Cuarto día de mudanza

Pesados grimorios, estatuillas e ídolos de mil templos, armas, armaduras, equipo diverso. El grupo de aventureros luchaba por pasar su pesada carga a través de las estrechas escaleras. Y el resbalar y caer a la profunda sima sobre la que serpenteaba la escalera no era el peor peligro: grandes trasgos con extrañas máquinas y jaurías de huargos gigantes desplazadores acelerados en su variante enana (también llamada «estate quieto, chucho») asaltaron en repetidas veces a nuestros héroes. Y, para colmo de males, el gran volcán Rolace Credoj (goblinés, derivado del ifrit. Lit. «El verano en Sevilla es una maravilla») amenazaba con convertir la escalera en un alto horno bilbaíno.

La semana estaba siendo muy larga y se cobraba sus primeras bajas.

Tercer día de mudanza

Una nauseabunda nube se extendió por las estrechas galerías del dungeon. Al grito de «¡Cuidado, trampa de gas!» los aventureros se reagruparon en las cocinas, buscando el asegurarse un suministro de aire fresco. El recuento (algo no siempre fácil para quienes «muchos» es un número perfectamente válido) echó en falta a la pícara. Veteranos curtidos, no se dejaron dominar por el pánico y empezaron a repartirse sus pertenencias. Hasta que no se disipara la nube, no podrían recuperar el cuerpo, si quedaba algo.

Sin embargo, el funeral fue prematuro: la nube se abrió y la pícara surgió de ella con una ceja de menos y el pelo y la ropa descoloridos. Con rabia, escupió el pañuelo que cubría su nariz y boca, le quitó el odre al clérigo y echó un largo trago.

—Encontré un mecanismo oxidado y encallado e intenté limpiarlo, pero creo que me equivoqué con la mezcla. ¿Alguien tiene una rueda dentada de ocho pulgadas?

Estaba siendo una semana muy larga.

Segundo día de mudanza

—El fuego lo purificará todo —afirmó el clérigo abarcando con su mano los vetustos, polvorientos y desvencijados muebles. A su lado, el enano afirmó en silencio mientras, rítmicamente, seguía afilando su hacha.

—Pero, ¡qué decís! Mirad esta talla, mirad este grabado. ¡Son obras de arte! Vestigios de antiguas y dispares culturas. ¡No podemos destruirlos! ¡Animales, ignorantes! —El mago les echó con cajas destempladas de la sala y les persiguió, como perro pastor, alejándoles de cualquier mueble a su ver de valor histórico.


—¡Mira que eran guarros los goblins (o lo que fueran los habitantes de este dungeon)! —exclamó el clérigo señalando una pared—. Han dejado las grasientas huellas de sus manos por toda la pared. ¡Traedme agua y un paño!

—Pero, ¡qué decís, insensato! Son muestra de arte de los primeros homínidos, un tesoro de toda la humanidad. ¡Largo de aquí, ignorante!


Las huellas de nuestros antepasados en la sala de estar


El enano y el clérigo compartían bizcocho y una calabaza de licor observando de lejos al mago que, con una especie de pincel, iba quitando el polvo a la basura que encontraba en las estancias.

—Oye, ¿seguro que es un mago? —le preguntó el enano al clérigo.

—Sir Brandigan lo contrató —Un bufido despectivo del enano resumió su opinión sobre el talento del paladín para encontrar compañeros competentes—. En serio, es un mago titulado. Con diploma con letras doradas y todo.

—¿En serio? —El enano pareció animarse—. ¿Qué es? ¿Un evocador? ¿Un convocador? ¿Un piromante?

—Un arqueólogo.

—¡Por el martillo de…! ¿Y qué es un arqueólogo?

—Creo que adivina el futuro en las estrellas y esas cosas —contestó algo inseguro el clérigo.

Su compañero echó un largo vistazo al mago.

—Pues los arqueólogos que he visto en los pueblos llevaban túnica con estrellas y cosas así, no calzones largos y blusa.

—Hombre, una cosa es la ciudad y otra el campo. Una túnica se te engancha en cualquier parte.

—Y sombreros de pico, no así.

—Un dungeon está lleno de techos bajos.

—Y un cayado con un nudo en la punta. ¿Para qué quiere un mago un látigo?

El clérigo se rascó pensativo la oreja. Tampoco él veía claro lo del látigo. Pero el enano seguía hablando.

—Y, ¿dónde has visto tú una varita de proyectiles mágicos con un gatillo como una vulgar ballesta?

Iba a ser una semana muy larga…

Primer día de mudanza

Los valientes aventureros se introdujeron sin miedo en el dungeon. Lo primero que hallaron fueron las cocinas, kilométrica extensión de estantes y alacenas donde dormían el sueño de los justos antiquísimos y gastados utensilios, vasijas, ollas y sartenes provenientes de distintas culturas y épocas. Los restos fosilizados de comida de origen incierto y el estado de cuchillos y demás utilería parecían indicar que los habitantes originales habían sido algún pueblo no humano y primitivo, dedicado al saqueo de las tierras vecinas: goblins, tal vez orcos, aunque el nauseabundo hallazgo en lo que parecían los aposentos del jefe del clan, en forma de almohadas, apuntaban más a kobolds u ogros.

Se avecinaba una semana muy larga…

Day after day (the show must go on)

Sigo vivo, aunque pueda parecer lo contrario. Problemas varios y la entelequia de buscar un piso barato en Sevilla se han llevado mi tiempo libre en las últimas semanas, meses en realidad. Así, de las últimas diez entradas sólo cuatro las he firmado yo (las otras corresponden a las reseñas de anime de Pírixis o a narración de Du Pont de su campaña de D&D). Hasta bien entrado julio me temo que ésta será la tónica habitual… Tengo demasiadas entradas pendientes: en estas semanas de sequía le he dado al anime, y tengo pendiente de reseña series como Nodame Cantabile: Final, Last Exile o Planetes; cada vez que veo el Nephilim en la estantería me entran ganas de retomar Guardianes del Grial y dar cerrojazo de una vez a la parte media de la campaña (y de dirigir una nueva, pero eso es más difícil); tengo pendiente resúmenes de aventuras de tres campañas de Ánima (el cierre de los Visnij, la última que se jugó de Tres Valles y las que llevamos de Fort Nakhti); y artículos teóricos, unos cuantos: la serie de El nacimiento de una campaña, ideas de reglas caseras para armas de fuego en Ánima, idas de olla varias sobre Gaïa… Un montón de cosas, a falta de tiempo.

Pero, bueno, incluso en estos meses de sequía hay quien se acuerda de un servidor: maese Erekíbeon ha tenido a bien darme un premio Liebster, una suerte de premio-mención-meme que ha estado zumbando en la blogcosa durante el mes de mayo, por el que le estoy muy agradecido (más que nada por la sorpresa de encontrarme que alguien, a parte de mis jugadores, se lee mis resúmenes de aventuras). Es alimento al ego del bloguero y, las cosas claras, es el ego del bloguero lo que alimenta el blog y lo mantiene en funcionamiento.

La ternura flota en el aire

Entre las series que he visto últimamente, he encontrado un par de ellas muy tiernas y del tipo de anime que no suelo ver muy a menudo o mejor dicho, no veo muy seguidas: Usagi drop e Ikoku meiro no croisée.

Usagi drop

Imagina un día común, en el que crees que seguirás con el mismo ritmo y estilo de vida, y de pronto, recibes una llamada telefónica en la que te informan que un ser querido ha fallecido. Esto es lo que le ocurre a Daikichi Kawachi (Hiroshi Tsuchida) un hombre de 30 años, con empleo fijo, soltero y el cual ha vivido sólo para sí mismo; así que, tras recibir la noticia de la muerte de su abuelo, decide reencontrase con sus familiares para despedirse de él. Cuando Daikichi llega a casa de su abuelo, conoce a Rin Kaga (Ayu Matsuura), una niña de 6 años que resulta ser la hija ilegítima de su abuelo con una mujer desconocida que abandonó a la pequeña. La niña es una vergüenza para toda la familia y nadie se preocupa por ella. Daikichi, molesto por la actitud de sus familiares, decide hacerse cargo de Rin, a pesar de ser soltero y no tener experiencia con los niños. Así comienza una nueva vida para la tía y el sobrino donde habrá ternura, complicaciones, complicidad (en estos dos últimos aspectos afecta directamente la existencia de Kouki, otro niño) y nuevas decisiones para Dakichi.


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