás, sonaron dos móviles, y creo que vi sonreír a todos los músicos durante Huapango. Nuestra compañera de fila aplaudió y bien tras Brahms y Moncayo, pero no con la suite de Revueltas. Creo que la música moderna se le resiste más que a mí. Sin embargo, es muy exigente y pocas veces la he visto aplaudir tanto.

Como último apunte gracioso, esta temporada no se entrega ramo ni al solista ni al director y Prieto tuvo algún problemilla con una maceta que tenía las flores bien agarradas.