El Ícaro — Finales de febrero

Poco a poco nos vamos haciendo al nuevo refugio. Las instalaciones son sorprendentes y parecen dominadas por la electricidad: lámparas, comunicadores, maquinaria… Miremos donde miremos hay cables por los que se transmite la misteriosa energía. Mueven bombas que nos proporcionan agua corriente y parece que también enfrían unas cámaras de la zona de despensas. Resulta sorprendente que, pese a todos los años que el complejo lleva cerrado y abandonado, aún funcionen tantos sistemas, aunque de forma un tanto errática: el suministro no alcanza para toda la base y se producen esporádicos apagones.

En su tiempo esto tuvo que ser una gran instalación militar, con capacidad para varios centenares de personas. Quizás el centro neurálgico de la defensa de la ciudad subterránea y también una base de aeronaves. La tripulación, salvo ingeniería, se ha trasladado del Ícaro a la zona residencial. Hay grandes barracones, pero para los que somos nos valen con alojamientos más pequeños, individuales o para pequeños grupos, que seguramente serían de oficiales y suboficiales. Hemos adecentado en estos días también enfermería, comedor y cocina y varios puestos de defensa en el exterior. Yo mismo he cogido como despacho una sala con gran visibilidad sobre el hangar, supongo que el despacho del jefe del mismo, y Edana Conway se ha apropiado del puesto de mando que hay en la cima. Lo llama su «torre de control» y ha convencido a Dragunov para que monte, vía escalada libre, algunas de las «orejas» de repuesto del Ícaro en la montaña y las conecte a la torre. Sin embargo, aún nos queda mucho por explorar y por limpiar y no sabemos qué peligros (golems de defensa, explosivos en mal estado, cables pelados…) nos esperan.

Aunque la tripulación, en especial ingeniería y el personal científico, están entusiasmados con nuestra nueva base, no podemos perder de vista nuestro principal objetivo: volver a casa. Reparar el dirigible debe ser nuestra prioridad y a tal fin he enviado al equipo del capitán Paolo de vuelta a Teyrnas Y Cymoedd. Espero que, con ayuda del dvergar Ffáfner, el comerciante, obtengan los repuestos que necesitamos. Para comerciar llevan parte de la caja de la nave y se nos ha ocurrido ofrecer también los raíles del subterráneo. El equipo debía también asegurar el camino descubierto por Dragunov, Renaldo y Sassa Ivarsson, al que hemos llamado la Ruta MacLellan, y convencer a los nativos de que no deben entrar en los subterráneos por su seguridad: una de las misiones de esta expedición es la de encontrar logias perdidas y ahora que he encontrado toda una ciudad no pienso dejar que los indígenas correteen por ella.

Las negociaciones con Ffáfner fueron bien aunque, como pensábamos, el pequeño Reino de los Valles no puede suministrarnos lo que necesitamos. No hay en toda la isla suficientes vacas para reparar la célula de hidrógeno dañada. Sin embargo, la lona quizás la podamos obtener de los artesanos de Nidik, un pequeño reino situado en la ladera oriental de la isla. El dvergar se ha ofrecido como mediador entre los comerciantes de Nidik y nosotros y, conforme a la petición del capitán Paolo, he autorizado que viajen con él a través de la Ruta MacLellan para salir luego a oriente por la brecha de la zona de las blatodeas, ya que las tormentas primaverales impiden costear la isla y el riesgo de aludes desaconseja cruzar las montañas. Espero que las relaciones con el reino de Nidik sean tan fructíferas como están siendo con Teyrnas Y Cymoedd y los señoríos vecinos.

Entre tanto, intentamos reabastecernos, pues nuestras provisiones, pensadas para tres meses en el desierto, descienden a ojos vista. Cuando avance el deshielo habrá que organizar batidas de caza fuera del valle. De momento y además de la pesca en los riachuelos, autoricé una toma de muestras de la zona de antiguos cultivos de la ciudadela subterránea. El equipo (el naturalista Ryan Smith, el artillero Dragunov y la marine Su Wei) confirmó los casos de gigantismo informados durante la caza de las blatodeas. También la existencia de plantas aparentemente carnívoras, dotadas de movilidad y muy agresivas. Sólo pudieron explorar las primeras estancias, pero volvieron con veinte kilos de nabo picado y varias naranjas y limones de 6 o 7 kilogramos. Los análisis han desvelado que tienen una gran concentración de claudia y los científicos han recomendado hacer un consumo moderado pues no sabemos qué efectos puede tener la claudia. De momento, las provisiones obtenidas nos permiten alejar el fantasma del escorbuto.

Por otra parte, decidimos acabar con nuestros molestos vecinos, toda vez que los subterráneos se están convirtiendo en vitales para nuestra supervivencia. Una unidad de artillería de campaña formada por Zoichiro y comandada por Edana Conway forzó a los wendols a abandonar sus refugios, causándoles gran mortandad. Los supervivientes huyeron por galerías y escaleras que creemos deben llegar cerca del valle del Dubh. Sin embargo, la expedición sólo encontró algunos muertos a manos de sombras y otros elementales oscuros. Zoichiro afirma que algo oscuro y poderoso habita allá abajo y no seré yo quien discuta con un duk’zarist de tal cosa.

Edana Conway resultó gravemente herida, quedando otra vez a un paso de la muerte. No tiene suerte mi segundo comandante lejos del dirigible.

Espero que las negociaciones en Nidik den buen resultado. Parece que la suerte nos sonríe.

Capitán de fragata Jeffrey O’Hare, comandante del Ícaro.

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